Cuatro religiosas argentinas bajo fuego
BELEN, Cisjordania.- Aunque afuera hay guerra, María de la Contemplación, María Pía, María del Cielo y María de Roncesvalles, no pierden la sonrisa.
Aunque afuera es normal oír tiros y ver pasar cortejos fúnebres, estas cuatro monjas argentinas que viven aquí, en una zona bajo fuego, no pierden ni la paz interior ni la esperanza. Junto a María Mater Domini, italiana, y María Corpus Christi, peruana, aseguran: "Nosotras rezamos todos los días para que esto se arregle. La violencia no es el camino".
Llevan al cuello la cruz de Matará, de Santiago del Estero, visten un hábito gris -con escapulario y velo celeste- y son las únicas monjas que hay en Tierra Santa del Instituto del Verbo Encarnado. Son muy jóvenes, sus edades oscilan entre los 23 y los 29 años, y pese a que no cede la violencia después de más de tres semanas de sangre en Medio Oriente -en las que hubo más de 125 muertos y 3000 heridos, casi todos palestinos- ellas no pierden el equilibrio y la serenidad: "La Providencia nunca nos ha abandonado. Y, como el Santo Padre, no estamos de un lado ni del otro, sino que aspiramos a la paz", dicen.
Todas se llaman María, porque además de los tres votos usuales -pobreza, obediencia y castidad- hicieron un cuarto voto de "esclavitud" mariana: "Le ofrecemos todo a Dios, por intermedio de la Virgen", explican. Entre ellas, sin embargo, usan típicos diminutivos argentinos: a María de la Contemplación, la madre superiora, que tiene 27 años y es de San Luis, la llaman Conte. A María de Roncesvalles, la única de Buenos Aires, de 25 años, Ronces; a María del Cielo, de 26 años y de Córdoba, Cielo; a María Pía, de 29 años y de San Juan, Pía; a María Mater Domini, de un pueblo cercano a Roma, de 24 años, Mater, y a María Corpus Christi, de Arequipa y de 23 años, Corpus.
A diferencia de la mayoría de las otras congregaciones religiosas que existen en esta ciudad donde nació Cristo, no se alojan en un convento, sino que viven en un modesto departamento de Beit Jala, un poblado palestino que se encuentra pegado a Belén. El lugar tiene cocina, living comedor -donde se destacan una computadora y una bandera argentina-, dos cuartos y una pequeña pero acogedora capilla, donde rezan todas las mañanas y todas las tardes.
Tanques y olivares
Desde la terraza del edificio -que tiene una vista magnífica, ya que a lo lejos se ve Jerusalén, y colinas llenas de olivares-, sin necesidad de prismáticos, se distinguen dos tanques del ejército israelí. Como Beit Jala queda frente al asentamiento judío de Gilo, una zona de riesgo permanente donde, de hecho, ayer hubo más choques, los tanques están allí para defender a los colonos de los usuales ataques.
El departamento -al que sólo puede llegarse mostrando la acreditación de prensa en sucesivos "check-points", ya que continúa el bloqueo impuesto por Israel a los territorios palestinos- queda a unos cinco minutos en auto de la tumba de Raquel, el tradicional punto de choques, a veces violentos, entre palestinos y soldados israelíes.
¿Cómo es la vida de estas seis valientes misioneras bajo fuego? "Se escuchan disparos, sirenas de ambulancias, explosiones, pero como en cierta manera estamos cerca de la tumba de Raquel, desde acá lo que se vive es la tensión del conflicto... Escuchar pasar helicópteros y tiros sin duda tensiona y produce miedo", contesta Conte, la madre superiora.
Una minoría
Ella, junto a las hermanas Pía y Cielo, llegó hace 5 años para trabajar con palestinos cristianos, que aquí son minoría. Para poder hacerlo, los primeros dos años las hermanas se dedicaron a estudiar árabe de modo intensivo. Ahora hablan este idioma de corrido y trabajan todos los días en un hospital de rehabilitación de esta ciudad, con chicos discapacitados. "Cuando nos ven, enloquecen. Los chicos nos reciben como si fuéramos sus mamás... son divinos", cuenta Cielo.
Ronces, Mater y Corpus, que llegaron hace menos tiempo, en cambio, están inmersas en la etapa de aprendizaje del árabe, y toman clases y estudian durante todo el día.
Para una mejor convivencia, las hermanas se han dividido las tareas de la casa. Cada una se ocupa de un oficio específico: Ronces se ocupa de la economía y ropería; la madre superiora, de organizar las comidas; Mater, de la sacristía; Pía, de la biblioteca y de la limpieza, junto a Corpus, mientras que Cielo es la "liturga", que se dedica a aprender nuevos cantos en árabe y español.
Aunque tres de ellas siguieron yendo al hospital todos los días, su vida cambió desde que comenzó la oleada de violencia, hace ya más de tres semanas. A raíz del bloqueo, por ejemplo, las hermanas dejaron de ir a Jerusalén, que queda a 15 minutos en auto. Allí solían hacer "trámites, compras, ir al correo, o, los viernes, el Vía Crucis hasta la iglesia del Santo Sepulcro", en la Ciudad Vieja.
Prevenciones
"No hay transporte público y podríamos ir en taxi, pero no lo hacemos por prevención porque hay que pasar por la tumba de Raquel, que es peligroso, y porque nunca sabemos si después podemos volver por los cierres", dicen.
"Cuando llegamos, hace cinco años, nos parecía extraño salir siempre con el pasaporte para cruzar los check-points. Nos impresionaba. Pero nos acostumbramos", apunta Pía. "Con esta situación se dificultan las cosas, pero a nosotras los palestinos no nos van a apedrear, ni un judío nos va a pegar un tiro. La gente del barrio por suerte nos cuida, y cuando pasa algo los vecinos nos dicen que cerremos las ventanas o que no salgamos", señala la madre superiora.
"Yo no entiendo mucho de política -agrega-, pero por lo que vi en estos años siempre estalla la violencia y después pasa. Se avanza en el proceso de paz, y después se retrocede... Entre los dos pueblos hay mucho odio, y es muy difícil... Además, está el tema de Jerusalén (ciudad que tanto israelíes como palestinos pretenden como capital), y sólo Dios sabe cómo esto va a continuar. Pero tanto del lado árabe como del judío conocemos gente que está cansada de vivir en esta situación tan conflictiva."
Las hermanas cuentan que este clima de guerra se respira también en el hospital donde trabajan: "La tele está siempre prendida con las noticias, y los chicos ya no ven dibujitos sino funerales. Es lógico que jueguen a dispararse", apunta Pía.
"Nosotras tratamos de que esta situación no influya; apagamos la tele, les cantamos, porque para los niños todo esto es muy feo y a la noche no pueden dormir", destaca, al agregar que debido al cierre de los territorios hay familias que no pudieron ir a visitar a sus chicos discapacitados.
A la pregunta de si extrañan la Argentina, las monjas contestan que "sí", por supuesto. "Pero somos misioneras y nos entregamos", dicen en coro. Igual, gracias al e-mail se mantienen en contacto con sus familiares que, según admiten, "se preocupan mucho porque piensan que estamos acá esquivando balas y piedras." Gracias a Internet, también se enteran de lo que pasa en la Argentina, y en particular de cómo va el campeonato: la madre superiora y Ronces son de River, mientras que Pía y Cielo, de Boca.
Antes del mate, que toman a media mañana, todas rezan por la paz, "porque tanto palestinos como israelíes sufren". Y aunque afuera hay guerra, no pierden ni la sonrisa ni la esperanza.
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