Batalla: los dreamers, entre la resistencia y la incertidumbre por su futuro
WASHINGTON.- Días atrás, Bruna Bouhid, una brasileña de 26 años, cantaba canciones sacadas del arcón del movimiento por los derechos civiles junto a otros jóvenes fuera de la oficina de Nancy Pelosi, líder de los demócratas en la Cámara baja del Congreso. Pedían un futuro.
"El trabajo del doctor King nos inspira todos los días", dice Bouhid a LA NACION, en perfecto inglés, al hablar de Martin Luther King Jr., líder del movimiento que terminó con la segregación racial en Estados Unidos. "Estamos cansados, fueron meses movidos, y no va a terminar".
Bouhid es uno de los cerca de dos millones de jóvenes inmigrantes indocumentados conocidos como dreamers, que llegaron a Estados Unidos de chicos con sus padres, y que pelean desde hace casi dos décadas por su ciudadanía. Un anhelo que se les escapa una y otra vez.
Unos 800.000 jóvenes -entre ellos, 5000 argentinos- obtuvieron una residencia y permisos de trabajo gracias a un plan de Barack Obama. Pero Donald Trump lo suspendió y dejó todo en manos del Congreso, donde republicanos y demócratas, enfrascados en un toma y daca, no encuentran una solución. El resultado: los dreamers quedaron en un limbo.
Washington tenía una fecha límite: el próximo 5 de marzo, el día fijado por el gobierno de Trump para cerrar las renovaciones de los permisos del programa de Obama, conocido con el nombre de sus siglas en inglés (DACA). Pero un fallo de un juez en California contra la decisión del presidente republicano abrió, el mes anterior, una grieta que, por ahora, permite estirar los pedidos de extensión. Esa ventana, con todo, puede cerrarse con otro fallo que dejó a los dreamers en una situación de incertidumbre.
"La gente está constantemente cansada", dice Tomás Pendola Biondi, un argentino de 26 años y profesor de química. "No es cansancio de trabajo, es cansancio emocional. Un día te dan esperanza, y al otro día te la arruinan. Y al otro día sale algo peor, y al otro sacan que va a salir una ley, y al otro día que no. Es un arriba y abajo emocional que te mata", lamenta.
Los dreamers son, a los ojos de sus defensores, "norteamericanos en todo, menos en los papeles". Trabajan, estudian, sirven en las fuerzas armadas, fueron portada de la revista Time, tienen el respaldo de la mayoría del país, y republicanos, demócratas y la Casa Blanca dicen que quieren darles lo que piden. Pero su sueño nunca llega.
Estados Unidos, se dice aquí muy seguido, es una "nación de inmigrantes". Pero, aun así, la inmigración es uno de los temas que más divide al país. Los demócratas quieren una mayor apertura, más extranjeros y un plan para convertir en ciudadanos a los 11 millones de inmigrantes indocumentados que viven aquí, la mayoría de ellos mexicanos.
Los republicanos, que antaño tenían una postura alineada con la de los demócratas, ahora quieren una política más restrictiva y menos inmigrantes, y muchos rechazan cualquier "amnistía", un giro que se potenció con la llegada de Trump a la presidencia.
"Los norteamericanos también son soñadores", graficó el mandatario en su discurso en el Congreso sobre el Estado de la Unión, a fines del mes pasado.
Así y todo, los dreamers despiertan una fuerte simpatía en el país y han logrado eludir, hasta cierto punto, la grieta ideológica. Las encuestas coinciden en que dos de cada tres estadounidenses quieren que se queden.
Katie M. Sarreshteh, una abogada migratoria de Los Ángeles, trabaja en un entorno de incertidumbre máxima. Intenta calmar a sus clientes, mientras los alienta a aprovechar el fallo que los activistas consiguieron en California, y a aplicar a renovaciones de los permisos de trabajo y residencia, mientras la ventana siga abierta. El programa, dijo, ya se cerró por completo para una persona que aplica por primera vez.
"Es un ambiente de incertidumbre y miedo. Y es gente que trabaja en nuestras comunidades, y de repente van a comenzara desaparecer", describió. "Va a ser una tenaza para nuestra economía", agregó Sarreshteh.
Un estudio del Centro Progresista Americano (CAP, por sus siglas en inglés), un think tank vinculado a los demócratas, estimó que cada día unos 122 jóvenes indocumentados pierden la protección que les dio Obama. El jefe de gabinete de Trump, John Kelly, se preocupó por aclarar días atrás que los dreamers no iban a ser "una prioridad para deportación". Pero activistas recibieron esa garantía con escepticismo, al recordar el fuerte aumento en los arrestos de inmigrantes indocumentados que construyó el gobierno de Trump.
"Ya sabemos que Trump quiere lo más duro para los inmigrantes, aunque diga que tiene un corazón para nuestros dreamers", dijo Alejandra Saucedo, una activista argentina radicada en Florida.
En el Congreso, la puja por los jóvenes inmigrantes quedó mezclada con las peleas por el presupuesto y el muro. Después de dos cierres (shutdown) del gobierno por las trabas en las negociaciones, el Congreso logró sacar un acuerdo por dos años, y el frente quedó despejado para el debate migratorio.
Si el Congreso no consensúa una ley que Trump quiera firmar, cientos de miles de jóvenes quedarán, otra vez, a merced de los agentes de la "migra", como suele llamarse coloquialmente al Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE, según sus siglas en inglés), la agencia federal a cargo de los arrestos y la deportación de indocumentados.
Una figura clave es el republicano Paul Ryan, quien tiene la llave de la Cámara de Representantes, hogar de los sectores más radicalizados del partido.
Proyecto
En el Senado, el líder republicano, Mitch McConnell, prometió permitir que se vote una ley solo para los dreamers. El primer proyecto, que les dio su apodo, fue presentado en 2001 por el senador demócrata Dick Durbin. Con la bancada demócrata y el apoyo de republicanos moderados, el proyecto podría llegar a salir con facilidad. De hecho, el Senado ya logró aprobar, en 2013, un proyecto de reforma migratoria.
Pero Ryan ha dicho que quiere un proyecto respaldado por Trump, quien pidió, a cambio de darles un camino a la ciudadanía a los jóvenes extranjeros, fondos par completar el muro en la frontera con México, el fin de las visas familiares y la lotería de permisos de residencia, demandas indigeribles para muchos demócratas.
O un lado cede o los dreamers volverán a las sombras.
Bruna Bouhid no espera que su lucha termine pronto. Dijo que los jóvenes están unidos, fuertes, y prometió que seguirán adelante, lleve el tiempo que lleve.
"Lo que amo de Estados Unidos -indicó, luego de la charla, en un correo electrónico- es que me permite luchar por el Sueño Americano".
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