El ayatollah que detesta a Occidente y va por todo
LONDRES.- Mientras las tensiones por el programa nuclear iraní vuelven a agudizarse, la aversión que siente por Occidente el líder supremo, el ayatollah Alí Khamenei, sigue siendo un formidable obstáculo para cualquier solución diplomática del conflicto.
La visita que los inspectores nucleares de la ONU hicieron a Irán la semana pasada sugiere que la vía diplomática todavía no está cerrada definitivamente. El endurecimiento de las sanciones de Occidente perjudican la economía iraní, mientras Israel debate la posibilidad de una acción militar -con o sin luz verde de Estados Unidos-, lo que potencia la urgencia de nuevos esfuerzos para desactivar la crisis.
Sin embargo, un cambio de fondo en la política nuclear de Irán parece improbable mientras Khamenei, de 72 años, conserve el poder de un país cuyos líderes religiosos chiitas no dejan de repetir como un mantra "Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel" desde la Revolución Islámica de 1979.
El mes pasado, Khamenei dijo que con sanciones no alterarán el curso del plan nuclear, advirtió que las amenazas militares sólo "perjudicarían a Estados Unidos" y que toda nación o grupo enemigo de Israel -considerado el único país de Medio Oriente con armamento nuclear- contaría con el apoyo de Teherán.
Khamenei negó muchas veces que Irán se proponga construir bombas atómicas. Pero mostró muy poco interés genuino en despejar los temores de Occidente acerca de las actividades de su país, al autorizar lo que los inspectores de la ONU consideran una cooperación parcial, más allá de las intermitentes conversaciones con seis potencias mundiales.
Este religioso de anteojos, que es quien toma todas las decisiones de Estado, incluidas las de política exterior y nuclear, no confía en Estados Unidos, país al que su antiguo mentor, el ayatollah Ruhollah Khomeini, describió una vez como "un lobo para el cordero de Irán".
En 2009, cuando el presidente Mahmoud Ahmadinejad -que tampoco es amigo de Occidente- se inclinaba por aceptar despejar las dudas de Occidente acerca de las intenciones nucleares de Irán a cambio de combustible nuclear, los intransigentes tiraron abajo la iniciativa, al parecer con la venia de Khamenei.
El líder supremo se propone desde hace mucho tiempo que ningún grupo, ni siquiera sus aliados conservadores, acumulen suficiente poder como para desafiarlo. Y cuando Ahmadinejad pareció querer hacerlo, el año pasado, reaccionó de inmediato, al reinstalar a un ministro de Inteligencia despedido por el presidente y en contra de su voluntad.
Después de la muerte de Khomeini, en 1989, Khamenei -que fue presidente dos veces en los 80- fue elegido para sucederlo, para sorpresa de muchos, ya que era apenas un clérigo de segunda línea. Fue rápidamente ascendido a ayatollah. Heredó enormes poderes, pero no tenía chances de emular la estatura política y la autoridad religiosa del fundador de la revolución iraní. Sus aliados dicen que suele tomar las decisiones importantes luego de consultarlo con un estrecho grupo de funcionarios.
El ayatollah cuenta con la lealtad de la Guardia Revolucionaria y de las milicias Basij, encargadas de aplastar los peores disturbios desde que se constituyó la república islámica, que se desencadenaron tras la reelección de Ahmadinejad, en junio de 2009, en una votación que, según la oposición, estuvo fraguada.
Allí, Khamenei respaldó a Ahmadinejad y declaró que los candidatos opositores serían tomados como responsables de cualquier derramamiento de sangre en los ocho meses que duraron las masivas protestas callejeras.
Según el sistema de Khomeini, Khamenei debería mantenerse al margen de la refriega política. Su intervención a favor de un bando después de las elecciones de 2009, que dividieron a la elite política y religiosa de Irán, profundizó una crisis de legitimidad que aún subsiste.
En teoría, Khamenei podría ser removido por la Asamblea de Expertos, compuesta por 86 hombres, pero ese cuerpo religioso colegiado jamás osó desafiar al hombre que controla muchos de los botones del poder.
Traducción de Jaime Arrambide
Alistair Lyon
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