Elecciones. El extremismo y el malestar ponen a prueba el proyecto europeo
La crisis condiciona el voto que a partir de hoy decidirá un Parlamento y una Comisión nuevos
PARÍS.- Las elecciones europeas suelen reservar sorpresas. Eso es precisamente lo que esperan los partidarios de la construcción de Europa porque, a juzgar por los sondeos, lo que viene podría ser catastrófico.
Los electores, que votarán desde hoy hasta el 25 de mayo para elegir 751 diputados del Parlamento Europeo, estarían dispuestos a acordar un cuarto de las bancas a partidos populistas, extremistas, antieuropeos o euroescépticos, advierten las encuestas.
El Frente Nacional francés, el Partido para la Libertad holandés y el británico UK Independence Party (UKIP) podrían obtener sus mejores resultados de la historia. Y, si bien ese terremoto no modificará el carácter democrático de la UE ni el equilibrio entre los grandes grupos del hemiciclo (derecha e izquierda moderadas), significará una severa condena a la construcción de la Unión Europea (UE).
La otra posibilidad es que estas elecciones no sean ganadas por la extrema derecha, sino por la abstención, que -también según las encuestas- bien podría batir sus propios récords.
Ya sea por la crisis, por las políticas de austeridad o por la incapacidad de las clases políticas de alimentar la esperanza, para millones de electores el proyecto europeo parece haberse transformado en símbolo de fracasos y sufrimientos.
En esas condiciones y por primera vez en la historia, estas elecciones podrían terminar perturbando el funcionamiento de ese órgano legislativo, creado en 1962 y con elección directa desde 1979, que funciona alternativamente en Bruselas y Estrasburgo.
Con más de 380 millones de electores habilitados para votar, las elecciones europeas son las más importantes del mundo después de las de la India. Y aunque esos comicios representan 28 elecciones nacionales, los diputados elegidos se integran en grupos multinacionales de la misma ideología.
La impugnación de los electores a la construcción europea puede sorprender cuando se piensa que, salvo excepciones como en el caso de Francia, la economía mejora en casi todo el continente, desapareció el riesgo de un estallido del euro e incluso la confianza en el bloque regresa a algunos países.
Pero la crisis parece haber exacerbado la profunda contradicción que existe entre la necesidad de una mayor integración de las economías de la zona euro y el rechazo que provoca ese proceso en los electores, que lo perciben como una pérdida de soberanía. Para muchos especialistas, sin embargo, sería un error pensar que ese fenómeno es exclusivamente europeo.
"Cuando se comparan los porcentajes de rechazo a las instituciones europeas y a las instituciones nacionales, los niveles coinciden. Esto quiere decir que la gente objeta las instituciones y los partidos políticos en general. Y ésa es una tendencia mucho más preocupante que el desapego a Europa", señala el politólogo Dominique Reynié.
Devolver esa confianza y luchar contra el euroescepticismo será la tarea crucial que espera no sólo al futuro Parlamento, sino, en particular, a los nuevos integrantes de la Comisión Europea (CE), el órgano ejecutivo del bloque.
Una tarea que no será fácil, porque, a pesar de la mejoría, la situación sigue siendo grave. El desempleo alcanza cifras escandalosas: más de 26 millones de personas están sin trabajo. La deuda pública es peligrosamente alta en la mayoría de los países del bloque. Con bancos frágiles y créditos escasos, amplios sectores del continente están a las puertas de la deflación.
En todo caso, entre las principales críticas que los electores hacen a la Unión, la primera es que, afirman, en vez de proteger a sus ciudadanos de la globalización, se ha transformado en un espacio de experimentación de la competencia social, alentada por las sucesivas ampliaciones hacia los países del Este. Un proceso vivido como sinónimo de empobrecimiento cuando, por el contrario, fue el Oeste el que se benefició con esas integraciones: no sólo en términos comerciales, sino de creación de empleos.
El futuro Parlamento y la nueva CE no podrán ignorar la necesidad de hacer un trabajo didáctico en ese terreno. Pero ése no será su único desafío. En los próximos cinco años tendrán que convencer a los euroescépticos de las bondades de la moneda única, culpable -según ellos- de todos los males que azotan al bloque. Deberán también esforzarse por coordinar mejor las políticas de inmigración, espantapájaros preferido de la extrema derecha. Tendrán que avanzar en la organización de una política exterior y una defensa común, para evitar eternas divisiones en momentos de crisis. Por fin, deberán obligatoriamente lograr una armonización fiscal y presupuestaria, única forma de impedir una nueva crisis como la que acaba de vivir la zona euro.
Todos esos proyectos tendrán que ponerse en marcha cuanto antes. Sin embargo, por el momento, la principal preocupación de cada proeuropeo es desear, con todo el corazón, que el domingo, a pesar de los pronósticos, se produzca una sorpresa.
"Monseñor Ébola puede resolver esto"
A las puertas de las elecciones europeas, el fundador del xenófobo Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, provocó ayer una fuerte conmoción política en Francia cuando declaró que el mortal virus Ébola resolvería "en tres meses" el problema migratorio en su país.
"Monseñor Ébola puede resolver esto en tres meses", aseguró el veterano político, al referirse al estallido demográfico en una Francia "inundada" por inmigrantes y a la "sustitución de la población" francesa. De la mano de su hija, Marine, el FN podría convertirse el domingo en el primer partido del país.
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