EE.UU., aún lejos de su escurridiza presa
El misterio sobre el paradero de Ben Laden impide a Washington celebrar los triunfos Los talibanes fueron derrotados y los últimos combatientes de Al-Qaeda están en retirada Pero la Casa Blanca podría todavía quedarse con las manos vacías
A 71 días del inicio de las operaciones militares de Estados Unidos en Afganistán, los combatientes de la Alianza cantaron ayer una victoria que Washington no se atreve todavía a celebrar: el objetivo central de la guerra -la captura del saudita Osama ben Laden- todavía no se materializó y, peor aún, el terrorista podría haber salido ya del territorio afgano.
Hasta ayer, los funcionarios del gobierno norteamericano confiaban en la hipótesis de que Ben Laden se encontraba en la región de Tora Bora, en el este de Afganistán, una zona de alta montaña que las fuerzas antitalibanas se encargaron de rastrillar con el apoyo de los ataques norteamericanos.
Esta hipótesis, sustentada en escuchas radiales y frenéticas comunicaciones satelitales captadas en los últimos días por la inteligencia estadounidense, guió las acciones militares tras la caída del último bastión del depuesto régimen afgano: Kandahar, donde los líderes de la milicia talibán se rindieron el 7 de este mes sin que tampoco el mullah Mohammed Omar, su máximo líder, fuera capturado hasta la fecha por las fuerzas aliadas.
Ayer, los comandantes afganos que dirigían las operaciones contra Al-Qaeda anunciaron que Ben Laden no se hallaba en las cuevas de Tora Bora y que los últimos combatientes de su milicia se batieron en retirada, con la probable intención de cruzar a Paquistán. Fue, en esencia, un anuncio que deja a Estados Unidos con las manos vacías y a los funcionarios del gobierno de George W. Bush visiblemente decepcionados: "Realmente no sabemos dónde está", dijo el secretario de Estado, Colin Powell.
Pero la presencia, también ayer, del secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, en el aeropuerto de Kabul, la capital afgana, es una clara evidencia de lo mucho que cambió Afganistán desde el 7 de octubre, cuando Washington lanzó lo que Bush anunció tras los atentados del 11 de septiembre como una guerra total contra el terrorismo y los gobiernos que le dan protección.
La milicia talibán, que ocupaba el poder en Afganistán desde hacía cinco años, cuando Kabul finalmente cayó en sus manos, y que desde más o menos aquella época hospedaba al saudita Ben Laden y a los voluntarios árabes de su red terrorista, fue el primer objetivo. La guerra que amenazó con desatar una reacción en todo el mundo islámico fue librada desde el aire por los bombarderos norteamericanos y por tierra por los combatientes de la Alianza del Norte, recluida hasta entonces a una pequeña porción del territorio afgano en el norte del país.
El 13 de noviembre las fuerzas de la Alianza del Norte avanzaron sobre la capital, ante un inesperado repliegue de los talibanes. Días antes había caído Mazar-e-Sharif, la gran ciudad del Norte, y el avance sobre la capital anunciaba el comienzo del final.
Pero para Estados Unidos la caída de los talibanes e incluso la derrota de los combatientes de Al-Qaeda está lejos de ser el final. Algunas versiones ubican a Ben Laden en Paquistán y otras en Tora Bora. Ayer, una hipótesis indicó que podría haber muerto en el asalto final de las fuerzas aliadas, pero no hubo confirmación. El paradero del hombre que pidió a sus hijos que lo maten antes de ser atrapado es aún un misterio, y su captura, el premio mayor.
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