Ovaciones y atronadores silencios
Es hora de comprometernos en la búsqueda de soluciones a los problemas más acuciantes del país, respetando al otro y adoptando conductas ejemplares
LA NACIONEl mundo asiste a circunstancias de elevada complejidad y dramatismo. La coyuntura local suma su particular carga sobre los hombros de los abrumados argentinos, con mil y un motivos para la desazón y la desesperanza. Mientras tanto, gran parte de nuestra dirigencia, principalmente la política, dirime sus rencillas por el poder y las cajas absolutamente ajena a las preocupaciones ciudadanas.
Suben alarmantemente los índices de inflación y de pobreza, la inseguridad y tantos otros problemas de una larga lista de preocupaciones ciudadanas, mientras decaen los ánimos y las expectativas de pronta solución.
Si hay ingresos, cada vez sirven para menos; agobian las imposiciones fiscales para mantener un sector público cada vez más inútil e improductivo y un asistencialismo sin horizontes que no sirven para mejorar la prestación de servicios esenciales por parte del Estado. Se pisotea el mérito y se aplaude el acomodo, se multiplican trámites estériles y se obstaculizan iniciativas productivas, mientras nuestros jóvenes huyen en busca de sus sueños fronteras afuera.
Boudou: cuando las instituciones celebran a los condenados
Nadie duda ya de que buena parte de las instituciones, que deberían ser la salvaguarda de nuestros derechos y garantía del cumplimiento de los deberes de todos, han quedado en las manos equivocadas. Solo así puede un padre de familia que inculca a sus hijos los valores de la honestidad y la integridad explicarles los motivos por los que en el Senado de la Nación, el 9 del mes actual, se ovacionó a Amado Boudou, un condenado por corrupción que, además, fue vicepresidente de la Nación. Una escena que estremece y escandaliza, una más en la interminable película protagonizada por quienes, desde la cima del poder, solo persiguen su impunidad a cualquier precio.
Unos 200.000 dólares al mes es lo que se calcula que nos cuesta cada senador; unos 58.000, cada diputado, según el economista Roberto Cachanosky. Más de 15.000 millones de pesos del presupuesto de gastos de la administración nacional ya se han esfumado y solo se ha sancionado una ley en lo que va del año. Comisiones parlamentarias inactivas. Ausencia de sesiones. Acusaciones cruzadas. Y una ley como la de boleta única, que podría devolvernos alguna ilusión de superar las trampas electorales y reducir los innecesarios gastos de la política, parece conseguir más detractores, empezando por el Presidente, que respaldos. Ninguno quiere renunciar a sus prebendas.
Quienes tienen el coraje de enfrentar a las mafias sindicales, narcos y criminales en general suelen no encontrar los apoyos necesarios y a riesgo de perder su salud, cuando no sus vidas, piden licencia. Los fiscales anticorrupción que dan batalla sufren aprietes y resisten valerosamente ante el afán oficial por cooptar la Justicia. Los ciudadanos amedrentados no presentamos todas las denuncias que deberíamos ante irregularidades de todo tipo. Nos gana la anomia, pero de alguna forma la rabia brega por expresarse.
Una rencilla en la cola de un supermercado termina en homicidio, una discusión de tránsito puede resultar mortal. La calle es una jungla con ánimos exacerbados. No entendemos por qué aumentan los casos de bullying ni los femicidios, jamás justificados, la espiral de violencia crece. Violencia que nunca será el camino.
Alexis de Tocqueville, autor de La democracia en América en 1840, se preguntaba cuánta desigualdad puede tolerar una democracia. La mira siempre más adelante. Hay que aguantar. ¿Hay que aguantar? ¿No habrá llegado el tiempo de comprometernos de manera activa? La ira de los mansos, titulaba una lectora una carta en LA NACIÓN. Una ira que enferma y retroalimenta un peligroso estado de cosas. No avivemos una salida antisistema. Instemos a la unión y el robustecimiento de quienes puedan contribuir a construir una sociedad más libre, una democracia que dé respuesta al clamor de quienes están excluidos y de quienes apuestan a progresar en su país, con una división de poderes que reasegure la institucionalidad que proclama la Constitución nacional. Que entiendan que solo el respeto por el que piensa distinto, el diálogo y los programas consensuados garantizarán el bien común. Que el silencio atrone. No permitamos que también nos roben el futuro.
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