El futuro rumbo de Alemania en Europa y el resto del mundo, un enigma
BRUSELAS.- Angela Merkel tiene la reputación de ser casi un enigma. Y entre los biógrafos, comentaristas y opositores políticos existe una especie de astrología improvisada que intenta explicar a esta líder tan difícil de leer. Y con esta nueva elección, abundan las especulaciones sobre el rumbo político que tomará, sobre todo en materia de política exterior.
Pero contrariamente a lo que cree la mayoría, las convicciones de la canciller no son tan difíciles de señalar, ya que Merkel tomó básicamente tres decisiones fundamentales, que definen el diseño de toda su política exterior.
La primera fue asegurarse de que Alemania rechace cualquier ambición geopolítica. El país fue un muy útil facilitador de la política exterior de la Unión Europea en los Balcanes occidentales, pero se abstuvo de fortalecer el poderío diplomático o militar de Europa de maneras más concretas y estructurales.
Lo mismo puede decirse de su postura en la OTAN, donde Alemania impulsó varias iniciativas de orden técnico, pero sin involucrarse en debates estratégicos más amplios sobre el futuro de la alianza occidental en un mundo cuyo panorama de seguridad está cambiando.
Su segunda decisión fue convertir la eurozona en una "unión de transferencia" de facto, garantizando la supervivencia de la moneda con promesas de miles de millones de euros de los contribuyentes alemanes. A cambio, presionó para que los países destinatarios de esos fondos implementen reformas económicas estructurales inmediatas, y también a favor de proyectos de mediano y largo plazo, como la unidad fiscal y la creación de herramientas conjuntas de control, como el Mecanismo de Estabilidad Europea.
La unidad bancaria todavía está en el limbo, pero en un futuro no tan lejano podría terminar de completar el panorama. Todos estos esfuerzos tienen una cosa en común: un control más o menos estricto de las políticas financieras y económicas de las naciones. Hasta hace unos pocos años, todas estas cosas resultaban impensables.
La tercera decisión de Merkel es tal vez la más trascendental: después de la crisis, la canciller alemana optó por una Europa políticamente menos integrada. En agosto, en el transcurso de una entrevista radial, anunció que ya era hora de ir pensando en devolverles a los Estados miembros algunos de los poderes delegados en Bruselas.
Si bien no entró en detalles, Merkel señaló que, tal vez de ahora en más, Europa no necesite nuevas políticas comunes que se decidan en las instituciones con sede en Bruselas. Según Merkel, la calidad de gobierno puede mejorarse a través de una mejor coordinación entre los Estados miembros.
El triunfo de los históricos instintos bilaterales de Merkel por encima de la larga tradición a favor de la integración que cultiva Alemania es poco menos que revolucionario.
Queda claro que Merkel se alineó con esa mayoría de alemanes que piensa que el costado económico de la integración europea es genial, pero que el costado político es cada vez más siniestro.
La tercera decisión de Merkel es arriesgada. Para empezar, descansa sobre el inexacto presupuesto de que la integración económica y la integración política pueden separarse, cuando la lección más elemental que deja la crisis del euro es que una no es posible sin la otra.
En segundo lugar, la vincula fatalmente con el primer ministro británico, David Cameron, un político debilitado que comparte con Merkel la idea de "repatriar" muchas de las funciones de gobierno y favorecer los acuerdos bilaterales o multilaterales por encima del clásico método comunitario de la Unión Europea, pero cuya incapacidad para controlar a su propio partido le está trayendo problemas existenciales en su propio país.
Tercero, la decisión de Merkel destruye el motor del concepto mismo de la integración: que Alemania, que de los grandes países de Europa ha sido históricamente el más problemático, suscribe la todavía incipiente idea de que la política europea trasciende los meros nacionalismos.
De las tres decisiones fundamentales de Merkel en materia de política exterior, el abstencionismo estratégico es comprensible, pero insostenible a largo plazo, su receta para enfrentar la crisis es probablemente acertada, pero con graves daños colaterales y su giro hacia el bilateralismo revoluciona el proyecto de integración europeo, poniendo en peligro sus históricos logros.
Traducción de Jaime Arrambide
Jan Techau