El caso The New York Times
El episodio ha sido referido más de una vez y siempre impresiona por lo revelador de una personalidad periodística.
Había caído el presidente Juárez Celman por la revolución del 90 y entre las fuerzas políticas se anudaban entendimientos a fin de desempantanar el país de la crítica situación en que se había sumido, incluido un default de por medio. Roca entabla conversaciones con Mitre , que lo ha combatido con energía. LA NACION comienza a perder lectores disgustados por el acercamiento.
El administrador del diario presenta a Mitre los números en baja de la circulación de ejemplares. Está sumamente preocupado. Mitre procura tranquilizarlo y lo sobresalta aún más: "Si es inevitable que esto ocurra –le advierte–, prepárese para editar dos ejemplares por número: uno, para usted; el otro, para mí".
El fundador de este diario llevaba así hasta las últimas consecuencias la línea editorial que se había propuesto sostener desde 1870. Sus palabras debían entenderse, desde luego, como metáfora. Se hacía cargo de la confiabilidad depositada en las convicciones y el carácter aguerrido del editor-propietario, y en su caso, además, de gran político.
Ahora que The New York Times, uno de los diarios más relevantes del mundo, si no el que más,es acosado en una polémica de alcances mundiales por la retractación respecto de la publicación de un artículo, se actualiza en toda la línea una clásica cuestión ética del oficio.¿Qué debe esperarse de la naturaleza de un diario en casos específicos como este?
Quienes exigen conductas perfectas niegan a los demás el humano derecho al error y hasta olvidan de tomar en cuenta el contexto histórico en el que esas conductas se expresan. The Guardian, el periódico inglés que entre 1821 y 1959 se llamó Manchester Guardian, y cuya apertura al progresismo de izquierda hace doblar hoy de emoción las rodillas de bastante gente, apoyó en el siglo XIX a los ejércitos de la Confederación sureña en su enfrentamiento con Lincoln, sus generales y soldados. Estaba en juego entonces nada menos que la esclavitud de los negros.
Buen tema para el debate. Hoy, precisamente, en que los iconoclastas quieren derribar estatuas como la del general Lee, cuya caballerosidad reconocían los adversarios. Entre los anotados para desplazarlo de la montura hacen fila generales contemporáneos. Uno de ellos es David Petraeus, que fue comandante de las fuerzas militares de Estados Unidos en Afganistán y jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) con el presidente Obama .
¿Por qué sorprenderse si está sonando, según se dice, una hora de cambios considerables? Cómo no va a ser así, si en Londres ha habido que poner a cubierto de impiadosas manos el bronce del mismísimo Winston Churchill, que en momentos de vacilación nacional despertó el orgullo británico y lo condujo hasta la derrota de la Alemania nazi. Solo los que cuentan con coraje cívico suficiente o con algún grado de locura desafían este tipo de oleajes colectivos que prenuncian nuevos tiempos para las sociedades.
La página de Opinión del Times había publicado el artículo enviado por Tom Cotton, un senador por Arkansas, sobre desórdenes y saqueos callejeros en las últimas semanas, en Estados Unidos. La violencia anárquica prospera más cuando se enanca con reacciones populares de índole pacífica como la que produjo la muerte a manos policiales, en Minneapolis, del afroamericano George Floyd . Esos 46 segundos de "I can’t breathe" ("No puedo respirar") se prolongan todavía con angustia inolvidable en los oídos sensibles de la humanidad.
"Send the troops", o "Envíen las tropas", fue el título de la nota que había escrito para el Times sobre momento tan especial aquel senador, considerado más conservador que el propio Trump.

Tras la publicación, las suscripciones al Times comenzaron a caer por centenas, mientras otros lectores protestaban airadamente y el disenso agriado se manifestaba entre redactores y empleados de diversas áreas del diario. El editor James Bennet, calificado periodista, al punto de que se hablaba de él como de un candidato llamado a reemplazar a Dean Baquet, la más alta autoridad ejecutiva de la Redacción, se sintió obligado a renunciar. Lo hizo no sin antes defender, entre disculpas, la posición de que el periodismo debe mostrar contraargumentos, particularmente cuando provienen de personas en situación de establecer políticas, como lo es un senador de la Nación.
