La educación relegada
La formación educativa de niños y adolescentes en la Argentina se ve gravemente lesionada por la enorme cantidad de días de clases perdidos
Un buen número de feriados puente en el año, como el del 8 de julio, el del 19 de agosto y el del próximo 14 de octubre, halagarán sin duda a la industria turística y a una franja de argentinos de alicaída pulsión por la cultura del trabajo. Lesionarán, en cambio, la formación educativa de chicos y adolescentes.
Todo el sistema escolar argentino se resiente con la vulgaridad demagógica de desdeñar la importancia que tiene el número de días y de horas al año volcadas a la instrucción pública. La ley federal 25.864, de 2003, estableció un calendario escolar de 180 días de clases, que rara vez ha tenido su correlato en la realidad. Paralelamente, se trazó el objetivo de llegar a 2006 con el 30% de los chicos involucrados en el sistema de jornada extendida. Ese porcentaje todavía es de menos de la mitad. Nada, pues, se ha cumplido.
Los días sin clases, por culpa de decisiones políticas, se correlacionan con el contexto de irresponsabilidad caracterizado por el comportamiento de los gremios docentes, que suelen violentar deberes inexcusables con la sociedad. Están demasiado cerca ejemplos patéticos como el de la provincia de San Cruz, que en 2017 padeció 117 días de huelga, veinte más de la demasía ya perpetrada en 2016. O el de la provincia de Chubut, donde actualmente se están cumpliendo ocho semanas consecutivas sin clases, a raíz de un prolongado conflicto gremial.
Ningún gobernador se ocupa de cumplir con la norma federal de 2003, por la que se advierte que corresponde a ellos tomar las medidas pertinentes a fin de que se recuperen los días perdidos de clases.
Es saludable que en temas de esta gravedad haya especialistas dispuestos a ventilar sus consecuencias para la sociedad. En un libro de reciente publicación, titulado Nuestro futuro depende de la educación, Alieto Guadagni, Gisela Lima y Francisco Boero, examinan, con profusión de datos estadísticos comparados, el estado en que se halla la educación argentina en relación con el resto del mundo.
La conclusión es que está mal. En Costa Rica los alumnos tienen por ley 1147 horas de clases por año; en Dinamarca, 1051; en Chile, 1039; en Estados Unidos, 971, y en Israel, 959. En la Argentina, 720 horas, pero sin descontar una sola de las que se frustran por paros o por cinco días que los docentes disponen como jornadas de capacitación -con suspensión automática de clases- y los que se agregan en el festival de feriados y días no laborables. Poco sarmientino todo esto.
Frente a nuestros modestos 180 días de clases fijados por una ley vulnerada por decisiones políticas y gremiales, Israel dispone de 219 días; Japón, de 201; Australia, de 200. Se podrá argüir que Francia cuenta en su calendario con 162 días escolares, pero también con su carga horaria reforzada por las dobles jornadas.
Las víctimas directas de las malas determinaciones políticas, acentuadas por los habituales desatinos de organizaciones docentes, son nuestros chicos y jóvenes. Tendrán una formación debilitada, que se observa en pruebas internacionales sobre calidad de aprendizaje. Habrán dado así ventajas casi irrecuperables a sus congéneres de otros países, en un mundo globalizado y competitivo, por la manifiesta disparidad en la acumulación de horas y días perdidos al año en la totalidad del ciclo educativo. Por lo demás, si nada de esto cambia, el que estará en pérdida es el país. Ya lo está.