Del cacerolazo a las "caceroladas"
MADRID (Para LA NACION).– Las noches cada vez más acaloradas, tensas y concurridas de la Puerta del Sol ofrecen un insoslayable sabor a déjà vu en los ojos, oídos y corazones argentinos. Seguramente nadie que haya vivido la debacle de fines de 2001 en la Argentina y tenga la oportunidad de vivir este mayo español de 2011 pueda evitar sucumbir a la tentación de traducir las sensaciones, los reclamos, los enojos y las consignas de una y otra crisis, de uno y otro país, y de una y otra década.
¿Cómo no trasladar el "a bancos salváis, a pobres robáis" que corean los "indignados" españoles al más criollo "políticos chorros, devuelvan los ahorros" cantado hasta el cansancio en aquel diciembre?
¿Cómo no observar con recelo las incipientes "caceroladas" que ayer comenzaron a subir su volumen en Barcelona, Valencia y Tenerife con los cacerolazos de Buenos Aires que tumbaron ministros y presidentes diez años atrás?
¿Cómo no acordarse de la desesperación y la incertidumbre que gobernaban toda la Argentina al percibir la inflexible fe depositada por los manifestantes españoles en las asambleas populares, que se transformaron en el motor de las protestas?
Todas esas preguntas responden, poco a poco, otro interrogante que suele obsesionar a muchos argentinos que fueron expulsados hacia España tras el derrumbe del gobierno de Fernando de la Rúa: "Si España tiene ya 5 millones de desocupados y el gobierno admite que no se recuperará sensiblemente hasta dentro de tres años..., ¿por qué no hay un estallido social?, ¿por qué la gente no está en las calles?".
Hoy, las postales de hastío y de desafío entregadas por la Puerta del Sol y otras grandes urbes españolas empiezan a arrinconar esa duda. La bronca y el hartazgo de quienes se movilizan parece estar, por momentos, a un "que se vayan todos" de distancia del enojo visceral de todos los argentinos que fueron despojados de sus ahorros.
Aunque los españoles no sufrieron un atropello semejante por parte de los bancos, más allá de abundantes y reiteradas "estafas legales" en el cobro de hipotecas que hicieron caer al mínimo la confianza en muchas entidades bancarias, la paciencia hacia quienes controlan el poder político y económico del país se está agotando con una velocidad cada vez mayor.
La desastrosa política económica oficial, que ha generado niveles insoportables de desocupación, se funde por estos días en un cóctel peligroso de encono y frustración ante las dudas que siempre existieron sobre la capacidad del líder de la oposición, Mariano Rajoy, para tomar el comando del país, y más como piloto de tormentas.
Ese miedo, sumado al recurrente desprecio hacia la centroderecha de muchos de los organizadores de la protesta, llevó a que muchos ciudadanos se unieran a las manifestaciones nocturnas en traje de oficina, con un hijo de una mano y la cacerola en la otra.
Un salto demasiado largo
Pero, más allá de los sentimientos y de las sensaciones hermanadas por las crisis de argentinos y españoles, el salto de 2001 a 2011 resulta, en términos objetivos, demasiado largo.
El orden asombroso de los manifestantes, que en la Puerta del Sol colaboran con el personal de limpieza municipal para no arruinar más de lo que está ahora ese punto turístico, y el proceso de erradicación de las chabolas (villas de emergencia), que en Madrid está a punto de culminar tras más de tres décadas de aplicación ininterrumpida, se encargan de estropear cualquier analogía.
Esto, sin tener en cuenta las dudas que pesan aún sobre la efectividad de los "indignados" para cambiar algo de lo que se proponen e, incluso, sobrevivir más allá de estos comicios.
Así, sólo el día y los días que seguirán al domingo dejarán en claro si 2001 y 2011 se parecen tanto. Y sólo entonces, en la Puerta del Sol, habrá muchas más respuestas que preguntas.
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