El carrusel de los genocidios
Aún hoy, las guerras, el despotismo y el hambre siguen cobrándose vidas humanas
La historia de los genocidios se reproduce a la manera de un círculo. Los años pasan, y el carrusel de tragedias sigue girando. El 14 de julio, nuestro compatriota Luis Moreno Ocampo, fiscal de la Corte Penal Internacional, solicitó a los jueces del tribunal una orden de arresto para el presidente de Sudán, Omar al-Bashir, acusándolo de genocidio, de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad.
La acción no podría ser más oportuna. La Corte Penal Internacional es una institución independiente, cuyo cometido consiste en juzgar crímenes de lesa humanidad y en intervenir en aquellos casos de flagrante exterminio en masa, como los que actualmente acontecen en Sudán. Se trata, entre otros motivos, de colmar un vacío. La inoperancia en circunstancias semejantes ha quedado patente durante el genocidio que asoló a Ruanda en los años 90 con la masacre étnica de 800.000 personas, niños y adultos.
Según Moreno Ocampo, el presidente sudanés llevó a cabo un plan para destruir a tres grupos de habitantes. Las fuerzas armadas y las milicias bajo su mando atacan y destruyen sistemáticamente poblados y aldeas, y persiguen a los sobrevivientes en el desierto. Cuando éstos logran llegar a un campamento de desplazados, esas fuerzas -regulares e irregulares- rodean los asentamientos y obstruyen la asistencia internacional.
Cifras escalofriantes
Las cifras dadas a conocer por las Naciones Unidas, acerca de las víctimas que han jalonado durante más de un quinquenio este conflicto entre etnias musulmanas, son escalofriantes: entre 300.000 y 400.000 seres humanos fueron sacrificados hasta el momento, con el agravante de que, si la asistencia humanitaria colapsara, estas cifras podrían aumentar en alrededor de 100.000 muertes más por mes.
Dos paradigmas
Como podrá advertirse, los números de la tragedia siguen aumentando. ¿Hasta cuándo proseguirá esta escalada de la muerte? Por ahora, lo ignoramos. La petición de arresto del fiscal de la Corte Penal Internacional representa, sin duda, un paso más en el difícil trayecto de una justicia internacional todavía incipiente. En la meta de este itinerario están inscriptos los ideales que buscan abolir en el mundo la impunidad de las tiranías criminales. Hay otros pasos convergentes que alientan esperanzas como la reciente captura del serbio Radovan Karadzic, acusado de crímenes comparables, que será juzgado en La Haya por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia.
Por otra parte, estas acciones ponen en evidencia un escenario planetario en el que chocan dos paradigmas. El primero busca instaurar la paz en el mundo mediante la organización de la justicia internacional. La legitimidad de esta pretensión depende del consenso de los Estados. El Estatuto de Roma, que estableció la Corte Penal Internacional, ha sido respaldado por 107 Estados, sin la adhesión de los Estados Unidos, China y Rusia. Se trata, pues, de una legitimidad a medio hacer en ausencia del soporte de las grandes potencias.
Aun así, la Corte Penal Internacional está abriendo caminos difíciles de imaginar en décadas anteriores porque ponen en evidencia las contradicciones brutales que encierra el concepto de soberanía de los Estados. A la luz de estas recaídas en la absoluta indignidad, se podría afirmar a título definitivo que quienes forman parte de aquella traumática pertenencia están sujetos a la soberanía de la guerra, el hambre y los crímenes en masa. Esta perspectiva, desgraciadamente, configura el segundo paradigma del que hablamos más arriba, el paradigma conservador de una realidad opaca, resistente, que no se doblega frente a la esperanza de la paz y rinde culto a la pasión belicista. En Darfur, en efecto, se está desarrollando un argumento de sobra conocido: una guerra civil con componentes étnicos que se desdobla en genocidio y en guerra externa.
Deshumanizante faena
La lógica de estos enfrentamientos es conocida. Según un alto funcionario de Naciones Unidas, mientras el Gobierno impone la férula de sus actos criminales, la fragmentación de las fuerzas rebeldes no facilita las negociaciones en pos de un alto el fuego. Paralelamente, en naciones fronterizas, como Chad, se libra el mismo combate entre el gobierno de ese país que apoya a los rebeldes en Darfur y las facciones que, pertrechadas por el presidente Omar al-Bashir, atacan a sus propias autoridades en la ciudad capital.
Nada más parecido al cuadro, tantas veces repetido en la teoría política de la mano de Thomas Hobbes, de un "estado de naturaleza" o de guerra de todos contra todos. En este contexto, las fuerzas de paz de las Naciones Unidas no han podido por ahora contener esa furia destructiva ni, por tanto, eliminar el flagelo del genocidio. Siempre, en este tipo de territorios sin ley ni orden, se yergue la figura de quien mata con más saña porque está mejor pertrechado.
Es obvio que esta situación no puede prolongarse. Pero mientras las instancias políticas de nuestro precario ordenamiento internacional no cumplan con su cometido, las acciones judiciales de este tipo tienen por lo menos la virtud de colocar al mundo en el espejo de su trágica condición: al paso que la libertad y la prosperidad refulgen en un lado, el despotismo y el hambre siguen en otro rincón haciendo su deshumanizante faena. El carrusel no se ha detenido.