Sala Alberdi: el final de una toma insensata
Ocupado durante dos años y medio, el hoy recuperado espacio del Centro Cultural San Martín mostró un estado de deterioro y suciedad desolador
lanacionarTodavía parece mentira que, durante dos años y medio -desde agosto de 2010, para ser precisos-, la sala Alberdi del Centro Cultural San Martín haya estado ocupada por distintos grupos de usurpadores que se sucedían los unos a los otros, atribuyéndose todos mesiánicamente la misión de ser algo así como ángeles "tutelares y de gestión" de un espacio público que pertenece a todos los ciudadanos de Buenos Aires.
Ante otro fallo por el cual la Sala I de la Cámara de Apelaciones en lo Penal, Contravencional y de Faltas porteña ordenó el desalojo del lugar -no fue el primero, por cierto, ya que en mayo del año pasado la Justicia había dictado otra resolución- y como seguían las negociaciones entre el Ministerio Público Fiscal y las partes para intentar evitar un allanamiento por la fuerza, durante la madrugada del lunes, tres hombres y una mujer que mantenían ocupado el recinto desde principios de enero abandonaran voluntariamente las instalaciones.
Los llamados "okupas culturales", como también se los denominó, eran al principio alrededor de 15, entre empleados de la sala y artistas solidarizados con ellos. Sin embargo, las autoridades nunca los reconocieron como pertenecientes al personal del complejo. Finalmente sólo quedaron los cuatro ya mencionados.
Como se ha podido comprobar, la sala Alberdi ha quedado devastada por los años de ocupación y la desidia de los usurpadores. El estado de deterioro y suciedad del espacio ahora finalmente liberado es desolador, y bien lo muestran las fotos publicadas en los medios: instalaciones destruidas, butacas arrancadas y colocadas como barricadas para obstruir el ingreso, orina acumulada en botellones plásticos, entre muchos otros detalles igualmente rechazantes, sin contar con las obras de arte destruidas o maltratadas, como ya consignamos en un editorial anterior, efecto del acampe cultural hecho por aquellos que apoyaban la toma desde el exterior.
Justamente por todo lo descripto, es interesante analizar el punto de vista de los últimos ocupantes de la sala, todos jóvenes de menos de 30 años (uno de ellos es de nacionalidad chilena). Según dijo a este diario otra mujer, una asambleísta de nombre Soledad y que los representó el domingo pasado en la plaza seca del Centro en las negociaciones con el ministro de Cultura, Héctor Lombardi, y su par de Justicia y Seguridad, Guillermo Montenegro, como lo primordial era preservar su integridad física, "nos pareció que era el momento de que salieran". Una vez fuera del recinto, su relato difirió sustancialmente de todo lo que a primera vista puede opinarse después de ver los destrozos cometidos. Según ellos, han sido las verdaderas víctimas que trataban de sortear las condiciones de aislamiento en las que vivían -por su propia voluntad-, "sin baño ni agua corriente", mientras los que los acompañaban desde afuera les subían, gracias a una polea, "agua y comida, y toallitas húmedas" para higienizarse.
Estos testimonios prueban, por parte de los ocupantes, un grado casi infantil de comprensión de la realidad en la que han estado inmersos y por la que deberán afrontar las consecuencias. Por el otro lado, también es cierto que alarma el hecho de que una situación como ésta haya podido perdurar tanto en el tiempo y que todos los esfuerzos, tanto de las autoridades como de la Justicia porteñas hayan resultado burlados constantemente por gente que se arrogaba un derecho que de ninguna manera tenía sobre un patrimonio público y artístico.
Sin embargo, ha habido incluso hasta un planteo de inconstitucionalidad contra el fallo de la Sala I -el que ordenaba el desalojo y la restitución del bien a la Ciudad- elevado por el defensor oficial Gustavo Aboso, quien había sostenido que el delito imputado no podía ser tipificado de usurpación.
Recuperada la sala y encaminada ahora la Justicia hacia lo que será un proceso contra los cuatro imputados como presuntos responsables de los delitos de usurpación y de daños, corresponde que tanto las autoridades como todos aquellos que de una manera u otra han participado en este hecho realmente doloroso para la Ciudad reflexionen sobre qué es lo que en realidad significa este nivel de agresión a la cultura de una comunidad, que contó, lamentablemente, con el apoyo y el beneplácito de ciertos sectores porteños que nunca alzaron su voz para exigir la liberación de la sala Alberdi.
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