Detrás de la crisis coreana, un dictador inexperto e impetuoso
Allá por el año 2000, cuando el impredecible líder norcoreano Kim Jong-il amenazaba con un apocalipsis generalizado en Asia, la revista The Economist publicó una tapa donde Kim saludaba con la mano y con cara de nada, bajo el muy certero título de "Saludos, terrícolas".
De tal padre, tal hijo.
Durante estas últimas semanas, Kim Jong-un -tercer hijo de Kim y orgulloso propietario de un arsenal nuclear- ha dado lo mejor de sí mismo para alcanzar el récord de su padre en el insensato quiebre de reglas internacionales y la falta de civilidad.
¿Existe hoy alguna otra figura más aterradora y estrafalaria que el joven, impetuoso e inexperto líder de Corea del Norte? Todavía novato en el manejo del poder, Kim se las ha arreglado para insultar a casi todos sus vecinos, amenazando, en una misma y memorable semana, con darle una lección al nuevo gobierno surcoreano y con incinerar Manhattan.
Éstas son cinco reflexiones para entender los aspectos políticos y la trayectoria futura de la crisis que involucra a Corea del Norte:
Primero, el presidente Barack Obama manejó eficazmente los exabruptos de Kim. Obama ignoró las declaraciones incendiarias de Kim y se abocó a demostrar la determinación de Estados Unidos.
Al ordenar a los F-22 que sirvan de apoyo a tropas norteamericanas apostadas al sur de la Zona Desmilitarizada, y a los B-52 que llevaran a cabo un simulacro de bombardeo, la semana pasada, Obama le envió a Kim el mensaje de que el poderío de Estados Unidos es superior y sideralmente más sofisticado, así que mejor que no se salga de su carril.
Segundo, esta crisis sirve para ilustrar la fallida estrategia de China, que mima a Corea del Norte, conspira con ella o la refrena, según el caso. China merece algo de crédito por apoyar la reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU condenando a Corea del Norte, pero parece reacia a controlar sus peores excesos.
Una China ineficaz y hasta confundida por el débil y petulante Kim Jong-un no está lista, claramente, para conducir acciones globales, más allá de su tan cacareado y ascendente poderío.
Tercero, si el fracaso de China con los norcoreanos es tan obvio, el de Estados Unidos también lo es. Si bien Obama enfrentó hábilmente a Kim durante esta crisis, se está perdiendo la batalla a largo plazo. Corea del Norte violó todos y cada uno de los acuerdos firmados con los presidentes Clinton y Bush. Sus dirigentes embolsaron concesiones e hicieron lo único que se insistió que no hicieran: fabricar un arsenal nuclear en el corazón de Asia.
Estados Unidos y China tendrán que empezar de cero, en un mundo donde el poder es cada vez más difuso y los poderosos no encuentran la manera de controlar a un Estado irresponsable y taimado como Corea del Norte.
Cuarto, también hay una lección que sale a la luz con el debate sobre Corea del Norte. Obama tuvo razón cuando puso a la cabeza de sus prioridades la no proliferación nuclear. Una tecnología letal combinada con un propósito malévolo constituye la mayor amenaza para la paz y la seguridad mundial. Es una razón más que le asiste a Washington para negarle a Irán, por el diálogo o por la fuerza, un arma nuclear.
Finalmente, la retórica de Kim y sus escandalosas amenazas revelan una vez más la verdadera naturaleza de corte mafioso de esa familia gobernante. ¿Quién, en su sano juicio, puede amenazar con un holocausto nuclear? Su familia empobreció al país, vació sus recursos y no produjo un solo logro concreto en seis décadas de tiranía brutal y estalinista.
El único consuelo está en esa verdad universal sobre los dictadores y las dictaduras: tarde o temprano se derrumban, empujadas por sus propios pueblos. Es probable que ése sea el destino de Kim. Lo que no sabemos es cuándo ni cómo. Mientras tanto, queda la tarea de resistir, refrenando y eventualmente venciendo los peores impulsos de este líder joven e irresponsable.
Traducción de Jaime Arrambide
Nicholas Burns