Quedarse en casa
Más que nunca, la dura realidad a la que nos enfrenta un enemigo invisible y letal requiere la unidad nacional para detener el avance de la pandemia
Todos los países han emprendido una cruzada global contra este enemigo invisible y letal que afecta a más de 120 países y que está obligando a modificar las costumbres y rutinas de millones de personas. Es la crisis sanitaria más grave del último siglo. A fines del año pasado, solo una mínima parte de la población global había escuchado hablar de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en China central, que fue el foco de génesis del coronavirus, posteriormente bautizado como Covid-19. Desde entonces hasta hoy, este virus se expandió hasta alcanzar la categoría de pandemia para la Organización Mundial de la Salud, registrándose su altamente mortal presencia en los cinco continentes.
El mundo respira miedo. Se insiste respecto de la prudencia como herramienta de prevención, implementando múltiples medidas para enfrentar el virus. Desde el confinamiento o aislamiento de países enteros hasta el cierre de fronteras que han ordenado muchas naciones, incluida la Argentina, pasando por estrictos controles sanitarios en terminales aéreas, marítimas y terrestres que sirvan para detectar posibles contagios y permitan ordenar aislamientos inmediatos.
Es así como el presidente Alberto Fernández, en una decisión que debe ser apoyada, dispuso mediante un decreto de necesidad y urgencia el aislamiento social preventivo y obligatorio para todos los argentinos. Las excepciones puntuales contemplan mantener servicios esenciales y el expendio de alimentos y medicamentos. La medida anunciada regirá hasta las 24 horas del 31 de marzo. La Prefectura Naval, la Gendarmería y las policías federal y provinciales controlarán la circulación en las calles y dispondrán sanciones penales para quienes violen la cuarentena.
Quedarse en casa es protegerse, pero también es cuidar al otro. El aislamiento y el distanciamiento social resultan indispensables en esta coyuntura para contener la propagación de la pandemia, sin descuidar el lavado de las manos y otras acciones de limpieza y autocuidado como las mejores estrategias de salud pública para prevenir el contagio. Aplanar la curva de la epidemia solo será posible si, como sociedad, todos desarrollamos una actitud solidaria y responsable en el marco de una coordinación efectiva que contemple también castigos para quienes no respeten las medidas que impone el statu quo.
La inédita situación tendrá múltiples y desgraciados efectos en diferentes planos. Más que nunca, la realidad nos demanda unidad para reducirlos y detener el avance de la pandemia.
La dirigencia política, mediante la convocatoria al diálogo por parte del presidente de la Nación y la cooperación de la que ha dado muestras la oposición, ha exhibido hasta ahora una actitud ejemplar, que es de esperar que se prolongue a la hora de buscar soluciones para las consecuencias económicas y sociales que traerá aparejadas la pandemia.
Atravesamos una crisis que lejos estaba del imaginario colectivo y que se parece cada vez más a una pesadilla. Sin distinción de banderas partidarias, todos debemos alinearnos unificadamente para facilitar la atención y contención de la enfermedad, superando estériles diferencias y buscando puntos en común para alcanzar consensos en defensa de tantas vidas que hoy están en riesgo.
Ante la falta de conciencia de muchas personas, que no han comprendido aún la responsabilidad que las asiste en esta emergencia, las autoridades deben ser inflexibles, como lo manifestó el presidente Fernández. Debemos evitar a toda costa que quienes no atienden de manera voluntaria el llamado a quedarse en casa se conviertan en portadores y en propagadores de un virus que podría llevar al país a una situación trágica, como la que viven Italia o España, si no se anticipan seriamente las acciones de prevención. Todos debemos entender, por las buenas o por el peso de las sanciones que corresponda aplicar, que cuando se habla de aislamiento no se habla de vacaciones.
Se debe tener presente que los más peligrosos transmisores de la enfermedad son precisamente quienes la portan de manera asintomática y que, por lo tanto, circulan despreocupadamente sin saber que la tienen. Respetar también la cuarentena en los casos de quienes llegaron de países comprometidos sanitariamente con la pandemia pasa a ser cuestión de vida o muerte. No hay lugar para la irresponsabilidad de algunos cuando comprometen el bienestar propio y el de los demás. No hay cabida tampoco para actitudes egoístas que promueven el sálvese quien pueda. El lema de la hora debe ser: todos cuidando de todos.