Coronavirus. Michael Ignatieff: “La deslegitimación de la ciencia es fatalmente peligroso para la democracia”

"¿Quién me protegerá ahora?", esa es la madre de todas las preguntas en estos tiempos de pandemia y crisis económica al decir del historiador, escritor, académico y otrora líder político canadiense, Michael Ignatieff. La respuesta, dice, no pasará por un sistema de gobernanza política global. Acaso, sí, pase por los Estados nacionales, pero con una premisa: debemos evitar que el poder avance en exceso sobre las libertades y la democracia.
"El equilibrio entre libertad y seguridad cambiará en cada país y no podemos darle la facultad de elegir a los expertos, ni a los políticos", dice Ignatieff a LA NACION desde Viena, donde preside la Universidad Central Europea. Por eso aboga por una ciudadanía activa a la hora de lidiar con las restricciones a las libertades que cree que nos acompañarán acaso hasta 2022.
"¿Hay alguna forma en que podamos mantener a salvo a nuestros abuelos y a nuestros hijos sin destruir las economías de nuestros países?", plantea, para sostener que es en estos debates contemporáneos "donde la democracia se vuelve esencial", dice. "Tenemos que estar muy, muy involucrados en estas discusiones".
-¿Qué es lo que más le preocupa de nuestra vida contemporánea?
-Como liberal que soy, creo que el abuso de poder es siempre un peligro y que la emergencia sanitaria nos ha obligado a acortar la libertad de millones de personas. Ha sido necesario y lo apoyé. Pero me preocupa que esto rebaje el umbral de los recortes a nuestra libertad que permitiremos en el futuro. Espero que nunca perdamos la capacidad de resistir, criticar y plantear: ¿Es esto necesario? No quiero que los líderes políticos usen esta pandemia como pretexto para introducir restricciones permanentes a la libertad, sea en la Argentina o donde fuere. Porque es muy, muy fácil utilizar ahora la salud pública como justificación para casi cualquier restricción de la libertad. Mi segunda preocupación es la agresiva deslegitimación de la ciencia por parte de algunas autoridades. [Jair] Bolsonaro es un ejemplo. [Donald] Trump es otro. ¡Incluso el uso de mascarillas se ha convertido en una cuestión política! No podemos tener un debate democrático sobre los límites de la libertad, a menos que tengamos cierto consenso sobre lo que la ciencia nos dice que es seguro. Finalmente, mi tercera preocupación es el desacoplamiento de los mecanismos de prevención de una pandemia global. Solíamos tener un mundo en el que la gente confiaba en la Organización Mundial de la Salud y compartíamos información a nivel global. Eso permitía que la Argentina o Canadá aprendieran de sus colegas latinoamericanos y de Asia. Si no mantenemos ahora un sistema de alarma de salud pública global que sea íntegro, la próxima vez, y habrá una próxima vez, no estaremos preparados. Eso necesita ser reconstruido.
-¿Qué le dice esa desconfianza creciente hacia la ciencia, los liderazgos o la Organización Mundial de la Salud sobre nuestra sociedad?
-Que vivimos en sociedades muy desiguales. Nos dice que las personas educadas de clase media con títulos universitarios tienden a creer en la ciencia y que, a veces, los políticos populistas pueden persuadir a las personas sin educación para que traduzcan su resentimiento hacia las personas con educación y privilegios en un ataque a la ciencia misma. El problema de la confianza es cada vez más un problema de desigualdad, de fractura de bienes públicos compartidos. Me gustaría un mundo en el que un profesor y un trabajador del hospital compartan el mismo buen transporte público, envíen a sus hijos a las mismas escuelas y vivan en el mismo mundo. Pero vivimos cada vez menos en ese mundo. Las personas educadas, profesionales y de clase media terminan viviendo en un mundo diferente y se salvaron de estas crisis. Muchos pueden trabajar desde sus casas. Pero el conductor del autobús, el trabajador del hospital, el maestro, la columna vertebral de nuestra sociedad -Dios los bendiga-, tienen que subir al autobús a las 5 de la mañana para que el mundo siga funcionando. Entonces el Covid-19 ha abierto una fisura, un abismo entre los profesionales de clase media y otros sectores de la sociedad, o lo ha empeorado porque siempre estuvo ahí. En ese abismo florece la desconfianza que luego es reproducida por muchos idiotas. Ahora tenemos que reconstruir la confianza para un mundo en el que todos tengan acceso a la información y a la desinformación a través de Internet.
