Opinión. Ante un flagelo terrible
Por John F. Maisto Para LA NACION
Los ministros de Relaciones Exteriores de 34 países del hemisferio se reúnen desde ayer en Quito con motivo de la reunión anual de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), que terminará mañana.
La OEA, cuyas raíces se remontan a 1890, es la organización regional internacional más antigua del mundo. Para Estados Unidos, se ha convertido en el principal foro para manifestar nuestro compromiso multilateral con las otras naciones del hemisferio, en la búsqueda de soluciones prácticas a los difíciles problemas de la región.
La Asamblea General de este año considerará uno de esos problemas difíciles: el impacto de la corrupción en el desarrollo social y la democracia.
No hay duda de que la corrupción provoca enormes daños a las democracias del hemisferio. Socava la confianza que los votantes deben tener en que su gobierno trabaja en favor de sus ciudadanos y en que la democracia merece ser preservada.
La corrupción distorsiona la administración de la justicia y fomenta la criminalidad, dado que el soborno y el tráfico de influencias con frecuencia están vinculados con otros delitos, como el narcotráfico, el lavado de dinero y la extorsión.
La corrupción derrocha los aportes de los contribuyentes, vaciando de esta forma los recursos que tanto se necesitan para la inversión social y nueva infraestructura.
La corrupción redistribuye los recursos a quienes están políticamente conectados, negándoles mejores oportunidades económicas a los ciudadanos menos favorecidos.
También fomenta la creación de obstáculos burocráticos al comercio y con ello desfavorece tanto el comercio como la inversión, vitales para el crecimiento económico de la región.
El Banco Mundial ha identificado a la corrupción como el "obstáculo principal y único al desarrollo social y económico" que enfrentan naciones en todo el mundo. Se estima que, anualmente, la corrupción les roba a los países en vías de desarrollo por lo menos el uno por ciento de su producto bruto interno (PBI).
Estados Unidos está ayudando a combatir la corrupción en la región. Nuestra ayuda técnica permite a los países del hemisferio actualizar sus códigos penales, crear códigos de ética y establecer grupos de tareas especializados en la lucha contra el lavado de dinero.
Nosotros cooperamos con las investigaciones de las agencias extranjeras encargadas de aplicar la ley: a comienzos de año anunciamos la devolución de 20 millones de dólares al gobierno del Perú, que fueron sacados al extranjero por Vladimiro Montesinos, ex jefe de inteligencia del gobierno de Alberto Fujimori.
En enero, el presidente George W. Bush firmó una ley que permite a Estados Unidos denegar la visa a ciudadanos extranjeros involucrados en actos de corrupción pública que perjudican los intereses de nuestro país.
Además, estamos reorientando nuestros programas de ayuda extranjera para alentar a los países a que "hagan lo correcto" a la hora de erradicar la corrupción y promover la transparencia.
Afortunadamente, la OEA también ha comenzado a enfrentar este problema. En 1996 las naciones del hemisferio firmaron la Convención Interamericana contra la Corrupción, el primer acuerdo de ese tipo en el mundo. No obstante, ha sido un desafío traducir en actos reales las palabras de la Convención. Se tiene prevista una reunión especial de los Estados miembros de la Convención en Managua, en julio. Necesitamos salir de esa reunión con un plan que facilite la cooperación internacional e impulse a la acción.
Los líderes del hemisferio comprenden claramente que la corrupción es un flagelo terrible. En la Cumbre Extraordinaria de las Américas, realizada en enero en Monterrey, México, los presidentes y primeros ministros de la región se comprometieron a fomentar una "cultura de la transparencia" y a "negar refugio seguro a los funcionarios corruptos, a quienes los corrompen y a sus bienes".
Ese espíritu combatiente debe ser reafirmado en Quito, mantenido hasta el encuentro en Managua, y reforzado una vez más en la próxima Cumbre de las Américas, que tendrá lugar en la Argentina.
La Asamblea General de este año elegirá un nuevo secretario general. Nos parece que para esa nueva persona no hay mejor manera de ganarse el respeto del hemisferio que enfrentar el flagelo de la corrupción. El nuevo secretario general puede contar con Estados Unidos como socio para enfrentar ese difícil desafío.
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