No solo América Latina está en ebullición: algo profundo pasa en Irán
TÚNEZ.- El pasado 15 de noviembre estalló una nueva ola de protestas en Irán, cuya represión se ha cobrado ya al menos 115 vidas, según una estimación de Amnistía Internacional. El régimen de los ayatollahs afirma que el balance de víctimas es menor, pero no ha ofrecido ninguna cifra concreta. Cinco días después de la explosión de ira popular, que se dejó sentir en más de 100 ciudades distribuidas por todo el país, el gobierno dio por terminada la revuelta. Ahora bien, eso no significa que el país vaya a recobrar la estabilidad perdida, sino quizás simplemente se haya iniciado la cuenta atrás hasta el próximo levantamiento.
Esta es la tercera ola de protestas de gran magnitud que vive el país en la última década. En 2009, el "Movimiento Verde", formado en torno a la campaña del candidato presidencial Husein Musavi, puso en jaque al régimen cuando centenares de miles de personas salieron a las calles para exigir la anulación de los resultados de unas elecciones que consideraban fraudulentas. A finales de 2017, las movilizaciones estuvieron motivadas por la carestía que padece buena parte de la sociedad, y tuvieron su epicentro en las regiones más pobres del país. Ambas fueron también sofocadas a sangre y fuego.
La revuelta de la pasada semana parece una réplica de la ocurrida dos años antes. Esta vez, el detonante fue la decisión de las autoridades de aumentar el precio de los combustibles un mínimo de un 50%. La decisión representaba la culminación de las malas noticias que ha venido ofreciendo la economía iraní desde que Donald Trump cancelara el pacto nuclear con Teherán, hace un año y medio. Desde entonces, el rial se ha desplomado, los precios se han disparado y el paro tiende al alza. Según las previsiones del Fondo Monetario Internacional, el PBI del país se contraerá este año un 9,5%.
Mientras las autoridades aseguran haber arrestado a un millar de personas durante los últimos diez días, el Centro para los Derechos Humanos de Irán ha contabilizado de 2775 detenidos, pero augura que la cifra real podría acercarse a los 4000. Entre las medidas de represalia, ha figurado también un bloqueo casi absoluto de los servidores de Internet, que solo el pasado domingo volvieron a funcionar en su mayoría con normalidad.
A diferencia de lo que sucedió en 2017, esta vez el gobierno ha actuado de manera expeditiva desde el primer momento. En aquella ocasión, el régimen dudó sobre cómo abordar el desafío. El presidente, Hassan Rohani, tuvo unas palabras de comprensión hacia los manifestantes, y pasaron varios días antes de que las autoridades lanzaran una campaña de arrestos.
Rohani, considerado un moderado, no se ha desmarcado del ala dura del régimen, que ha acusado a los manifestantes de trabajar al servicio de potencias enemigas, como Estados Unidos, Israel o Arabia Saudita. Este hecho demuestra que el régimen se ha endurecido, tal como advirtieron muchos analistas que pasaría si Trump rompía el pacto nuclear. Halcones y palomas, que llevan un par de décadas pugnando por el poder, han cerrado filas ante la renovada presión del exterior.
Aunque el deterioro de la economía es un factor clave para interpretar la reciente ola de protestas, también lo es que el problema de legitimidad del régimen es más profundo. En las dos últimas revueltas se han oído eslóganes hostiles al régimen y no solo demandas económicas. Por ejemplo, se oyó gritar "Muerte al dictador!", modificando el clásico "Muerte a América", que resonaba con fuerza en los años ochenta después de la Revolución Islámica.
Los problemas de legitimidad del régimen no son nuevos. Antes de que brotará el "Movimiento Verde", la clase media iraní ya había renegado de un sistema que la condenaba al aislamiento y a soportar unos rígidos códigos religiosos. Sin embargo, el régimen sabía que podía contar con el apoyo de las piadosas masas de los barrios populares. Fue gracias a ellas que el ultraconservador Mahmoud Ahmadinejad se impuso en las elecciones de 2005. Pero las dificultades económicas han abierto una amplia fisura entre el régimen y estos sectores humildes. El hecho de que, mientras la gente sufre, el país haya gastado una inmensa fortuna en apuntalar al régimen de Bashar al-Assad en Siria hecha más leña al fuego de la indignación ciudadana.
Hasta ahora, el régimen había encontrado en las elecciones y la consiguiente alternancia entre halcones y palomas, una válvula de escape a la frustración popular. No obstante, a medida que la alienación va en aumento, ya no parece suficiente. Así pues, solo la represión por parte de unos cuerpos de seguridad atrincherados en el establishment parece sostener a un régimen condenado, de momento, a cíclicas olas de protestas.
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