Crece la presión de los aliados a Biden para extender las evacuaciones y postergar la retirada
Los socios de la OTAN cierran filas ante la urgencia de sacar a sus compatriotas y colaboradores afganos; los talibanes exigen en cambio que se cumpla con la fecha pactada
PARÍS.– Habían aceptado que Estados Unidos cambiara sus prioridades geoestratégicas e incluso que abandonara su tradicional doctrina, esa vieja obsesión por el nation building. Pero nunca imaginaron el caos y la improvisación de la actual retirada de Afganistán que, más parecida a una desbandada, puso a decenas de miles de afganos al borde de la muerte. Para los europeos, la America is back de Joe Biden, se parece como una gota de agua a la America First de Donald Trump.
“El debate sobre la cuestión de saber si Trump era una aberración o una aceleración de tendencias preexistentes que perdurarían en la política exterior de Estados Unidos, está cerrado. Es obvio que así es”, afirma Benjamin Haddad, investigador del Atlantic Council.
Esa semana había comenzado bien para la Casa Blanca tras el apoyo del Senado al plan demócrata para la reconstrucción. Pero terminó bajo una avalancha de críticas cuando los talibanes entraron en Kabul, obligando a Washington a organizar en forma catastrófica la evacuación de miles de diplomáticos, civiles y colaboradores afganos.
“Un desastre previsible”, “un trágico caos”, “Biden entregó todo un país a los terroristas”, clamaron algunos dirigentes políticos. Los más mesurados, como el primer ministro británico Boris Johnson o la canciller alemana Angela Merkel, criticaron la “caótica retirada”, señalando el fracaso de la intervención occidental, una de las misiones más importantes de la OTAN.
“La situación es muy difícil e imprevisible”, reconoció el viernes Jens Stoltenberg, secretario general de la organización, al término de una videoconferencia con los ministros de Relaciones Exteriores de la alianza atlántica. “La paradoja es que tenemos más aviones que pasajeros”, precisó, aludiendo a las dificultades con que tropiezan las personas con derecho a partir para llegar al aeropuerto de Kabul.
Oficialmente, la reunión ministerial tenía como objetivo paliar las consecuencias inmediatas de la crisis. Es decir, coordinar esfuerzos para evacuar in extremis los ciudadanos de las fuerzas aliadas y sus colaboradores afganos. Pero también se trataba de cerrar filas y mostrar la unidad de la alianza.
Los 30 miembros de la OTAN se comprometieron a mantener su coordinación mientras dure la evacuación. Pero numerosos aliados presionan a Biden para que deje sus tropas más allá del 31 de agosto, fecha fijada por los acuerdos entre Estados Unidos y el buró político de los talibanes el año pasado en la ciudad qatarí de Doha.
Biden repite que su país, que garantiza la seguridad del aeropuerto de Kabul junto a Gran Bretaña y Turquía, no dejará Afganistán mientras haya ciudadanos norteamericanos y colaboradores afganos para evacuar. Nada dice sobre la suerte de los ciudadanos de otros países y sus respectivos empleados locales. El problema es que las declaraciones de solidaridad no bastan para tranquilizar a los europeos, que dependen de Washington para organizar las rotaciones aéreas que transportan a sus evacuados hacia los Emiratos Árabes Unidos.
Línea roja
La situación se complicó este lunes aun más, cuando los talibanes rechazaron una eventual prolongación de la presencia en Afganistán de las tropas estadounidenses más allá del 31 de agosto, prometiendo que la decisión tendría “consecuencias”.
“Es una línea roja. El presidente Biden anunció que retiraría todas sus fuerzas armadas el 31 de agosto. Si extiende esa presencia, significa que Estados Unidos prolonga su ocupación cuando no es necesario”, declaró el vocero talibán, Suhail Shaheen.
“Si Estados Unidos o Gran Bretaña piden más tiempo para proseguir con las evacuaciones, la respuesta es ‘no’. De lo contrario, habrá consecuencias”, amenazó.
Este nuevo episodio ilustra las dificultades que enfrentan los occidentales para adoptar un frente unido ante este caos. Esa unidad se verá puesta a prueba el martes, cuando las potencias occidentales se reúnan en una cumbre virtual del G7. “El Reino Unido defenderá la idea de una prolongación de la presencia de Estados Unidos en Afganistán más allá del 31 de agosto”, dijo el ministro de Defensa, Ben Wallace.
Todos coinciden, no obstante, en que no es el momento de buscar culpables. Ya llegará la ocasión de aprender las lecciones de esta intervención occidental en Afganistán, en la cual Estados Unidos arrastró a la alianza atlántica a partir de 2003. La operación fue espectacular por su amplitud, movilizando hasta 130.000 personas en su momento más importante, para reducirse a partir de 2014.
Tanto la OTAN como Washington mantienen que quienes fracasaron son los afganos, que la misión de la Alianza era la de combatir el terrorismo, objetivo que fue cumplido –afirman– aun cuando Al-Qaeda siga presente en 15 de las 34 provincias afganas. Los europeos reconocen en cambio que, con el tiempo, el objetivo central de esa misión cambió, para transformarse en la construcción de un Estado basado en los valores occidentales de democracia y respeto de los derechos humanos (la doctrina del nation building cara a Estados Unidos).
Conscientes –por experiencia– de que esa forma disfrazada de colonialismo nunca da resultados, “cuando Estados Unidos decidió poner fin a su presencia en Afganistán, no hubo un solo aliado europeo que se propusiera para asumir el remplazo”, recordó Jens Stoltenberg.
Ante el cambio geopolítico de Estados Unidos, los europeos también reconocen que ya es hora de hacerse cargo de su propio destino. El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Heiko Maas, lanzó en una entrevista un llamado a “reforzar el brazo europeo de la OTAN”.
No obstante, si bien la crisis afgana puede estimular la reflexión sobre la autonomía estratégica de la Unión Europea, sus miembros siguen divididos entre aquellos que insisten en la necesidad de desarrollar una política de defensa común y los que siguen fieles a Washington.
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