Crónicas norteamericanas. Adiós a la libertad de palabra
MIAMI.- En ocasión de un foro de profesores de lenguaje y literatura en Washington, el pasado 27 de diciembre, el escritor Ariel Dorfman comenzó su disertación con una asombrosa anécdota. Durante su escala en Miami había sido detenido por agentes del Departamento de Seguridad Interior, quienes habían procedido a incautar el texto de su discurso y a interrogarlo intensivamente. Frente la imposibilidad de leer el texto original -explicó-, narraría, en cambio, la extraña conversación que había mantenido con los dos agentes.
La historia del incidente en Miami era una total invención de Dorfman, una ficción que le permitía reflexionar acerca de las contradicciones que confrontan los intelectuales en la era posterior al 11 de Septiembre, acerca del peligro de sucumbir a la erosión de las libertades en los Estados Unidos.
Pero aunque abundó en guiños, signos y pistas de que lo que estaba contando era una completa fabricación, al final de su alocución descubrió, con asombro, que muchos en la audiencia habían tomado la historia por verdadera.
Dorfman contó esto en un artículo en la revista Mother Jones, explicando que cuando confesó a algunos colegas su sorpresa ante la ingenuidad y falta de sutileza de una audiencia sofisticada, la respuesta unánime fue que el verdadero ingenuo era él. Lo que para él constituía una sátira y una exageración de los hechos, para los demás era la más absoluta realidad.
En los Estados Unidos de hoy, la ficción lúdica de Dorfman es tan factible como creíble. Un ejemplo de cómo la atmósfera de sospecha instalada a partir de los atentados facilita la aparición de "cazas de brujas" surgió hace unos pocos días, cuando Los Angeles Times reveló que una asociación de graduados de la Universidad de California, en Los Angeles, ofrecía dinero a los estudiantes que se comprometiesen a tomar notas en las clases de profesores considerados de izquierda.
La organización, liderada por Andrew Jones, un ex dirigente estudiantil republicano de 24 años, configuró una lista de profesores supuestamente de izquierda a los que bautizó "Los 30 sucios".
El grupo los acusa de "hacer proselitismo en las aulas" y de "lavar el cerebro de los estudiantes", y ofrece 100 dólares a los alumnos que se presten a grabar el contenido de las clases de profesores que "se dediquen a hacer digresiones ajenas a sus tópicos" en favor de ciertas ideologías políticas.
En un mensaje que encabeza su sitio de Internet, donde se lista a los catedráticos acusados, Jones explica que "los perfiles de estos profesores son prueba de la existencia de un cuerpo de profesores cada vez más radicalizado en UCLA".
La asociación cuenta con un cuerpo consultivo que incluye a algunas conocidas personalidades del ámbito académico conservador. Por su parte, la administración de la universidad admitió que, por el momento, puede hacer muy poco para bloquear sus actividades.
El de Jones no es el único grupo que trata de ejercer presión sobre lo que se enseña en las aulas. Grupos similares en otras universidades de los Estados Unidos están abocados a exponer y combatir lo que consideran una excesiva proporción de profesores de izquierda.
Días atrás, dos profesores de la Universidad Internacional de la Florida fueron arrestados, acusados de espionaje a favor de Cuba. Ninguno de los dos tenía acceso a información confidencial de cualquier naturaleza y si resultase que, efectivamente, transmitieron alguna información a La Habana, no pasaba del nivel de aquello que uno puede escuchar en cualquier peluquería de la Calle Ocho.
Pero la prensa los llama "los espías de Miami" y la comunidad cubana deplora "la traición".
Alguien, en alguna oficina perdida del departamento de acción psicológica de la Casa Blanca, debe de estar muriéndose de risa.