El discurso de los autócratas, una amenaza para la prensa
En lo que va del año, 56 periodistas fueron asesinados en el mundo, más que en todo 2017
PARÍS.- El asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi dentro del consulado de Arabia Saudita en Turquía confirma uno de los aspectos más peligrosos del mundo actual: con su discurso de odio y desprecio a la libertad de expresión, líderes populistas de toda laya otorgan -directa o indirectamente- licencia para matar.
"Durante los primeros nueve meses de 2018, 56 periodistas fueron asesinados en el mundo debido a su actividad profesional. Más que en todo 2017 (55)", anunció el mes pasado la ONG Reporteros Sin Fronteras. Solo la mitad (52%) halló la muerte en zona de guerra o de conflicto armado.
A esa cifra hay que agregar dos casos emblemáticos ocurridos después: la muerte de Viktoria Marinova, de 27 años, periodista búlgara que fue violada y estrangulada el 9 de octubre en su país mientras investigaba casos de corrupción, y la brutal ejecución de Khashoggi, colaborador del diario The Washington Post y severo crítico del régimen saudita. Como ellos, la gran mayoría de sus colegas muertos pagaron el "delito de disidencia" en países gobernados por regímenes autocráticos o populistas.
"Son cada vez más numerosos esos dirigentes que, pretendiendo hablar 'en nombre del pueblo', califican los derechos humanos de 'obstáculo a la voluntad de la mayoría' o de impedimento a la defensa de la nación", afirma Kent Roth, director ejecutivo de la ONG Human Rights Watch (HRW).
Marinova es uno de los tres periodistas asesinados en territorio de la Unión Europea (UE), la región que mejor garantizaba hasta ahora la libertad de expresión. La maltesa Daphné Caruana Galizia, de 53 años, murió en octubre del año pasado por una bomba dentro de su auto.
"Los corruptos están en todas partes. La situación es desesperante", había escrito Daphné en su blog, en el que, entre otros casos, había denunciado la protección oficial que recibían sociedades pantalla, como las del dictador de Azerbaiyán, Ilham Aliev, y otras sospechosas fortunas provenientes de países de la ex-URSS.
En febrero pasado fue el turno del eslovaco Jan Kuciak, baleado en su domicilio junto a su compañera. Periodista para el sitio Aktuality.sk, 15 días antes de su muerte había publicado una investigación sobre fraude fiscal en la cual estaban implicados empresarios allegados al partido del primer ministro Robert Fico. Líder de Eslovaquia entre abril de 2012 y marzo pasado, fue justamente uno de los dirigentes europeos que más alimentaron el odio contra los periodistas. Y la tendencia es general.
"Nos encontramos en un momento en que hay un incremento asombroso de la desprecio del pluralismo. Muchos piensan que nuestras libertades estarían más seguras sin el trabajo periodístico", dice Christophe Deloire, secretario general de RSF.
Erosión
Otras ONG de derechos humanos coinciden: hace bastante tiempo que la erosión de la libertad de prensa va a la par de la erosión institucional en todas partes. Sobre todo, cuando son los gobiernos quienes intentan amordazar a los medios nacionales, como sucede en Hungría o en Polonia. "Esa erosión va acompañada inevitablemente de un aumento del odio y de la violencia", señala Deloire.
Sin llegar al caso extremo de la muerte, cada vez más periodistas europeos son objeto de proyectos fracasados de asesinato y de intimidación.
Desde hace varios meses, el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, amenaza con retirar la escolta que protege al periodista y escritor Roberto Saviano. Autor de Gomorra, célebre por perseguir a la mafia napolitana y crítico acérrimo del ministro populista, cada vez que Saviano denuncia al gobierno Salvini lo acusa de "pasar demasiado tiempo en el extranjero y despilfarrar el dinero del pueblo con esa escolta".
Pero el mejor ejemplo de esas actitudes ambiguas y peligrosas es el del presidente Donald Trump, que desde el primer día de su mandato califica al periodismo como "enemigo principal de la nación". Esta semana, dio dos ejemplos perfectos.
El primero fue su empecinada defensa del heredero del reino saudita, el príncipe Mohammed ben Salman, en la ejecución de Khashoggi en Turquía. El segundo ejemplo se produjo el jueves, en Montana, donde fue a alentar al representante republicano Greg Gianforte.
En 2017, Gianforte había atacado al periodista Ben Jacob, del diario The Guardian, haciéndole una toma de catch porque no le había gustado una de sus preguntas, a pesar de lo cual ganó la elección.
"Cualquier tipo capaz de hacer un body-slam [el nombre de la toma] es mi ídolo", vociferó Trump desde la tribuna. Despertó aplausos y risas en la asistencia. Enseguida, imitó el gesto. El mensaje fue claro: todo aquel que ataca a un periodista se convertirá en el ídolo del presidente de Estados Unidos.
Fue un siniestro mensaje tratándose de la primera potencia occidental. Porque, además, Trump escogió el peor momento para enviarlo: cuando el mundo se encuentra en estado de shock imaginando a Khashoggi descuartizado.
Es verdad, Estados Unidos no puede ser acusado de ser el único responsable de la tendencia actual a la represión de la libertad de expresión. Pero el país líder del mundo libre tampoco puede ser eximido de sus responsabilidades.
"Este es un buen momento para ser un dictador y una época peligrosa para ser disidente", escribió el columnista Max Boot en The Washington Post. Y concluyó: "Trump les ha dado a todos los déspotas del globo licencia para matar".
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