Detrás de la crisis, un volcán dormido de venganzas sociales
SAN PABLO.- En la Cumbre del G-20 de 2009 en Londres, Barack Obama dijo delante de Lula: "¡Éste es el hombre!". Para el mundo, Lula era el hombre que había mejorado la vida de los de abajo sin irritar a los de arriba. En marzo de 2016, Lula fue obligado por la policía federal a declarar en un aeropuerto y, de repente, se convirtió en el enemigo de las élites del establishment judicial, periodístico y parlamentario.
¿Qué pasó en el medio? Tras las protestas de junio de 2013, ya no fue posible mantener la política de conciliación de clases ni la imagen de éxito que fascinó al presidente de Estados Unidos. Es verdad que, después de conquistar cuatro mandatos presidenciales consecutivos, el Partido de los Trabajadores (PT) adquirió un enorme poder de influencia y que Lula, incluso en el clímax de la crisis actual, ganaría cualquier elección presidencial. El PT llevó a la presidencia de Brasil, por primera vez en la historia, a un obrero y a una mujer. ¡Y ambos durante dos mandatos!
Pero en el momento en que parecía consolidar su hegemonía, su cuarto gobierno fue golpeado por una crisis económica de alcance mundial y por un ataque político sin precedente. Parada sobre una clase media opositora movilizada, sobre los grandes medios de comunicación y sobre una acción policial selectiva y "espectacular", la oposición del PT abandonó la legalidad e intentó un golpe de Estado parlamentario.
Dilma perdió toda capacidad de conformar una mayoría en el Parlamento. Poco después de ser reelegida, abandonó su programa de gobierno y abrazó el de la oposición. Decepcionó así a sus seguidores sin siquiera lograr la neutralidad de sus adversarios.
El Congreso, integrado por centenares de diputados investigados por corrupción (algunos del PT) y presidido por un diputado que tiene cuentas ilegales en Suiza, empezó a conspirar desde la vicepresidencia de la República para deponer a una presidenta cuyos muchos defectos todos conocen, pero jamás sospechada de corrupción personal.
En el sistema presidencialista brasileño, el jefe del Ejecutivo no puede ser depuesto sin que haya cometido personalmente un delito de responsabilidad.
Aun cuando el juicio político hubiera sido derrotado ayer en el Congreso, la crisis se habría prolongado, porque la oposición ya no acepta el veredicto de las urnas. El camino del golpe de Estado es una ruta de una sola mano: o el golpe es derrotado y los golpistas castigados, o el intento tomará algún atajo. La oposición, por ejemplo, ya está presionando al Tribunal Electoral para que anule las elecciones de 2014.
Si finalmente triunfa el golpe de Estado, de su vientre nacerá un hijo no deseado que no será prematuro, sino que ya nacerá decrépito. El vicepresidente Michel Temer es famoso por su habilidad en la trastienda de la política, pero tendrá que administrar una recesión económica, lidiar con los intereses personales de los parlamentarios que ayer votaron a favor del juicio político y enfrentar la oposición de los movimientos sociales, todo eso llevando consigo la mancha de la ilegitimidad de origen.
Cabe recordar que Dilma enfrentó gigantescas movilizaciones, pero que ella contaba con el apoyo de movimientos que también ganaron las calles. Temer no tendría movilización alguna de su lado, y contra él también hay abierto un proceso de juicio político que cuenta con el apoyo de la mayoría de la población. Al fin y al cabo, cuando le tocó sustituir a la presidenta, Temer firmó decretos idénticos a los hoy considera ilegales. Los que se manifestaron contra Dilma en las calles no se sienten representados por los partidos de la oposición y en realidad están más cerca del lema "¡Que se vayan todos!"
En 1985, cuando terminó la dictadura militar, fue el inicio de la llamada "nueva república". Hoy asistimos a su crisis, una crisis que se prolongará por varios años, cualquiera que sea el desenlace de la disputa inmediata por el poder. Porque debajo de la crisis política y económica que sacude a Brasil hay un volcán dormido de venganzas sociales.
El autor es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de San Pablo
Traducción de Jaime Arrambide
Lincoln Secco
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