Las elecciones en Sudáfrica
Las recientes elecciones presidenciales sudafricanas fueron las sextas consecutivas desde que, en 1994, Nelson Mandela llegó al poder y abolió toda amenaza o insinuación de inhumanas y vergonzosas discriminaciones raciales fuertemente instaladas hasta entonces en ese país. El partido del recordado líder, el del Congreso Nacional Africano (CNA), demostró ser, en las urnas, el más importante e influyente del país, instalado en el centro mismo del escenario político local, aun debilitado por la ola de corrupción que caracterizó a la gestión del expresidente Jacob Zuma, quien debió renunciar anticipadamente en febrero de 2018, enfrentando unos 700 procesos por irregularidades.
Veinticinco años después del formidable milagro protagonizado por Mandela, las terribles desigualdades sociales sudafricanas aún no han disminuido. Una décima parte de la población sudafricana, en su mayoría de raza blanca, aún controla nueve décimos de la riqueza total del país, aunque compartiendo ahora, de alguna manera, su poder económico con una pequeña pero rica y dinámica minoría de color, a la que precisamente pertenece el presidente interino Cyril Ramaphosa, representante más moderado del CNA que reemplazó al populista Zuma y que es el más firme candidato a ser reelegido por los diputados, tras la victoria electoral de su partido, que alcanzaba alrededor del 55% de los votos, según cifras preliminares.
Sus jóvenes candidatos opositores, por la Alianza Democrática (DA), mayormente asociada a la población blanca, lograban cerca del 25%, mientras que el partido denominado Combatientes por la Libertad Económica (EFF) obtenía el 9%, en franco crecimiento respecto de lo logrado en 2014. Muchos ni siquiera se acercaron a votar, en su mayoría menores de 30 años, víctimas del desencanto con el CNA.
El Banco Mundial ha calificado a Sudáfrica como el país más desigual del mundo, con una pobreza que golpea a más del 55% de su población. La población negra constituye el 80% de la población activa, pero solo el 14% accede a puestos de dirección, confirmando la fuerte presencia de una brecha racial. La tasa de desempleo alcanza el 27% entre los habitantes de raza negra y es de tan solo el 8,1% entre los de raza blanca.
La corrupción, el clientelismo y la ineficacia del gobierno que terminó derribando la lamentable administración de Jacob Zuma siguen desgraciadamente presentes en la realidad política de Sudáfrica, que no ha podido tampoco desembarazarse completamente del populismo. Queda por delante mucho por hacer.
Desde el fin del odioso apartheid, la tasa de crecimiento económico sudafricana creció hasta alcanzar un saludable 4,2% del PBI, guarismo que prevaleció desde la llegada de Mandela al poder hasta la crisis financiera de 2008. Desde ese año, sin embargo, la economía se ha debilitado notoriamente y hoy crece a un ritmo anual de apenas el 0,8%, insuficiente para desterrar la pobreza. En pocas palabras, las promesas de un cambio fuerte e inclusivo no han podido todavía materializarse en Sudáfrica y el sueño de conformar un país efectivamente igualitario sigue quedando postergado.