-¿Confía en la alfabetización digital de la sociedad?
-No soy pesimista. No siento que la gente sea idiota. La gente entiende que se le puede mentir una vez, pero no se le puede mentir un número infinito de veces. Eventualmente descubre que una persona es mentirosa. Pero yendo más allá, podemos reconstruir la confianza, pero solo si tenemos una política que comience a sanar esta brecha de desigualdad entre los que tienen que subir al autobús a las 5 de la mañana y los que no.
-¿Podemos reconstruir la gobernanza global?
-Soy escéptico sobre la gobernanza global. Veamos las reuniones de la ONU. Se supone que ahí es donde ocurre, pero los líderes ni siquiera se presentaron este año en Nueva York por los 75 años de la ONU. En cierto modo, eso es bueno. Desnudó el hecho de que la gobernanza global no existe como tal. O seamos más precisos: sí existe la gobernanza global y eso permite que los aviones no caigan del cielo, por ejemplo, porque tenemos un sistema global de control del tráfico aéreo. Hay una gran cantidad de sistemas globales de regulación nos mantienen a salvo. Pero en términos de gobernanza política global, no hay lugares donde Xi Jinping, Trump, [Vladimir] Putin , su presidente y mi primer ministro se sienten y digan: ¿Cómo arreglamos todo esto? La rivalidad chino-estadounidense lo torna imposible. El G-7 ni siquiera se reunió este año.
-Tampoco el G-20 parece una opción…
-Correcto. Lo que está sucediendo -y el Covid-19 ha reforzado- es una renacionalización drástica de la soberanía, por la muy buena razón de que solo el Estado nación tiene el poder coercitivo para proteger a las poblaciones controlando fronteras e instituyendo medidas sanitarias. Eso es inevitable y no es necesariamente malo. No soy enemigo de un Estado fuerte y capaz. Pero quiero que la Argentina, Canadá y Estados Unidos se hablen por teléfono todo el tiempo y se digan, ¿cómo compartimos información? ¿Cómo podemos aprender unos de otros? Es irónico porque estamos en un clima de información global que no existía hace 60 años y, sin embargo, tenemos gobiernos más compartimentados que nunca.
-¿Puede esta crisis global empujarnos a renovar la democracia?
-Le respondo desde Europa, donde hay 27 países con muchas tradiciones culturales comunes pero que, cuando irrumpió el Covid-19, fueron 27 países que cerraron sus fronteras. Eso no me genera mucho optimismo para responderle. La pregunta madre de todas las preguntas para todos los ciudadanos de la Argentina y del mundo es: ¿Quién me protegerá ahora? ¿Quién nos mantendrá a mí y a mi familia a salvo? La respuesta muy a menudo es solo el Estado nacional o mi familia. Quiero decir, cada uno por sí mismo. Y no veo una salida a esto muy rápidamente. Pero lo que sí veo -y aquí es donde soy un poco optimista- es que la crisis actual se prolongará por un tiempo. Las restricciones a la libertad continuarán hasta 2021, quizás hasta 2022. No tenemos la certeza de que tengamos una vacuna que acabe con esto. Y creo que durante los próximos 5 a 10 años, tendremos más y más epidemias que rápidamente se convertirán en globales. Creo que este es el futuro, no solo un episodio, y que eso obligará a todos los países a entablar un debate democrático sobre hasta dónde podemos llegar. Ahora mismo estamos debatiendo si volver a cerrar los países. Todo el mundo odia esa idea y hay un gran debate público al respecto. ¿Tenemos que hacerlo? ¿Tenemos que cerrar todas las escuelas? ¿Tenemos que cerrar toda la economía? ¿Hay alguna forma en que podamos mantener a salvo a nuestros abuelos y a nuestros hijos sin destruir las economías de nuestros países? En estos debates es donde la democracia se vuelve esencial. El equilibrio entre libertad y seguridad cambiará en cada país y no podemos darle la facultad de elegir a los expertos, ni a los políticos. Tenemos que estar muy, muy involucrados en estas discusiones. Ésa es la semilla de la esperanza que veo.