El publisher y principal accionista de la sociedad editora del Times, A. G. Sulzberger, dispuso a su vez hacer saber a los lectores que lamentaba lo ocurrido. Que la nota del senador Cotton tenía un tono excesivamente duro y engañoso, y había sido de pobres argumentos. Anunció que con Bennet habían considerado que se requería un nuevo team en tiempos de cambios considerables.
Bennet terminó por reconocer un error imperdonable de su parte: haber dispuesto la publicación del artículo de Cotton sin antes leerlo. Es como si el piloto estuviera en uno de los asientos de atrás de la cabina en el momento del accidente. Y ahí, sí, hubo un imperdonable paso en falso de Bennet. Una de esas distracciones que llevan irremediablemente a un periodista al abismo.
En cuanto a lo demás, ¿quién puede censurar a un diario por publicar lo que le venga en gana según su mejor criterio si no los lectores, al margen de que los responsables de una publicación sean auditables por la Justicia en función de los hechos con los que hayan afectado derechos de terceros? Injurias, calumnias, incitación al odio, discriminación, y todo eso que sabemos. Los editores están en igual situación ante la ley que los demás ciudadanos, sin fueros con los que invocar privilegios improcedentes.
No es el papel más grato de un periodista juzgar a otros colegas. Nadie, en cambio, con más derechos para hacerlo que quienes por la sola razón de leerlo están en condiciones de opinar sobre un medio todos los días. La más drástica, la más dolorosa de las sanciones es la pérdida de los lectores, el abandono al que estos lo sometan. Las pérdidas sufridas por el Times a raíz del artículo de Cotton no duelen por su número; duelen por las razones que los lectores adujeron. En medio de esta pandemia el Times ha llegado a registrar el récord de cinco millones de suscripciones digitales (5,8 millones con los lectores del diario impreso). Eso es algo fantástico como revelador de las posibilidades de las nuevas tecnologías y del futuro que se ha abierto al periodismo de calidad.
Ya en el rango de lectores, como se supone que cualquier redactor lo es mientras no se prueba lo contrario, podríamos aunarnos respecto de lo sucedido al punto de vista de Erik Wempe, crítico de medios de The Washington Post. Wempe se lamentó de que el caso hubiera concluido en "una crisis de convicción de The New York Times". Pero así también deberíamos renovar nuestra creencia en que la línea de un diario de tradiciones históricas mal podría rendirse a la presión de una turba o al requerimiento de que someta sus decisiones a una votación ajena a la voluntad de quienes lo conducen. De otra manera, en ese diario correría peligro la integridad de la línea editorial y, por lo tanto, la identidad, que es en definitiva lo que importa. Sus principios. Lo demás va y viene.
El Times es un diario liberal. Como tal resultaba propio de su línea de pensamiento publicar lo que un senador conservador tuviera para decir. No solo sobre el aberrante asesinato de George Floyd. No solo sobre las protestas pacíficas en favor de un cambio de reglas en el tratamiento policial sobre los afroamericanos.
También sobre la violencia que puso en peligro otras vidas y destruyó en diversa índole de salvajadas bienes públicos y privados en Los Ángeles, Nueva York, Santa Mónica, Denver, Atlanta, Filadelfia. Si la extinción de ese fuego debía hacerse con la policía, con la Guardia Nacional o con tropas militares eso es del resorte de la legislación interna de un país, y Trump y los funcionarios de su gobierno pagarán el costo que corresponda por los errores políticos o las desviaciones legales en que hubieran incurrido.
Difícilmente alguien haya hecho un ejercicio más atinado en relación con lo que ocurrió en el Times que nuestro colega del Brasil, Folha de S. Paulo: "Con una simple prueba –dijo– se puede ver si alguien se toma en serio la libertad de expresión. La persona será aprobada si, frente a un artículo que defiende enfáticamente las ideas que más desprecia, no se opone a su publicación. Muchos, incluidos los periodistas, fracasarían en esta tarea".
¿O no?
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