Memoria móvil
En otras épocas era frecuente que en la escuela se ensañaran el abecedario y las tablas de multiplicar de memoria. De la misma forma, se aprendían además oraciones religiosas, poesías, fórmulas matemáticas, preposiciones e incluso capitales de Europa. El aprendizaje memorístico era también valorado a la hora de participar en algún programa televisivo en el que la habilidad para recordar y desembozar con velocidad montones de palabras por parte de los estudiantes podía ser clave para ganar un viaje a Bariloche. Hoy el sistema escolar rescata la importancia de no sustituir el valor de la comprensión imponiendo la memorización, aunque, de todas maneras, los métodos de aplicación distan de ser uniformes.
Hasta hace algunos años, casi todos podíamos recitar los números de teléfono que discábamos con mayor frecuencia. Muchos también podíamos recordar con cierta facilidad las fechas de cumpleaños de familiares y amigos, por solo mencionar algunos aspectos de la memorización mecánica que aplicábamos como instrumento a la vida cotidiana. Hoy, redes sociales como Facebook nos permiten no olvidarnos de esos aniversarios, cuya recordación ha dejado de ser así un problema.
El neurocientífico alemán Manfred Spitzer, autor del libro Demencia digital, plantea que las nuevas tecnologías afectan el rendimiento de nuestro cerebro sin que nos demos cuenta y que dan lugar a atrofias por falta de uso, muchas veces erróneamente interpretadas como "faltas de memoria". Pocos osarían contradecir la afirmación de un compatriota, Andrés Rieznik, investigador del Conicet, respecto de que la tecnología "nos libera espacio de memoria para usar el cerebro en cosas más importantes". Desde esta perspectiva, hablamos en realidad de un cambio en las funciones de un órgano clave cuya plasticidad permite que se adapte a las demandas del ambiente, favoreciéndose así con la creación de nuevas conexiones neuronales.
Lo importante sigue siendo no perder las capacidades de comprensión de un texto y de aprendizaje, dos habilidades ciertamente afectadas cuando no se puede sostener en el tiempo la atención, adictos -como muchos nos hemos vuelto- a priorizar el cultivo de aquello que nos reporte resultados inmediatos como fruto de la conexión permanente con los dispositivos, dispuestos incluso a cruzar una calle sin levantar la mirada. Infinidad de aplicaciones nos ayudan a conservar y organizar en la memoria digital del celular o la tablet datos que no queremos perder y descansamos en que allí los encontraremos cuando los necesitemos, activando la ya conocida "nomofobia" (del inglés, no mobile phobia), que puede sumergirnos en la desesperación más absoluta si perdemos el dispositivo y, con él, ese chip externo de nuestro cerebro.
Más de una vez hemos abordado desde estas columnas la importancia de limitar el uso y la dependencia de tan útiles como peligrosas herramientas informáticas. Tampoco podemos pasar por alto los resultados de estudios científicos en curso que advierten sobre los efectos de los llamados "campos electromagnéticos" (CEM o EMF, en inglés), toda vez que la humanidad no asistió nunca a una presencia tan invasiva como la que hoy alcanzan estos entre nosotros por los nuevos dispositivos y sistemas de conexión inalámbrica, impactando acumulativamente mucho más en los jóvenes nativos digitales cuyo nivel de exposición se sostendrá a lo largo de toda su vida. No es un dato menor que el 69% de la población mundial tenga hoy un celular, sin olvidar que quienes quedan expuestos a los CEM pueden incluso carecer de uno. La tecnología nos releva de memorizar mucha información, pero también puede afectar nuestras capacidades en términos físicos. Miradas de avanzada en estas cuestiones plantean que los CEM son los nuevos cigarrillos: habremos de discutir largamente respecto de si son o no perjudiciales mientras sus efectos continuarán impactando con fuerza en el camino a la certeza científica.