Aclamado en un campo de refugiados
Los palestinos desplazados por las guerras entre árabes e israelíes pidieron apoyo al Pontífice para recuperar sus tierras
BELEN (De una enviada especial).- Se llama "campo de refugiados", pero no se parece en lo más mínimo a esos que, justo en esta época, hace un año, comenzaron a surgir como hongos en Albania y Macedonia, para albergar a cientos de miles de desesperados refugiados kosovares, echados de su tierra.
El campo de refugiados de Deheisha se parece más bien a una "buena" villa miseria o a un barrio muy pobre de cualquier ciudad del Tercer Mundo. Diez cuadras por cinco, a lo largo de una calle principal, a los pies de una colina, llenas de precarias construcciones de dos pisos, muchas descascaradas y venidas a menos, montículos de basura amontonados, esqueletos de edificios, piedras, suciedad, polvo.
Las únicas carpas blancas que hay son simbólicas y han sido levantadas sobre la avenida principal para la visita papal: "Los exiliados de Jerusalén dan su bienvenida al Papa", se lee allí.
En el campo de refugiados de Deheisha, que en árabe significa algo así como "sorpresa", viven casi 10.000 personas. Y es uno de los 19 campos de refugiados que hay en Cisjordania, donde se estima que viven unas 533.000 personas. En total, según fuentes de la ONU, se calcula que de los 21 millones de refugiados que hay en el mundo, 3 millones y medio son palestinos. Muchos de ellos viven en Jordania (1.360.000), en Gaza (792.000), en el Líbano (352.000) y en Siria (350.000). Es gente que perdió su casa y su tierra a raíz de la guerra árabe-israelí de 1948 -cuando se creó formalmente el Estado de Israel-, y la de 1967.
Ayer, también el paupérrimo "barrio" de Deheisha se vistió de fiesta para recibir al Santo Padre. Los carteles y pasacalles colgados junto a banderas palestinas y vaticanas tenían, sin embargo, mensajes que iban más allá de una simple bienvenida: "Nuestros niños tienen derecho a vivir en paz"; "tenemos derecho a volver a nuestras casas"; "sí al Estado palestino y Jerusalén capital"; "el derecho al retorno es algo santo que no se discute"; "hay millones de refugiados que esperan volver del Líbano, Jordania, Gaza, Cisjordania y Deheisha"; "no hay paz sin el derecho al retorno de los refugiados"; "las sanciones en contra de Irak deberían ser levantadas".
En medio de las varias y difíciles cuestiones que engloba el proceso de paz, los palestinos exigen que los israelíes respeten el derecho al retorno de los más de 3 millones y medio de refugiados.
Poco antes de que llegara el Papa a la escuálida avenida principal de este lugar, donde fue recibido triunfalmente, decenas de niños pululaban entusiasmados por ahí, vistiendo remeras hechas especialmente para la ocasión, con una inscripción en el mejor estilo Martin Luther King: " We have a dream " (tenemos un sueño).
Vestido de traje gris y con un kefíeh blanco en la cabeza, Hassan Manudi, de 76 años, contó a La Nación su historia. Tez oscura, bigote y ojos negros, este hombre vive desde hace 52 años en Deheisha junto a su familia. Son sesenta personas -entre hijos, sobrinos y nietos- que viven hacinados en un precario departamento de 60 metros cuadrados. "Los judíos me echaron de mi campo, que quedaba en Zacaría, en 1948. Allí vivía bien: tenía un campo, animales, mi tierra, pero perdí todo." En estos 52 años Manudi se las arregló para darles de comer a sus hijos haciendo changas.
Pese a que, como la mayoría de los palestinos, es musulmán, Manudi ayer salió a la calle para ver al Papa. ¿Qué espera de su visita? "Que apoye a los refugiados palestinos y a nuestro derecho a regresar a nuestra tierra", contesta.
¿Espera volver a Zacaría? "Claro, es una cosa santa: nunca cancelaré ese deseo de mi mente."
Mientras pela ajos en su tienda de comida árabe, Soraya Sala, de 30 años, es más escéptica. Es lógico. Pese a que su familia también fue echada en el ´48 de un pueblo llamado Der Schlak, que queda a unos 28 kilómetros de aquí, ella nació en este campo de refugiados. "Nací aquí, me casé aquí y tuve un hijo aquí", afirma. Nunca conoció su tierra ni la casa de sus padres, pero sabe que vivían mucho mejor: "Era una de las familias más ricas del pueblo", cuenta. Con la cabeza cubierta por un pañuelo, su gesto es de desesperanza total a la hora de contestar qué significa para ella la visita del Santo Padre a Deheisha: "No me importa. Estoy segura de que no cambiará nada".
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