Tras el comienzo de la nueva campaña triguera
El campo confía en que estén tomadas todas las medidas de seguridad que impone el desarrollo tecnológico de cultivos resistentes a la sequía
El caso de la vacuna Sputnik contra el Covid-19, producida en un centro de investigaciones de Rusia, es el mejor ejemplo de que si la ciencia no se asocia a políticas sensatas y gana la aceptación de los mercados se terminan pagando precios inútilmente altos.
Dejemos de lado los aspectos empresarios más oscuros de por qué la política kirchnerista nos ató al comienzo a una vacuna que todavía no cuenta con la aprobación de los Estados Unidos, ni de Europa, ni de la Organización Mundial de la Salud. Dejemos de lado los juegos sucios del kirchnerismo con el autócrata de Moscú, que a esta altura no conforman ni siquiera a este último, perplejo ante tantos vaivenes argentinos, como quienes no solo por razones inmunológicas debieron salir, antes que otros, a vacunarse con variedades de aceptación mundial, a riesgo de que se les impidiera la entrada en no pocas de las potencias centrales de Occidente, parte de nuestro mundo.
El campo argentino se encuentra, hoy con otra papa caliente de igual calibre. Más que papa, es trigo: el trigo transgénico HB4, producido por la empresa Bioceres a partir del desarrollo tecnológico de cultivos resistentes a sequías. Se trata en realidad de un logro científico de la investigadora Raquel Chan, del Conicet y de la Universidad del Litoral, con su origen en la identificación de un gen que promueve la resistencia natural del girasol en ambientes pobres de humedad.
El desarrollo en amplia escala de las líneas de investigación como la que encaró en esta materia una empresa de notoria solidez científica y empresaria como Bioceres demanda, sin duda, inversiones considerables y, tal vez, endeudamientos significativos con los consiguientes costos financieros. No conocemos ni tenemos por qué conocer esos aspectos específicos del caso. Pero sí que esfuerzos de tal naturaleza merecen el mayor respeto, aunque sin olvido de lo que es, y debe ser, la asunción del riesgo empresario, más cuando se trata de investigación científica, con líneas bajo examen que a menudo llevan, no como en este caso, al más rotundo fracaso.
Los centros de acopiadores, los exportadores, las entidades gremiales del campo –desde la Rural a la Federación Agraria–, más todos los portavoces de la cadena productiva de trigo han expresado, sin embargo, su alarma por la autorización del ministro de Agricultura y Ganadería a la producción del trigo HB4. Lo han hecho poniendo al margen de la controversia las bondades científicas de la nueva semilla y aferrándose a una verdad de Perogrullo: “La innovación solo existe, en términos prácticos, cuando hay aceptación comercial del consumidor”.
Brasil aprobó la harina hecha con HB4, no el ingreso de la semilla. Otro tanto han dispuesto Australia, Nueva Zelanda y Colombia. En referencia a nuestro principal comprador de trigo, el ministro Julián Domínguez ha dicho que Brasil no puede negar nuestra soberanía “y menos la soberanía científica y tecnológica”.
Estas delicadas cuestiones no se arreglan con frases para la tribuna, y el ministro, si no lo sabe, debería saberlo. “El que paga decide qué quiere”, lo descolocó Fernando Rivara, presidente de la Federación de Acopiadores. En cambio, el ministro va, en principio, por buen camino cuando se empeña en persuadir de las bondades del HB4 a gobiernos extranjeros. El tema es que los gobiernos extranjeros, más que discutir el indiscutible hallazgo argentino, son sensibles a la opinión pública. La gente es supersticiosa con todo lo que tenga que ver con el pan. Que con el pan no se juega es casi un tema bíblico. Por eso, no deben extrañarse quienes procuran acelerar la aceptación general de este cultivo por el hecho de que se haya avanzado con mucha más facilidad en otras semillas transgénicas.
La gran cuestión es si una semilla transgénica pudiera aparecer en un embarque al exterior de trigo convencional. Si hay delirantes que han roto centenares de silobolsas, ¿no habrá un terrorista de igual calaña que procure mezclar al trigo convencional con semillas del trigo HB4?
Confiamos en que todas las medidas de seguridad estén por ahora tomadas. En nombre de Bioceres, el director de la empresa, Claudio Dunan, ha dado ante la sociedad su palabra de que es así. Ha dicho que se sientan todos tranquilos, que no están generando riesgos. Que siguen adelante con una producción de identidad preservada “y así reducir el riesgo de la presencia adventicia (la no querida) en la cadena comercial”. Por eso el total de los miles de hectáreas que se siembren con trigo HB4 este año será solo con destino a Bioceres, como ocurrió en la campaña anterior. El propio ministro Domínguez no estuvo precisamente convencido en la campaña precedente de que hubiera sido ideal cultivar tantas hectáreas como hubo dedicadas a esta clase de semilla.
Deseamos el mayor de los éxitos a los empresarios que cargan sobre sus hombros la tarea de convencer sobre el hallazgo del trigo contra sequía a los compradores del exterior. También al ministro Domínguez, que ha asumido con entusiasmo tan delicado compromiso. Aunque resulte una paradoja que quien deba desarmar políticas comerciales extranjeras fundadas en supercherías populares sea el ministro de un gobierno argentino –y por extensión, representativo de todo el arco de gobiernos populistas que ha debido soportar el país desde la revolución de 1943–, cuyos orígenes se fundamentan sobre una demagogia desenfrenada en todos los órdenes.
Son comprensibles, por su parte, los temores, tras el comienzo de una nueva siembra, de quienes asumen la representación del inmenso número de productores de un cultivo hasta aquí tradicional que tanta riqueza genera para la Argentina.