Editorial II. La preocupación por el desempleo
Tanto en los EE.UU. como en buena parte de Europa, la desocupación ha alcanzado niveles no vistos en un cuarto de siglo
En países duramente golpeados por la crisis de 2008, como los europeos y los Estados Unidos, la principal preocupación de la gente es el desempleo. Los índices varían de país en país. Resultan críticos casos como el de España, considerada una economía ejemplar hasta hace un par de años. Está sumida ahora en un laberinto en el cual, según estimaciones privadas, el desempleo rondaría el 20 por ciento de su población activa. Es más del doble de la tasa que, según la presidenta Cristina Kirchner, tendría la Argentina: 7,9 por ciento en el segundo trimestre de este año.
Este porcentaje, inferior al 8,3 por ciento del trimestre anterior, surge de palabras, no de registros oficiales. Los registros, lamentablemente, han caído en un descrédito que llevará mucho tiempo reconstruir tras la manipulación del Indec, ahora en vías de ser subsanada por el Congreso.
En España, varias protestas preceden la huelga general con la cual han amenazado los sindicatos para el 29 de septiembre. La fecha, en apariencia lejana, guarda relación con el fin de las vacaciones boreales, signadas este año por la austeridad y la incertidumbre.
El gobierno de Aragón ha ofrecido a General Motors (GM) y a sus proveedores una garantía de crédito de 260 millones de dólares a pesar de que España experimente una caída anual en la demanda de autos cercana al 30 por ciento. Todo sea por salvar el empleo y evitar males mayores.
La década de alto crecimiento ha sido notable tanto en esa región como en otras. Estuvo apuntalada por el auge de la construcción. Ahora, los inmigrantes y los jóvenes son los primeros despedidos. El subsidio por desempleo lejos está de ser satisfactorio para una sociedad que, además de su crecimiento natural, ha absorbido una masa de cinco millones de extranjeros, ocho veces más que la inmigración usual, en menos de 10 años.
Es apenas un ejemplo de la contracción. En diciembre de 2009, la tasa de creación de empleo de los Estados Unidos cayó en forma notable respecto del año anterior. En ese lapso se crearon 400.000 empleos y se perdieron 800.000. Con tan pocas vacantes, los salarios se deprimieron y, por ello, cayó en forma notable el consumo.
El desempleo ha alcanzado niveles no vistos en un cuarto de siglo. Desde el momento en que el G-20, del cual forma parte la Argentina, es instruido para hallar una solución a este drama, la preocupación es aún mayor. Barack Obama llamó a uno de esos foros periódicos "cumbre del desempleo".
Razones no le faltaron: casi cuatro de cada diez desempleados han estado sin trabajo durante más de un año; es el porcentaje más alto desde la Gran Depresión. En los Estados Unidos, donde la falta de una reforma migratoria agrava aún más la situación por leyes restrictivas para los indocumentados como las aplicadas en Arizona, los jóvenes y los negros han sido los más perjudicados por el desempleo.
Es razonable, entonces, que en los Estados Unidos y Europa, empezando por España, Letonia, Lituania y Eslovaquia en casi idéntica proporción, sea el desempleo la principal preocupación de la gente. Y ello no se mide sólo en estadísticas. Se traduce en el rostro demudado de un padre que no sabe qué responderle a su hijo si le pregunta por qué se queda todo el día en casa o, a diferencia de los padres de sus compañeros de colegio, no tiene un trabajo fijo. Afecta la dignidad, además del bolsillo.
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