Una crisis diplomática
La convivencia empieza a degradarse cuando se quiebran las leyes, escritas y no escritas. Una regla no escrita en la diplomacia consistía en que un Estado no trabajaba en favor de la caída del gobierno de un país amigo. Es lo que vienen haciendo, desde hace semanas, los dos hombres fuertes del gobierno italiano, Matteo Salvini y Luigi Di Maio, al apoyar a un sector del movimiento de los "chalecos amarillos" en su esfuerzo por derribar al presidente francés, Emmanuel Macron . El jueves Macron dijo basta y llamó a consultas al embajador francés en Roma. Fue un gesto drástico. Pero marcó con claridad los límites a las frívolas provocaciones de unos líderes nacionalistas y populistas que socavan el espíritu y la letra de la Unión Europea, un club donde las diferencias se resuelven por la negociación y por los cauces institucionales, y no mediante la agitación, a veces violenta, como ha ocurrido con los "chalecos amarillos".
Que los gobernantes de Italia jaleen a quienes en Francia llaman a la insurrección parece aceptable, y no debería serlo.
La Europa de los Salvini, Di Maio y Le Pen amenaza con barrer a la de Schuman, Monnet y De Gasperi. La retirada del embajador francés, una advertencia al gobierno italiano sobre los costos de esta deriva, era un gesto necesario.