¿Cambia de sexo el gobierno de Bush?
El anónimo columnista Lexington advierte en The Economist que el papel del Partido Demócrata y el Partido Republicano en la política norteamericana podría ser comparado a las funciones maternal y paterna dentro de la familia. Protectora, la madre mima a sus hijos. Severo, el padre fija las reglas. Esto era así en tiempos de la familia tradicional.
Lexington llama a los demócratas "el partido de mamá" ( mommy party ) y a los republicanos "el partido de papá" ( daddy party ). En tanto aquéllos enfatizan la ayuda social y la protección del medio ambiente (típicos temas "femeninos"), a éstos los preocupan la defensa nacional y la vigencia de la ley y el orden (típicos temas "masculinos").
En sus primeros siete meses de gobierno, el presidente George W. Bush ha encarnado la figura paterna de los republicanos. Bajó los impuestos que iban a la ayuda social para que los ricos, invirtiendo más, impulsen el crecimiento económico; se negó a firmar el tratado "ecológico" de Kyoto contra los gases que calientan la Tierra y anunció que construirá un escudo antimisilístico en torno de los Estados Unidos, reanudando la carrera armamentista.
Lexington se pregunta si Bush podrá continuar esta línea de conducta "machista" o si deberá ceder a las demandas por una política maternal que lo presionan dentro y fuera de los Estados Unidos. Después de haber sido tan masculinos al comenzar su gobierno, ¿cambiarán de sexo los republicanos?
El desafío argentino
Bill Clinton, como buen demócrata, encabezó una "presidencia de mamá". Habiendo ingresado en ella con toda la pasión maternal de Hillary y su proyecto por extender a todos la asistencia médica, debió retroceder después a la posición paterna de la ortodoxia económica gracias a la cual le aseguró a su país un largo período de crecimiento, pero aun así los reflejos maternales de Clinton se manifestaron en otros campos como la ayuda externa. ¿México, Rusia y el sudeste asiático corrían el peligro de caer en cesación de pagos? Allí acudía mamá Clinton a rescatarlos a través del Fondo Monetario Internacional. A fines de 2000, cuando Machinea obtuvo el "blindaje", Clinton recorría el último tramo de su presidencia.
A Bush y a su secretario del Tesoro Paul O´Neill, les chocaba todo esto. Si un país ha sido tan irresponsable como para pedir lo que no podría devolver, ¿hay que rescatarlo cuando cae en cesación de pagos o dejarlo que enfrente las consecuencias de su propia torpeza para que el "castigo" sirva de escarmiento?
Lo mismo vale para los bancos que le prestaron. En los casos de México, Rusia y la propia Argentina, los bancos vivieron en el mejor de los mundos porque, habiendo conseguido altas tasas de interés en función del riesgo que asumían, cuando el riesgo se concretó corrieron donde estaba "mamá Washington" para que los salvara del castigo a su imprudencia.
Bush y O´Neill empezaron a gobernar con esta idea. Hasta que les llegó la crisis argentina. Así como la necesidad había forzado a Clinton a ser menos maternal frente al plan médico de Hillary, la caída inminente de la Argentina acaba de obligar a Bush y a O´Neill a ser menos paternos al respaldar el plan del Fondo para rescatarla.
De un sexo al otro
Sea maternal o paterno, el partido que llega al poder ha formado sus ideas iniciales fuera de él. Llega al poder con ideas preconcebidas y con insuficiente información, ya que la información más valiosa está del otro lado del mostrador. Por eso, ya sean Clinton, Bush o De la Rúa (un presidente inicialmente maternal contra el masculino Menem, a quien el ajuste está obligando a cambiar de sexo), los nuevos presidentes experimentan, durante su primer año de gestión, desagradables sorpresas.
Al encontrarse con que las cosas no son como parecían, es lógico que el nuevo gobernante sufra un período de desconcierto. Es natural que, en el transcurso de su duro aprendizaje inicial, se sienta decaído como De la Rúa ante la crisis económica o irritado como Bush y O´Neill ante el desafío argentino.
Los pueblos también sufren mientras el nuevo gobernante aprende. A falta de uno, los argentinos hemos venido padeciendo el peso de dos aprendizajes. En Buenos Aires, el de De la Rúa. En Washington, el de Bush y O´Neill. ¿No es demasiado?
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