Un plan productivo para diez años
La iniciativa presentada por entidades del agro, de la industria y del comercio demuestra responsabilidad y un elevado compromiso con el crecimiento del país
Más de cuarenta entidades del agro, de la industria y del comercio se han asociado en la presentación a las autoridades públicas de un documento sobre reactivación agroindustrial en el país. Ese impulso, nacido meses atrás entre temores de que peligrara la integración argentina al Mercosur, constituye una manifestación de urgencias impostergables en las actuales circunstancias de la economía nacional y mundial. Refleja, además, la conjunción de sectores convocantes que se han hecho cargo del imperativo de aunar voluntades en una situación tan crítica como la actual.
Los problemas estructurales que nos aquejan requieren como nunca el concierto de voluntades entre las fuerzas más representativas de la República, tanto de orden social como político. En este caso, la idea movilizadora ha sido poner en marcha, en los próximos sesenta días, iniciativas tendientes a potenciar la capacidad exportadora del país y a sentar las bases de un plan de trabajo mancomunado para los próximos diez años.
Ha habido coincidencias sobre la buena receptividad que la propuesta ha obtenido en los principales niveles de gobierno en los que ha sido presentada: entre ministros, gobernadores y la conducción de la Cámara de Diputados de la Nación, a cargo de Sergio Massa. Ha sido tal el crecimiento de las exportaciones argentinas desde la década de los noventa, en particular en granos, carnes y otros rubros alimenticios, que no parece descabellado el afán de superar los 65.000 millones de dólares exportados el año último a fin de llevarlos, en la coronación final de lo que se plantea, a 100.000 millones en 2030.
Si la aspiración más inmediata se cumpliera, subirían en 16.000 millones de dólares los ingresos por exportaciones en cinco años más. Entre las medidas que se sugieren para hacerlo posible, figuran la promoción de inversiones a través de mecanismos tributarios tales como la amortización de pagos a cuenta del impuesto a las ganancias; la devolución del IVA técnico en caso de nuevas inversiones; las operaciones de canje para la adquisición de maquinaria nacional, y descuentos impositivos para la compra de semillas debidamente fiscalizadas.
Este último rubro significaría, en términos implícitos, un estímulo a la ley de semillas pendiente de sanción. De otro modo, el agro se privará de la utilización de eventos agronómicos de última generación que ya están dando frutos en mercados externos y el país seguirá en falta en cuanto al respeto de derechos de propiedad intelectual.
La palabra "subsidios" está ausente de las propuestas presentadas, tan atentas, por otro lado, a los conceptos de sustentabilidad ambiental; inclusión, por la creación de 700.000 nuevos puestos de trabajo, y federalismo, por la diversidad de recursos regionales que beneficiaría. Los subsidios, como nadie ignora, han originado clientelismos políticos que forman parte de las rémoras y corruptelas que cabe descartar en una política a 10 años con estabilidad fiscal y financiera.
Entre las entidades gremiales participantes de las propuestas figuran la Unión Industrial Argentina, la Bolsa de Cereales, Coninagro, Confederaciones Rurales Argentinas y la Federación Agraria Argentina. Un plan concebido para extenderse a lo largo de tres períodos presidenciales exige, más que otras veces, según han entendido quienes lo patrocinan, involucrar a los portavoces institucionales de la oposición, como los jefes de bloques legislativos. Por eso el carácter conferido a las conversaciones en trámite.
El mensaje de los autores del plan, sujeto a las discusiones propias del estado parlamentario con que se quisiera revestirlo, ha prescindido, con buen criterio, de las retóricas que caracterizan las posiciones unilaterales de los elencos productivos de primer orden en el país. El campo ha dejado así de lado el señalamiento –incontrovertible, por cierto– de que es el sector que genera los mayores ingresos por divisas y sobre el que se carga el mayor peso fiscal. Por su parte, la industria ha prescindido de defender con ahínco profesional algunos de sus capítulos con historiales de subsidios por debilidades estructurales –en algún punto, casi eternas– para afrontar la libre competencia con productos de otros mercados.
Se supone que los impulsores de este proyecto han pasado por alto el nuevo traspié lingüístico del Presidente cuando dijo al Financial Times que no creía en planes económicos. Todos se resisten a tomar esas palabras al pie de la letra. Hacen bien los convocantes en concentrarse en su propia interpretación de la realidad, probada en experiencias de muchos años: en vez de llevar a las autoridades un problema, ponen a su consideración soluciones que luego se verá hasta dónde consiguen avanzar.
Ha sido plausible, también, en requerir entrevistarse, con vistas a integrarla a las conversaciones en marcha, con la vicepresidenta de la Nación. No ha habido respuesta a los tres o cuatro llamados formulados, pero se insistirá en ellos en función de la jerarquía de su cargo. El núcleo duro del kirchnerismo parece haber iniciado una fase de aislamiento del Gobierno y conserva más capacidad de activismo ideológico que de penetración en la aceptación popular en el país. Retrocede más y más en las encuestas populares. Cuenta, sin embargo, con gravitación apreciable en el Congreso y, por más que la expresidenta esté concentrada en resolver cuestiones personales en la Justicia por los múltiples casos de corrupción en que se ha visto envuelta, sería un progreso incorporarla a la afirmación de un plan serio en favor de la producción y las exportaciones nacionales.
Si pierde la oportunidad a la que se la invita, y decide aferrarse al criterio de quienes descreen del valor de las inversiones externas, del comercio exterior y del potencial innovador y creativo que anida en la actividad privada, quedará ya sin remedio aislada entre los panfletistas de un populismo marxista sin destino, en un mundo que avanza en otra dirección. La rueda de consultas se cerrará con el presidente de la Nación.
Cabe aplaudir a los dirigentes que se han abocado a un papel que debiera haber asumido el Gobierno desde el primer día. Si este sabe escuchar, habrá enmendado ese déficit propio y los demás podremos decir que más importante que la autoría de los buenos proyectos es la vocación y la garra para llevarlos adelante.
LA NACION