La Argentina necesita emprendedores
Con más de cuatro millones de marginados de la actividad productiva y un despegue económico que no termina de producirse, es obvio que nuestro país necesita potenciar un perfil profesional orientado a la creación y administración de unidades productivas de bienes y servicios, ya sea a través de la gestión profesional de una pequeña empresa, manejando una franquicia o liderando una compañía familiar.
Sin embargo, según una investigación recientemente difundida, la Argentina lidera el ranking de emprendimientos fracasados. Si bien es uno de los países con mayor tasa de emprendedores (14,2 %) después de Chile y Corea, seis de cada diez emprendimientos naufraga antes de cumplir el primer año.
El espíritu emprendedor debe ser retomado. Es menester rescatar la ética del trabajo inteligente como legitimación de la creación de riqueza. Del mismo modo, deberían extremarse los esfuerzos, tanto desde el sector público como del privado, para no seguir exportando capital humano que nuestra sociedad capacita para luego dejarlo partir por falta de oportunidades.
Puede decirse que el emprendedor es un soñador práctico, un apasionado que disfruta de su trabajo y está orgulloso de poner su nombre a lo que hace. Es optimista, porque sabe que necesita energía positiva para superar los obstáculos, pero no un iluso que tiñe de rosa la realidad. Cree en sí mismo y en los demás, pero sabe que el éxito en los negocios es la recompensa por haber hecho bien las cosas. Combina sólidos conocimientos teóricos de la moderna gestión en la empresa con la experiencia de un egresado de la universidad de la calle. Es un "hacedor" nato que descubrió que la autoridad en la empresa surge de estar allí donde ocurren las cosas. Si trabaja para otro, actúa como si fuera su propia compañía y se hace responsable de los resultados.
En este proceso, la capacitación es indispensable para formar a los nuevos protagonistas del mundo empresarial.
Difundir la cultura emprendedora y contribuir a la profesionalización de este nuevo perfil empresarial -como se procura hacerlo en un congreso nacional que se efectuará el 12 de mayo próximo en Buenos Aires- debe ser hoy una causa de interés nacional.
Si bien el capital humano está revalorizado y muy bien retribuido en las grandes corporaciones, la realidad es que el empleo formal está sufriendo continuas mutaciones. La tecnología y las fusiones destruyen puestos de trabajo y si estas pérdidas se atenúan en los países desarrollados, es debido precisamente a que son absorbidas por compañías fundadas por emprendedores.
Las carreras profesionales van cambiando. Los movimientos en las empresas hacen que los empleos "de por vida" y la estabilidad laboral sean un recuerdo del pasado. Los ejecutivos se jubilan cada vez más jóvenes y, dado que los adelantos de la ciencia prolongan su vida útil, no es extraño verlos intentar, luego de una trayectoria exitosa, un proyecto entrepreneur .
Por otra parte, se ha operado una nueva distribución del trabajo, según la cual las grandes corporaciones se concentran en productos y servicios masivos y dan lugar a miles de pequeñas empresas que cubren los resquicios que a aquéllas, por razones de escala, no les conviene atender. Otro tanto ocurre con la llamada "tercerización"; mientras los gigantes se concentran en la esencia de su negocio, florece una constelación de microorganizaciones que actúan como proveedores especializados. En vez de una competencia suicida con "Goliat", los David del siglo XXI prefieren una estrategia de complementación.
Muchas de las marcas nacionales y mundiales nacieron del empuje de sus fundadores. Entre nosotros, la visión y los esfuerzos de esos pioneros iluminaron a la Argentina del primer centenario, cuando estábamos orgullosos de contarnos entre los países más adelantados de la Tierra.
Si bien la falta de crédito accesible, el acoso fiscal y el exceso de burocracia tienen su influencia, es la falta de profesionalismo la principal causante de estos resultados. La buena noticia es que prestigiosas universidades, como el ITBA, San Andrés, UB y el CEMA han creado centros especializados para capacitar a esta nueva generación de empresarios.
A pesar de la crisis, o quizás debido a ella, son cada vez más los argentinos de entre 25 y 50 años que deciden iniciar su propia compañía. Saben por experiencia que la mejor forma de anticipar el futuro es construyéndolo ellos mismos, un desafío que debería extenderse.