-¿Qué preguntas deberíamos hacernos ahora?
-¿Quién se pone la vacuna cuando la tengamos? Hay grandes problemas de justicia distributiva y de equidad alrededor de eso. Es muy importante que decidamos qué países recibirán la vacuna y quiénes recibirán las vacunas dentro de cada país. En un mundo global, estás escribiendo una nota de suicidio si solo la distribuyes entre los países ricos. Lo mismo dentro de cada país. Si no, todos los que conocen a un médico pedirán que se la apliquen primero y pagarán por eso. Pero este es un caso en el que el tipo que sube al bus a las 5 de la mañana lo necesita tanto como la persona más rica de la Argentina porque ambos viven en la misma sociedad. Entonces, quién recibe la vacuna se convierte en un tema crucial de justicia social. Debemos evitar una lucha en la que la riqueza y el poder determinen quién la recibe. Y mi otra pregunta es: ¿quién se beneficia? Es necesario que las empresas farmacéuticas reciban un retorno por desarrollar una vacuna. Pero no queremos un mundo en el que puedas recibir una vacuna, pero que te costará 50 dólares porque eso es lo que AstraZeneca dice que debes pagar.
Biografía
- Nacido en 1947, en Canadá, estudió Historia en la Universidad de Toronto, luego completó una maestría en la Universidad de Cambridge y se doctoró en la Universidad de Harvard.
- Autor de varios libros y documentales multipremiados, investigó y dio clases en las universidades de British Columbia, Cambridge, Oxford, Toronto, Harvard y la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.
- En 2006 renunció a la academia y se volcó a la política, siendo elegido miembro del Parlamento canadiense; entre 2008 y 2011 lideró la oposición en su país como máximo referente del Partido Liberal.
- Ganador de múltiples premios y trece doctorados honoris causa, integra el Consejo Privado de la Reina de Inglaterra; en la actualidad preside la Universidad Central Europea con sedes en Budapest y Viena.
Recomendaciones para aprovechar el tiempo
-Dado que millones de argentinos deben permanecer en sus casas desde hace meses, ¿qué libros, películas, música u otra actividad les recomienda para distraerse o "aprovechar" el tiempo? ¿Qué hace usted en su tiempo libre?
-[Sonríe] Bueno, acabo de terminar de escribir un libro que se llama Sobre la consolación, en el cual repaso las grandes obras de consolación escritas por escritores maravillosos que reaccionaron con coraje y humor ante momentos muy difíciles. Pero en cuanto a lecturas, creo que cualquiera que esté en su sano juicio debería utilizar su tiempo libre releyendo Don Quijote y a Michel de Montaigne. ¡Lean los últimos ensayos de Montaigne! La gente olvida que Montaigne fue expulsado de su propia casa y obligado a salir al camino para escapar de la plaga en 1586 o 1587, y escribió sobre la gente que moría a su alrededor. Podemos releer estos ensayos con la tremenda sensación de que hemos pasado por esto antes. Porque el mensaje de Don Quijote y de Montaigne es que no estamos solos. No somos las primeras personas en pasar por un momento difícil, ni seremos las últimas. Eso puede animarnos y consolarnos gracias al aliento de estos grandes escritores.
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