La soledad, otro virus que se expande
El aislamiento social con el que se enfrenta la pandemia golpea especialmente a los adultos mayores, con quienes debemos reforzar nuestro compromiso
Entre las múltiples aristas que presenta la pandemia que también padecemos en la Argentina, se encuentran los efectos del "aislamiento" recomendado al conjunto de la población, que golpea particularmente a los llamados adultos mayores, un universo integrado por más de cinco millones de argentinos que superan los 65 años.
Fruto de una tendencia cultural con sobrevaloración de la autonomía, cada vez más digitalizada y tecnologizada, no sorprende que los vínculos tradicionales que adquirieron nuevas formas, en muchos casos, solo conduzcan al desarraigo y la soledad. En la ciudad de Buenos Aires, por caso, los hogares unipersonales superan el 36%.
Una fuerte adicción a las pantallas dificulta la real conexión con el otro, se pierden el contacto físico y las miradas. Por otro lado, como hemos destacado desde estas columnas, la creatividad potencia plataformas, como rentafriend.com, que resultan paliativas a la hora de buscar amigos por hora, entre muchas otras ocurrentes y rentables iniciativas. La soledad constituye, a estas alturas, un fenómeno global que se expande, a tal punto que muchos hablan también de una epidemia de soledad pues sus efectos sobre la salud son también ya indiscutibles. Distintos escenarios se plantean según se llegue a ella por libre elección o forzado por las circunstancias: soledad que se disfruta o que se sufre.
¿Cómo se comporta la epidemia de soledad en tiempos de pandemia de coronavirus? Ciertamente la superposición de fenómenos agrava el cuadro. Muchos adultos mayores que habitualmente no experimentan negativamente la soledad intentan mantenerse a salvo aislándose del resto de la familia para evitar contagios. Los que sí habitualmente sufren en carne propia estos sentimientos, sea desde una situación individual de aislamiento permanente o desde alguna institución que los alberga, ven potenciarse sus temores y preocupaciones. Las dificultades propias de una etapa de la vida en la cual la salud tiende a deteriorarse se suman cuando pasan a depender de otro que pueda acercarles comida o medicamentos, insumos básicos que no contemplan otras necesidades emocionales, igualmente importantes, que quedarán desgraciadamente insatisfechas para muchos.
Cuando de por sí la falta de contacto con otros se vuelve una pesada carga, la ausencia de ese abrazo que energiza y contiene, por recomendación sanitaria, adquiere también otro cariz. Si el distanciamiento social afecta la salud mental de cualquiera, mucho más afectará la de un universo tan vulnerable como el de los adultos mayores. Muchos son los que al no manejar tecnología tampoco recibirán un saludo, un video o un chiste por esta vía, que brinda una sensación de cercanía a otros.
Alguna cadena de supermercado ya anunció un horario de atención exclusiva para este segmento, temprano a la mañana. Lo mismo parece que podría ocurrir con la atención bancaria. Se trata de minimizar los riesgos frente a un peligro que acecha en la multitud, que no tiene rostro, pero que estadísticamente elige golpear más fatalmente a los mayores.
Frente a esto, las redes sociales han difundido imágenes de solidarios vecinos que pegan en el ascensor su ofrecimiento de ayudar a los mayores del edificio con compras u otras necesidades en estos difíciles momentos. Se conoció también en estos días la grabación realizada en un vecindario céntrico de Madrid que le cantó el "Feliz cumpleaños" número 80 a una señora aislada cuando asomó la cabeza a su ventana.
¿Cuántos son? ¿Cuántos quedan desatendidos y librados a su suerte? ¿Cómo se puede organizar mejor la ayuda? ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros? Por lo pronto, comunicarnos por teléfono y saber si necesitan algo. Charlar y dedicarles algo de ese tiempo siempre tan escaso que hoy podemos compartir con ellos, disipando silencios, angustias y ausencias. Haciéndoles sentir que son importantes, como realmente lo son, y no seres descartables. La mamá de un amigo, el papá de otro, un tío incluso medio sordo. Todos transitamos momentos complicados, más aún los grupos de riesgo. Y se sienten solos.
Más allá de la labor del Estado, indelegable también en este terreno, la comunidad debe encontrar formas de atender a los más desprotegidos empeñando creatividad y esfuerzo, poniendo en actos el afecto y el respeto a los años que todo bien nacido experimenta y que hoy se necesitan más que nunca. Joseph Ratzinger, el recordado papa Benedicto XVI, se refería a la "incurable herida de la soledad" y al auténtico miedo del hombre que no puede vencerse mediante la razón, sino mediante la presencia de una persona que lo ama. Esta crisis de salud desafía nuestra forma de vida. Algunas respuestas llegarán desde el campo de la medicina. Muchas otras serán fruto de nuestra capacidad de expresar activamente una solidaria empatía.