Dos miradas sobre Cataluña, la independencia y España
Ayer, Puigdemont declaró la independencia de la región y la puso en suspenso; ahora, el panorama en el país es incierto
Cataluña debería entender que hay lugar para todos en España
Daniel Lozano
MADRID.- "Hablemos sin quemarnos las banderas, con razones, sin sangre en las aceras. Con libertad, sin ira, como hermanos... Abrir ventanas, sin romper cristales. Hay sitio para todos en España ", evoca el poeta Benjamín Prado desde la misma desolación que nos ha inundado a los que asistimos a un conflicto, que es nuestro conflicto, en la mayor crisis de 40 años de democracia.
"Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando", han repetido desde casi siempre los libros de historia para igualar las coronas de Castilla y de Aragón (con Cataluña incluida) en el origen del Estado español.
Más de cinco siglos después, la sociedad española es un complejo puzle de naciones y nacionalidades, regiones y pueblos, más los emigrantes llegados de todo el planeta para construir un Estado nuevo tras la Guerra Civil y la dictadura de más de cuatro décadas del general Francisco Franco.
Con cuatro idiomas oficiales reconocidos por la Constitución española y múltiples dialectos y jergas que nacen en sus propias calles.
Con una diversidad que la resume frente a los nacionalismos empeñados en reducirla a dos banderas.
El desafío soberanista catalán, esa prórroga que ayer el presidente Puigdemont urdió para su comedia preñada de trampas, diseñada especialmente para que caiga en ellas el presidente más indeciso de la democracia.
La principal trampa es que su extraña declaración de independencia tiene su base en la opinión de dos de los siete millones de personas que habitan hoy Cataluña , aunque el relato secesionista insista en que se trata del único pueblo que allí vive.
"Las fronteras son cicatrices que la historia ha grabado a sangre y fuego en la piel de la tierra. No levantemos más", redondeó el socialista catalán Josep Borrell, junto al premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, en la manifestación del pasado domingo, que llevaba por lema recuperar el seny, esa ponderación tan catalana hoy perdida, arrasada por la tramontana, el viento que volvió "loco" a Joan Manuel Serrat en una de sus canciones.
Puigdemont impuso la sensatez y los matices que no tuvo el rey
Ricard González
BARCELONA.- Cuando faltaban minutos para el inicio de la intervención de Carles Puigdemont, un pequeño país se sumergió entero en una especie de estado de hipnosis frente a la pantalla del televisor. Las emociones estaban a flor de piel.
De ilusión y esperanza para algunos, de miedo y angustia para otros. De expectación para todos, acentuada por el retraso de una hora en su comparecencia. Ni tan siquiera en las finales de la Champions League el Barça, el gran embajador catalán en el mundo, había conseguido paralizar la vida de España.
No sólo Cataluña estaba en vilo. En menor grado, el mundo, y sobre todo Europa , contenía la respiración, temeroso del estallido de un nuevo conflicto violento en su periferia mediterránea.
Todas las grandes cadenas mundiales, de la BBC a Al Jazeera, ofrecieron en directo el discurso del presidente de Cataluña, como si de Obama o Trump se tratara.
Y es que incluso los peluqueros o taxistas de Túnez, al saber que uno es de Barcelona , se interesan por la "cuestión catalana", debatida en los programas políticos de máxima audiencia.
En su discurso, Puigdemont ofreció una elocuente explicación de los agravios de los soberanistas catalanes. Sin embargo, mostró su respeto también hacía los decenas de miles de catalanes que se manifestaron el domingo a favor de la unidad de España. Habló también de "desescalar" la crisis y de diálogo. Unos matices ausentes en la alocución una semana antes del rey Felipe, al que lanzó un nuevo dardo.
Ayer, terminado el discurso, las emociones, contenidas durante más de media hora, volvieron a aflorar. Son siete años de "proceso soberanista", de muchos esfuerzos en pro del viejo sueño emancipador, nunca tan cercano.
Pero en el tradicional debate entre el seny y la rauxa (la sensatez y el arrebato), tan propios del carácter catalán, ayer se impuso el primero.
Cataluña juega con su historia ante la atenta mirada de la comunidad internacional. En sus manos está evitar que esta pulseada ibérica termine en una tragedia.
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