EE.UU. y América latina, reinos de las viejas caras conocidas
América puede ser el Nuevo Mundo y la tierra de las oportunidades , pero cuando se trata de hacer política, lo que predominan son viejas caras conocidas.
Ni siquiera en Estados Unidos, donde la maquinaria política y mediática es capaz de convertir a un desconocido en presidente en cuestión de meses, asoman liderazgos alternativos. El triunfo de Barack Obama en 2008 fue sin duda un soplo de aire fresco para la Casa Blanca. El mundo se ilusionó entonces con un nuevo tipo de liderazgo en la mayor potencia del planeta, una expectativa tal vez sólo comparable a la que había despertado cuatro décadas antes la llegada de John F. Kennedy.
Seis años después, mientras Obama se empantana en el lodo de las batallas parlamentarias y sufre para dar una respuesta a la realpolitik de Vladimir Putin , el sueño parece haberse desvanecido. Ahora, los dos clanes políticos que dominaron las últimas décadas de la política norteamericana están al acecho para concretar su regreso.
Del lado demócrata no es sorprendente que Hillary Clinton sea la gran candidata. Primera dama durante ocho años y secretaria de Estado durante cuatro, tiene la experiencia y el respeto necesarios para ejercer el cargo más codiciado del mundo.
En el bando republicano las cosas no están tan claras. Después de las dificultades que tuvo en 2012 para instalar un candidato que le hiciera sombra a Obama , la oposición tenía sus esperanzas puestas en Chris Christie, el corpulento gobernador de Nueva Jersey. Pero un escandalete político lo alejó de la carrera, y allí estaban los Bush , que ejercieron tres de los cinco mandatos anteriores a Obama, para aprovechar la situación. Esta semana Jeb Bush, hijo de George H.W. y hermano de George W., sorprendió a todos al insinuar su ingreso triunfal a la carrera.
Muchos ya están entusiasmados con el gran show político que sería otra elección Clinton vs. Bush. "Nos encantan nuestras marcas, nos dan certezas en un mundo cada vez más revuelto", dijo Alex Castellanos, un estratego republicano cercano a Bush. "El equivalente político de una marca es la dinastía, los Bush o los Clinton. Conocemos y valoramos lo que esa marca representa", agregó.
En América latina también tenemos nuestras dinastías. Como la de los Humala, que quieren emular el inédito traspaso de poder entre marido y mujer que hicieron los Kirchner. Pero hay más. A diferencia de Estados Unidos, donde una vez concluida su tarea los presidentes se dedican a llenar sus bolsillos dando conferencias, en el sur del continente los mandatarios nunca se alejan del todo del poder.
Y no sólo los presidentes bolivarianos que hicieron reformas constitucionales para mantenerse en el cargo. Acaba de volver Michelle Bachelet , en Chile, y Tabaré Vázquez se prepara para hacer lo propio en Uruguay a fin de año. También está el fantasma de Lula da Silva siempre amagando con un regreso cuando a Dilma las cosas no le salen como espera; por su parte, la verborragia de Álvaro Uribe complicándole las cosas a Santos, y la lista sigue.
Es un lugar común decir que la tradición de los caudillos nos dejó como herencia una región con liderazgos fuertes, con tendencia al hiperpresidencialismo. ¿Es entonces un problema de sistema de gobierno? ¿Los regímenes parlamentarios, como son la mayoría de los europeos, son más propensos a renovar liderazgos?
"Si tomamos el caso de Margaret Thatcher [11 años], Helmut Kohl [16 años], Angela Merkel [que va por su noveno año], Felipe González [14 años], se puede ver que superan en permanencia a cualquier presidente latinoamericano después de los 80", dijo a LA NACION Ana María Mustapic, politóloga de la Universidad Torcuato Di Tella.
"No me parece que sea la forma de gobierno la que incide sobre el tema de la renovación de liderazgos. Influyen, entre otras cosas, la introducción de reglas específicas, el tipo de competencia en el interior de los partidos y factores contextuales como, por ejemplo, situaciones de crisis", agregó.
En todo caso, los costos de no apostar por una renovación del liderazgo quedan a la vista en la crisis que desangra a Venezuela. El omnipresidente Chávez jamás preparó el terreno para lo que podía llegar a pasar, y hoy Maduro saca a relucir todas las armas que tiene a mano para mantener un poder que no posee legitimidad ni entre sus correligionarios ni entre el conjunto de la población.
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