El fin del vértigo político
La historia reciente de Ecuador está marcada por el vértigo. El presidente Abdalá Bucaram, alias "el Loco", fue destituido por el Congreso por incapacidad mental; otro mandatario, Jamil Mahuad, abandonó el poder después de ver cómo quebraban una docena de bancos, y a un tercero, Lucio Gutiérrez, lo tumbaron las mismas algaradas callejeras que él había defendido años antes.
Por una u otra razón, durante una década y hasta la llegada al poder de Rafael Correa en 2007, ningún presidente terminó su mandato. Decenas de miles de ecuatorianos emigraron al extranjero en esos años, huyendo de un país que se resquebrajaba socialmente, carcomido por una clase política abonada a la corrupción y al nepotismo.
Con los partidos políticos tradicionales desahuciados, los ecuatorianos se acostumbraron a la figura del outsider , el arribista sin más ideario político que su propia capacidad para persuadir a la parroquia.
Como un outsider más, pero con un discurso de renovación política, Rafael Correa logró en 2006 que su movimiento político, Alianza País, se ganara la confianza de la mayoría de la población. Con el viento económico a favor, el nuevo presidente no defraudó a su electorado y echó a rodar su "revolución ciudadana" haciendo primar los programas sociales y los subsidios para los más necesitados.
Si se confirman los sondeos en boca de urna, que le atribuyen una contundente victoria, Correa no sólo verá consolidado su liderazgo y su proyecto socializante. Su reelección entierra, por el momento, el vértigo político y abre un camino hacia la estabilidad social en un país sin sosiego desde 1996.
A pesar de su vehemencia y de ese apego a la confrontación dialéctica, Correa representa para muchos un soplo de tranquilidad entre tanto desconcierto.
Oposición anquilosada
Al triunfo de Correa ha contribuido también una oposición anquilosada que no ha sabido regenerarse y ha presentado como principales contendientes al ex presidente Gutiérrez y a Alvaro Noboa, un magnate bananero sin más programa político que su chequera.
"No hay una oposición consolidada ni propuestas que puedan configurar una alternativa al gobierno actual", explica a LA NACION Simón Pachano, analista político de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) de Ecuador. Según Pachano, la situación actual "es el reflejo de la crisis de los partidos políticos y del agotamiento de los liderazgos que tuvieron vigencia durante los últimos 30 años".
Desde 2006, Correa ha logrado ya cinco victorias en las urnas. Ahora, con el renovado respaldo popular, el presidente tiene vía libre para seguir aplicando esa "revolución ciudadana" que cuenta desde septiembre con la cobertura jurídica de una nueva Constitución, refrendada mayoritariamente, muy avanzada socialmente y que deja en manos del Estado los sectores clave de la economía.
Correa ha triplicado en dos años la inversión en programas sociales de salud, vivienda y educación y ha duplicado el denominado "bono de la pobreza" (hasta los 30 dólares mensuales), un plan de ayuda para las clases más desfavorecidas. Pero sus críticos lo acusan de haber dilapidado los ingresos petroleros en los años de bonanza en una mera política asistencial, y de no haber puesto los cimientos de una economía productiva.
Afianzado políticamente en el poder (la nueva Constitución le permite aspirar a la presidencia una vez más, con lo que podría gobernar hasta 2017), Correa se enfrenta ahora a una crisis económica global que ya está afectando a Ecuador. La caída de los precios del petróleo y la reducción drástica de las remesas enviadas por los emigrantes amenazan el modelo económico del presidente. Sólo en el primer trimestre del año, los ingresos por petróleo (piedra angular de la economía ecuatoriana) disminuyeron un 67 por ciento. Según Pachano, esos datos "ponen en peligro los proyectos sociales que se encuentran en la base del alto apoyo que mantiene el presidente entre la población. Ese es el problema central que deberá atender de inmediato, y de la forma en que lo haga dependerá el futuro de su gobierno y, por supuesto, del país".
Formado en Estados Unidos y en Europa, Correa, economista de 46 años, goza de una relativa buena imagen en el exterior, la cara más amable del denominado "socialismo del siglo XXI" que promueve el venezolano Hugo Chávez.
"Ecuador mantiene muy buenas relaciones con países como Chile, Perú y la Argentina, pero, al mismo tiempo, tiene problemas en sus relaciones con dos países que aparentemente serían amigos naturales, como Bolivia y Brasil", aclara Franklin Ramírez, otro analista político de Flacso.
Correa ha dejado de ser un outsider ; su movimiento político comienza a echar raíces y ha logrado conjurar, por el momento, el vértigo político en Ecuador. Queda por saber si su "revolución ciudadana" también avanza en tiempos de crisis.
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