La política exterior: una suma de graves desaciertos
Cuando el largo ciclo de los Kirchner termine, mucho es lo que deberá hacerse para recomponer la imagen negativa que hemos edificado frente al mundo
La política exterior desarrollada a lo largo de la última década será seguramente recordada como uno de los peores y más desacertados capítulos de nuestra historia en materia de relaciones internacionales. Fundamentalmente, porque ha estado siempre al servicio de urgencias políticas domésticas, netamente coyunturales, lo que lamentablemente la ha convertido en apenas un instrumento más a disposición de personas que procuran, como objetivo central, perdurar aferradas al poder el mayor tiempo posible.
Como estamos inmersos en un proceso electoral que culminará el próximo 27 de octubre, no es para nada sorpresivo que vuelvan a acumularse errores mayúsculos en esa materia, siempre en busca de obtener eventuales réditos políticos de corto plazo.
Ocurre, por ejemplo, que los diferendos con Uruguay no se resuelven nunca; se estiran y profundizan, en medio de una tan sospechosa como sugestiva falta de transparencia en materia de mediciones ambientales binacionales, que esconde y oculta información que debería estar a disposición de todos, tanto de propios como de ajenos.
A ello se suma que la relación con Irán transita por un andarivel realmente extraño, o más bien patológico respecto del altamente cuestionado "Memorando de Entendimiento" que fuera oportunamente suscripto con el último gobierno iraní con relación al caso AMIA, aprobado realmente a ritmo de tambor batiente por nuestros legisladores, como si se tratara de una urgencia mayúscula, para caer luego en una larga etapa de inacción e inercia de nuestra contraparte, que obviamente, hasta ahora, no lo ha considerado prioritario. Tanto es así que nuestro país aparentemente desconocía cuál era el proceso de aprobación iraní de ese documento y en qué etapa o situación estaba el entendimiento.
Una lectura del Tehran Times es, sobre esto, bastante curiosa, pero, en rigor, ilustrativa. Ese medio informa a sus lectores que la agencia oficial de noticias de la República Argentina ha anunciado que Irán ha ratificado el documento sobre la cuestión de la AMIA, sin confirmar, para nada, esa información con ninguna otra de fuentes nacionales. Como si fuera un tema marginal o una cuestión que careciera de toda trascendencia. O, peor aún, como si los dichos atribuidos a las fuentes argentinas pudieran no ser necesariamente ciertos.
En rigor, el Memorando siempre a partir de la información hecha pública por nuestro país habría sido ya aprobado por el Consejo Nacional de Seguridad de Irán, pero debe aún ser aprobado por el líder supremo, el Ayatollah Ali Khamenei, que es la máxima autoridad en toda materia del régimen clerical que conduce a la teocracia iraní.
A eso se suma el extraño pedido de nuestras autoridades de que la cuestión de la AMIA sea incluida en la agenda de las negociaciones de la comunidad internacional con Irán relativas a su peligroso programa nuclear que podrían iniciarse pronto, ámbito al que, como es obvio, el tema argentino no pertenece.
Cabe agregar también el anuncio hecho por nuestras autoridades en el sentido de que se trabajaría en conjunto con España sobre las cuestiones vinculadas con las islas Malvinas y Gibraltar, enseguida desmentido por las autoridades ibéricas, muy poco después de formulado. El canciller español, José Manuel García-Margallo fue claro: "Que existan coincidencias en ese tema no quiere decir que haya coincidencias en las medidas que cada uno de los gobiernos adopte para reafirmar sus reclamaciones de soberanía".
Este cúmulo de errores continúa sumando desprolijidades a nuestro confuso andar exterior y contribuye a desteñir una imagen externa que, más allá de las vacías declamaciones, está muy deteriorada.
Cuando el largo y frustrante ciclo de los Kirchner comienza felizmente a terminar, cabe alertar que es mucho lo que deberá hacerse para volver a contar con una política exterior racional, transparente y ordenada, y que deje de lado la perversidad que caracterizó, en todo, a nuestra administración nacional a lo largo de la última década, para recomponer así la percepción negativa que por espacio de esos diez años nuestro país ha edificado frente al mundo.
Esa situación supone no sólo salir de la irrelevancia, el aislamiento y la retórica en la que estamos empantanados, sino también abandonar la política de confrontación y de conflictividad con todos que nos ha caracterizado. Supone también alejarnos del patológico ámbito bolivariano, al que nos hemos acercado enormemente, para volver a la racionalidad, sin seguir envueltos en increíbles teorías conspirativas que apenas pueden servir de frágil cortina de humo para el sinfín de gruesos desaciertos acumulados.
Se trata de una tarea que incluye despejar la imagen negativa que hoy tenemos, que nos convierte en imprevisibles y capaces de generar, de pronto, sorpresas y conflictos absurdos de distinta índole; esto es, todo lo contrario a la confiabilidad.