Una España dividida
Esta vez las encuestas anticiparon correctamente el resultado de las recientes elecciones españolas , en las que el socialismo (PSOE), conducido por Pedro Sánchez , se impuso con claridad y obtuvo 123 bancas legislativas sobre un total de 350.
El PSOE no alcanzó las 176 bancas que le hubieran dado una mayoría propia y sus dirigentes inmediatamente sorprendieron anunciando que intentarán "gobernar en soledad", según explicitó su propio líder. No será una empresa fácil en una España que luce políticamente muy dividida. Lo cierto es que el socialismo solo obtuvo en la reciente elección el 28,7% del total de los sufragios, superando el 23% conseguido en 2016.
El gobierno que habrá de conducir ahora a España, a juzgar por sus postulados electorales, seguirá siendo eminentemente proeuropeo y priorizará, según ha anunciado, una política dirigida a la reducción de las desigualdades.
Las agrupaciones de centro, sumadas a las de la derecha, se quedaron teóricamente con la mayoría de los votos, pero no consolidaron una alianza de gobierno. La novedad más impactante ha sido el notorio crecimiento de la ultraderecha, enrolada ahora en el seno de Vox, partido que obtuvo poco más del 10% de los sufragios y 23 bancas. Este sector político mira con desconfianza a la inmigración y propone reducirla al mínimo posible; desconfía abiertamente del islam, al que identifica con el terrorismo contemporáneo y condena al separatismo catalán.
El Partido Popular (PP), fuerza de centroderecha que gobernó hasta mayo de 2018 y ocupó el segundo lugar, hizo una mala elección. Cosechó esta vez solo el 16,7% de los votos totales y se quedó con apenas 66 bancas, cuando hasta ahora contaba con 137. Ha perdido nada menos que la mitad de los votantes que lo acompañaron en 2016. Por su parte, Ciudadanos se adueñó del tercer lugar y pasó de tener 36 escaños a 57, tras haber rechazado aliarse con el PSOE.
La izquierda, por su parte, representada esencialmente por el movimiento Podemos, que entró en cuarto lugar y sumó 35 escaños, podría tratar de pactar con los socialistas, aunando a los pequeños partidos regionales catalanes y vascos, para proponer gobernar con una coalición de izquierda, en caso de que la pretendida soledad propuesta por el socialismo no se concretara.
La concurrencia a las urnas fue bastante alta: el 75,8% de quienes estaban legalmente en condiciones de hacerlo fueron a votar, seis puntos más que en los comicios de 2016. Es reflejo de un ponderable compromiso social con la política.
En manos del socialismo, España previsiblemente continuará, al menos en líneas generales, con el derrotero político que la venía caracterizando desde que el primer ministro Sánchez asumiera el timón del gobierno. No se visualizan hoy mayores probabilidades de imprevisibles cambios de rumbo. La fragmentación política característica de muchas democracias europeas actuales se ha consolidado también en España.