El inexorable fin de la guerra en Siria: la victoria de Al-Assad
TÚNEZ.- A pesar de la errática política exterior de Estados Unidos en la era Trump, la guerra siria avanza de forma inexorable hacia un final previsible: la victoria del régimen de Bashar al-Assad y de sus padrinos iraníes y rusos. A estas alturas de la guerra, ya es demasiado tarde para una intervención estadounidense que pueda cambiar en su beneficio las coordenadas del conflicto. El Pentágono es consciente de ello, y por esta razón, el ataque de anteayer fue limitado y evitó cuidadosamente cualquier objetivo ruso. De momento, la reacción de Moscú ha sido tibia. Es evidente que tampoco quiere provocar una escalada que pueda poner en peligro sus ganancias estratégicas en Siria.
La reacción de Donald Trump al ataque con armas químicas en Duma es sobre todo una pataleta, un gesto de orgullo de una súperpotencia herida por su cercana derrota. Si bien la justificación pública de Estados Unidos y sus aliados de Francia y Reino Unido es reforzar una línea roja entorno al uso de armamento químico, lo que no es una mala idea.
A estas alturas, la única duda de Washington pasa por mantener o no su presencia -unos 2000 efectivos- en el norte y este de Siria, a la espera de que ello le otorgue una cierta influencia en las negociaciones que sirvan para cerrar los últimos flecos sobre el futuro país árabe. Trump declaró el mes pasado que retiraría pronto las soldados estadounidenses desplegados sobre el terreno para apoyar las milicias kurdas, mientras varios de sus asesores manifestaban luego sus temores de que ese paso concediera en bandeja la estratégica zona de la frontera con Irak al archienemigo iraní.
Sea como fuere, Estados Unidos, y Occidente en general no podrán revertir una tendencia clara desde la entrada de plena de Rusia en la guerra en 2015, cuando conquistó los cielos del país árabe, sometiendo a las desprotegidas tropas rebeldes a una infernal lluvia de proyectiles. El régimen y sus aliados controlan la llamada "Siria útil", es decir, las grandes ciudades, la regiones más fértiles, y la costa. Tan solo algunos enclaves del centro y sur del país, así como la franja kurda del norte, no han caído todavía en sus manos.
Los otrora poderosos grupos salafistas, incluido Tahrir al-Sham, la remozada filial de Al-Qaeda, se han visto prácticamente confinados a la provincia de Idlib, fruto de la evacuación allí de sus milicianos tras su derrota en varios asedios clave como el de la ciudad de Aleppo o de la región de la Ghouta Oriental. Las milicias no islamistas, como el Ejército Libre Sirio, son una sombra de lo que fueron al inicio de la conflagración, en 2012. En los últimos meses, han podido imponerse en el cantón de Afrin contra los "peshmergas" kurdos solo gracias a su alianza militar con Turquía, obsesionada por evitar la creación de un cordón kurdo autónomo en su frontera.
Su enemigo, el régimen de al-Assad, ganará la guerra, pero la suya será una victoria pírrica. Desde el final de la colonización francesa en 1945, nunca antes la soberanía de Siria hallaba tan condicionada al exterior. Todo un golpe para un partido como el Baath, de ideología ultranacionalista. La ayuda militar de Rusia e Irán, el primero con sus cazabombaderos, y el segundo con su carne de cañón, ha sido ingente, decisiva, y se lo cobrarán en el reparto de las áreas de influencia en Siria.
Ahora bien, convertida en espejo de unas inflamadas tensiones regionales y mundiales, no es fácil prever cuándo se pondrá el sello final a la guerra, ni tampoco cómo se resolverán los asuntos aún pendientes. ¿Gozarán los kurdos de algún tipo de autonomía en el norte? ¿Dispondrá Irán de un corredor limpio para el traslado por tierra de armamento, destinado a su protegido Hezbollah, desde su frontera norte hasta el confín libanés? ¿Conseguirá al-Assad mantenerse como presidente del país, o su dimisión será el precio que deberán pagar rusos e iraníes a la oposición en el exterior para el mantenimiento del régimen? ¿Reanudarán los países europeos sus relaciones diplomáticas con Damasco después de la guerra?
Muchos interrogantes permanecen por resolver en una fase del conflicto confusa, que pondrá a prueba la solidez de las alianzas que se han ido tejiendo los últimos siete años entre los diversos actores involucrados, tanto internos como externos. Turquía se ha aproximado a Moscú e Irán, y ha participado en las cumbres de Astana, alternativas a la vía de diálogo patrocinada por la ONU y bendecida por Occidente. Por su parte, los kurdos también se plantean un cambio de órbita, de Washington a Moscú, mientras tantean un acuerdo con el régimen sirio que les permita mantener la autonomía ganada en el campo de batalla.
Pase lo que pase, no hay duda de quien será el gran perdedor de esta guerra: el sufrido pueblo sirio, que ha visto cómo morían 500.000 de sus compatriotas, y otros diez millones de desplazados, o cómo ciudades enteras eran arrasadas y convertidas en un amasijo de ruinas. Siria es el último sueño de libertad que se tornó en pesadilla.
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