Dilma, la nueva "presidenta teflón"
Logró deshacerse de las acusaciones de corrupción y desentenderse de responsabilidades por la mala situación de la economía que atraviesa Brasil
RIO DE JANEIRO.- Por el temperamento duro y explosivo que demostró durante su gobierno, a Dilma Rousseff , 66, la ex guerrillera convertida en la primera mujer presidenta de Brasil, se la había apodado una "dama de hierro". Sin embargo, a juzgar por como logró deshacerse de las acusaciones de corrupción y desentenderse de responsabilidades por la mala situación económica que atraviesa Brasil, bien podría decirse que quien acaba de ganar un nuevo mandato es una verdadera "mandataria de teflón".
El bajo crecimiento del PBI durante su gobierno, el alza en la inflación, el escándalo de sobornos dentro de la estatal Petrobras, las críticas a los servicios públicos…fueron temas que se mantuvieron candentes durante toda la campaña, pero que la oposición no consiguió que se "pegaran" a la imagen de la presidenta. Como gotas de agua que saltan sobre una sartén con aceite hirviendo, todas las denuncias contra el gobierno fueron repelidas por la potente maquinaria propagandística del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), y devueltas especial saña contra sus rivales: en la primera vuelta electoral contra la ecologista Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño (PSB), y ahora, en el ballottage, contra el derrotado senador Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
Dilma Vana Rousseff nació el 14 de diciembre de 1947 en Belo Horizonte, Minas Gerais, en el seno de una familia típica de clase media. Junto a sus hermanos Igor y Zana Lúcia (fallecida en 1976), es hija de Pedro Rousseff, un abogado y emprendedor búlgaro que después de probar suerte en Buenos Aires se mudó a Brasil, donde conoció a la maestra Dilma Jane Coimbra Silva, y se casó con ella.
Como buen inmigrante, Rousseff inculcó a sus hijos el poder de la educación: la futura presidenta estudió primero en una escuela católica privada, mientras tomaba clases de piano, guitarra, francés y devoraba libros de literatura europea y mitología griega.
La muerte de su padre, en 1962, obligó a la familia a cambiar un poco su vida. Rousseff se pasó a una secundaria estatal, donde empezó a apasionarse por la política, sobre todo después del golpe militar de 1964. Inspirada por las ideas marxistas, integró primero el movimiento estudiantil y luego, con sólo 17 años, se sumó al grupo Política Obrera (Polop), vinculado al Partido Socialista Brasileño (PSB). Allí conoció a quien sería su primer marido (1967-1969), Claudio Galeno de Magalhães.
Sus actividades políticas se incrementaron en la universidad, donde estudiaba Economía. Se acercó a los grupos más rebeldes para integrar primero la guerrilla del Comando de Liberación Nacional (Colina), y luego la Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares (VAR-Palmares), aunque ella asegura que nunca disparó un arma. Se limitaba a establecer contactos con políticos y sindicalistas, editar el diario O Piquete, y a cuestiones logísticas.
En esos años de clandestinidad se enamoró del abogado Carlos Franklin Paixão de Araújo, diez años mayor que ella, con quien tuvo a su única hija, Paula, nacida en 1976, y se mantuvieron juntos por casi 30 años. Durante la dictadura, los dos fueron detenidos y torturados por los militares. Rousseff pasó más de dos años presa en São Paulo, y al ser liberada se mudó a Porto Alegre, donde Araújo cumplía condena.
Retomó sus estudios de Economía en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, y cuando su marido quedó libre, se instalaron allí. Después de sufrir fracasos como comerciante, Rousseff volvió a sus intereses políticos, de la mano de Leonel Brizola y su Partido Democrático Laborista (PDT). Esta sería su cuna política, ya que sólo se afilió al PT en 2000.
Gracias a sus contactos políticos y su perfil administrativo, comenzó a trabajar en la Secretaría Municipal de Economía de Porto Alegre, y luego en la Secretaría de Minas, Energía y Comunicación del estado. Allí profundizó su conocimiento en temas energéticos y se forjó la fama de buena gestora que impresionaron a Luiz Inacio Lula da Silva cuando la conoció en 2001.
Entablaron una fuerte amistad y Lula la invitó a ser su ministra de Minas y Energía en su primer mandato. En 2005, cuando estalló el escádalo de corrupción del "mensalão", premió su lealtad dándole el cargo del desplazado jefe de Gabinete, José Dirceu, hoy preso por haber sido el arquitecto de la trama de sobornos mensuales que se pagaba a legisladores de la oposición a cambio de respaldo a los proyectos del gobierno.
Pese a las resistencias del núcleo duro del PT y a su falta de carisma, Lula comenzó a prepararla para ser su sucesora. No le importó que fuera diagnosticada con un linfoma; la acompañó en su tratamiento de quimioterapia y la presentó en sociedad como una luchadora incansable, la persona perfecta para ser la primera mujer presidenta de Brasil.
Rousseff asumió el poder en 2011, en un Brasil rebosante de optimismo, convertido en la séptima potencia económica del mundo y con el éxito de haber logrado sacar a 40 millones de personas de la pobreza gracias a los programas sociales de transferencia de renta, un fuerte empleo y aumentos en el salario mínimo.
La economía no parecía ser un problema entonces, pero como coletazo de la crisis internacional, el ritmo de crecimiento se desaceleró hasta el estancamiento actual, y la inflación creció hasta el techo de la meta establecida por el gobierno.
> Durante su primer año en el poder, Rousseff ganó gran popularidad por despedir a varios de sus ministros, acusados de corrupción, la mayoría de ellos del PT, heredados de Lula, lo que le trajo incesantes cuestionamientos dentro del partido. Ya de cara a la reelección, los escándalos de corrupción, sobre todo en Petrobras, se fueron sumando sin que hubiese la misma actitud de "tolerancia cero" de la presidenta en los primeros tiempos.
Con la economía en baja y la corrupción en alta, la imagen de la mandataria se opacó totalmente cuando en junio de 2013 estallaron las protestas en contra de los enormes gastos y desvíos de dinero para las obras del Mundial de Fútbol, y en reclamo de mejores servicios públicos –transporte, educación, salud, vivienda, saneamiento-. Rousseff intentó algunas medias de solución temporaria, pero su popularidad sufrió un fuerte golpe, tanto que su reelección fue puesta en duda por ciertos sectores del PT que clamaron por la vuelta de Lula.
El propio Lula salió a defenderla y fue él quien, una vez más, apuntaló su campaña frente al fenómeno de Marina Silva primero y el riesgo de Aécio Neves después. Juntos exhortaron al electorado a no dejarse convencer por los "fantasmas del pasado", llamaron a no perder los avances sociales conquistados, y a darle una vez más la confianza al PT.
Muy desgastada, pero firme en su decisión de seguir dando lucha, ayer Rousseff ganó de los brasileños un nuevo mandato.
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