Reforma: mucho ruido, pocas nueces
A pesar de los anuncios rimbombantes y de los compromisos asumidos por una amplia mayoría de la dirigencia y hasta del mismo Gobierno, la reforma política ha terminado produciendo “mucho ruido y pocas nueces”, como dice el viejo refrán. El listado de las modificaciones que se han introducido es bastante modesto: incluye solamente la exigencia de elecciones internas y simultáneas, la limitación en el tiempo de las campañas proselitistas y la fijación de algunas reglas relativas a las nuevas normas sobre el financiamiento de los partidos políticos.
Con esas escasas reformas se está muy lejos todavía de haber avanzado hacia una renovación seria o significativa del escenario político. Lamentablemente, los cambios más necesarios y urgentes han quedado “en el tintero”, acaso para una posterior oportunidad. Eso significa que la manera de hacer política en la Argentina –tan cuestionada últimamente por la sociedad– seguirá exhibiendo los mismos vicios que la han llevado a su actual estado de desprestigio. Lo que el Congreso ha hecho –con la complicidad de la dirigencia política tradicional– es un típico acto de “gatopardismo”: se han hecho algunos cambios mínimos para que, en el fondo, no cambie ninguna de las cosas esenciales.
Por lo pronto, en la próximas elecciones presidenciales no se renovará la totalidad de los cargos, como pedía a gritos la opinión pública. Para eso hubiera sido necesaria una renuncia masiva de todos los legisladores o bien una reforma constitucional. El país perderá, así, una gran oportunidad para sanear y oxigenar su sistema político.
Por otra parte, se mantendrá el régimen de la llamada “lista sábana”, en la cual –como se sabe– detrás de un político conocido o notorio, ubicado como “cabeza de lista”, se postula a una legión de dirigentes ignotos cuya inclusión responde a maniobras y acuerdos partidarios, puestos al servicio del clientelismo político. Se insiste, de ese modo, en una práctica engañosa, que obliga a los votantes a confiar su representación a personas que les son totalmente desconocidas.
Tampoco han prosperado las iniciativas tendientes a reducir en un 25 por ciento el número de miembros de la Cámara de Diputados, medida reclamada insistentemente por la ciudadanía y que hubiera permitido reducir significativamente el costo de la política. El argumento que se ha invocado para no hacer la reforma es endeble y poco convincente: se dice que una disminución en el número de legisladores vulneraría la representación de la minoría.
Otro punto en el que se ha defraudado una vez más a la opinión ciudadana es el que se refiere a la posibilidad de que concurran a las elecciones candidatos independientes, no postulados por ningún partido. El Congreso no ha hecho el más mínimo movimiento para romper con el anacrónico sistema que otorga a los partidos la facultad monopólica de designar candidatos.
Lo que el Poder Legislativo ha hecho, evidentemente, contradice lo que la mayoría de la población esperaba y deseaba. En efecto, la ciudadanía ha brindado pruebas sobradas de que, a su juicio, los estilos, los personajes y los métodos que han imperado en la vida política argentina en las dos últimas décadas constituyen una rémora deplorable y que deben ser modificados de raíz.
El cierre corporativo de la clase política en defensa de sus privilegios y su rechazo a dejar de lado prácticas y vicios altamente cuestionados –con el argumento de que no hay voluntad de los dirigentes para dejar sus cargos– han llevado a una ruptura evidente de los lazos entre la sociedad civil y la comunidad política. En ese sentido, la Mesa del Diálogo Argentino –que integran representantes de la Iglesia Católica y de la Organización de las Naciones Unidas– elaboró una propuesta que, entre otros puntos, auspiciaba el recambio, en los próximos comicios, de todos los cargos públicos electivos, de los gobernadores provinciales a los legisladores de todos los niveles, pasando por intendentes y concejales.
Vale la pena retener lo que dijo el cardenal Jorge Bergoglio en su homilía del 25 de mayo último: “La gran exigencia es la renuncia a querer tener toda la razón; a mantener los privilegios; a la vida y a la renta fácil; a seguir siendo necios, enanos en el espíritu. Hay en toda la sociedad un anhelo ya propuesto, insoslayable, de participar y controlar su propia representación, como en aquel día que hoy rememoramos en que la comuna se constituyó en Cabildo.”
Como en 1810, el pueblo quiere saber de qué se trata. Pero, además, exige ser escuchado y tener una activa participación, un vigoroso protagonismo en el diseño de su futuro.