Daños colaterales: los civiles, en la primera línea de fuego
La mayor parte de las miles de víctimas de las guerras actuales son niños y adultos que nada tienen que ver con las causas o las acciones armadas
PARÍS.- En forma brutal, se podría decir que las 298 víctimas del vuelo de Malaysia Airlines son el último daño colateral de lo que Zbigniew Brzezinski, cuando era consejero de seguridad del presidente Jimmy Carter, definió como proxy wars.
Ese concepto, que en español recibe el nombre de "guerras subsidiarias", designa un conflicto en el que dos poderes se enfrentan indirectamente, apoyando financiera o materialmente a otras potencias o grupos militares que, ellos sí, se enfrentan en el terreno.
En el dramático episodio de esta semana, no hacen falta demasiadas explicaciones: Rusia y Estados Unidos no van a ir a la guerra por Ucrania. Ahora, probablemente más que nunca, las potencias militares no se enfrentan directamente, sino que operan a través de proxies.
La ventaja de esa estrategia es que Rusia no tiene que intervenir abiertamente con sus propias tropas en el este de Ucrania, pero ejerce una influencia decisiva a través de separatistas fuertemente armados, cuyas relaciones con los servicios de inteligencia rusos permanecen lo suficientemente ocultas como para que Moscú pueda deslindar cualquier responsabilidad. La desventaja es que, contrariamente a una guerra tradicional, las probabilidades de que se produzca un horrendo drama son muy superiores.
A medida que el mundo está cada vez más poblado, más interconectado y que las zonas urbanas crecen, los daños colaterales de esas guerras aumentan. Y sus primeras víctimas son, en efecto, los civiles.
"El estado actual de la protección de civiles no deja lugar para el optimismo. Los civiles representan la vasta mayoría de las víctimas de los conflictos actuales. Son tomados regularmente por blanco, víctimas de ciegos ataques y otras violaciones cometidas por una u otra parte del conflicto", dice el lapidario informe publicado en diciembre de 2013 por las Naciones Unidas (ONU).
A las masacres deliberadas de civiles, las torturas, la desinformación, la restricción de libertades individuales, habría que agregar la devastación irreversible del medio ambiente, la destrucción de culturas milenarias y del patrimonio mundial, las crisis económicas y un retorno a "la ley de la jungla" en numerosas regiones del planeta. Todos esos cataclismos pueden ser considerados "daños colaterales" de los enfrentamientos armados.
Desde que comenzó el siglo XXI, el mundo asistió a la insurgencia islamista en Nigeria, que provocó 10.700 muertos; la guerra en el nordeste de Paquistán (52.000 víctimas fatales); la guerra de la droga en México (150.000); las crisis egipcias (4300); la guerra civil en Siria (251.509); la insurrección en Irak (22.000); el conflicto en la República Centroafricana (2000); la guerra civil en el sur de Sudán (10.000); en Libia (25.000); la segunda guerra de Afganistán (20.000), y la crisis en Ucrania, que ya lleva 1450 muertos, más las 298 víctimas del vuelo de Malaysia Airlines.
A esta luctuosa enumeración hay que agregar obligatoriamente otros puntos calientes como el conflicto israelí-palestino y su interminable lista de víctimas colaterales o las insurrecciones islamistas que siguen azotando África y Medio Oriente.
En esa lista no hay muchas que puedan ser consideradas guerras subsidiarias. Pero esas cifras expresan, de todos modos, vidas humanas destruidas.
Son mujeres y niños que no pueden escapar de las armas químicas en Siria. Son ancianos que no tienen fuerza para emigrar de sus pueblos arrasados por misiles disparados desde drones en Yemen. Son adolescentes mutilados por las minas plantadas aquí y allá en los sembradíos afganos. Son científicos mundialmente conocidos que, después de dedicar 30 años de sus vidas a luchar contra el sida, terminan pulverizados en los campos de girasol del este de Ucrania.
La guerra contra el terrorismo de George W. Bush costó 1,3 billones de dólares y dejó entre 227.000 y 300.000 muertos. Entre ellos, cerca de 120.000 civiles. Es decir, el 51% del total de las pérdidas humanas, según el periodista de investigación francés Jean-Marc Manach.
Muchos afirman que esta situación es el resultado del mundo multipolar actual, donde la ausencia de una gran potencia permite eternizar los conflictos. Sin embargo, durante la Guerra Fría, desde 1946 hasta la desintegración de la Unión Soviética, en 1991, se registraron alrededor de 20 guerras. Entre ellas, las de Corea, Vietnam, árabe-israelíes, América Central, Angola y Zaire, Etiopía, Afganistán o Irán-Irak.
Más bien se podría argumentar que los conflictos regionales son una necesidad permanente de las grandes potencias, que los utilizan no sólo para extender zonas de influencia, sino para "desangrar" al enemigo, poner a prueba su capacidad económica, y testear sus intenciones políticas y militares.
¿Qué diferencia hay, por ejemplo, entre la Guerra Civil Española y la actual guerra civil en Siria? Son dos bandos que se enfrentan, apoyados por influyentes naciones con intereses contradictorios. En España, era Alemania contra la URSS y sus aliados de la "internacional comunista". En Siria, Rusia se enfrenta a algunas monarquías del Golfo que apoyan a fundamentalistas islámicos. En ambos conflictos siempre hubo, además, influencias de las otras potencias globales. Exactamente lo mismo se podría decir de Ucrania, donde convergen los intereses de Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea y los países vecinos.
El drama es que los esfuerzos por mitigar los terribles efectos de la guerra son tan viejos como la humanidad y nada parece cambiar.
Los primeros intentos aparecen en el Antiguo Testamento. "Si los hombres creen que es aceptable sacrificar unos pocos inocentes para salvar la vida de sus propios soldados -dicen las Escrituras-, es porque carecen de fe en el Señor."
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