La semana internacional / ¿Cuáles fueron las razones del triunfo de Chávez?. El respaldo electoral del populismo
Los grandes derrotados en esta pugna fueron los grupos cívicos, partidos, medios informativos y sindicatos opositores
¿Por qué ganó Chávez el referéndum revocatorio que tuvo lugar recientemente en Venezuela? Las respuestas son variadas, pero tal vez puedan condensarse en dos criterios que, desde luego, abarcan otras dimensiones. El primero explora las raíces de la crisis de representación, un fenómeno típico de muchos países de América latina, entre ellos la Argentina. El segundo, por su parte, especula acerca del porvenir del populismo en nuestro continente.
En general, las escuelas que pretenden interpretar la crisis de representación se dividen entre quienes achacan tal circunstancia a la debilidad del vínculo social, herido por el impacto de las desigualdades, y aquellos que afincan la explicación en el fracaso de las instituciones y del sistema de partidos. En realidad, si observamos el caso venezolano con una lente más amplia, la crisis de representación es bicéfala: denota un quiebre sociológico en los lazos de la ciudadanía y, al mismo tiempo, nos advierte acerca de la impostergable exigencia de rehacer las instituciones y el sistema de partidos. Sobre ambos resortes, social y político, se asienta esa crisis.
Por cierto que este quiebre no gira en un vacío histórico. Persiste en América latina una tradición caudillista, enamorada de los carismas de ocasión, inclinada a las dicotomías nacionalistas, que espera un personaje que inyecte nueva vida y la reproduzca frente a los enemigos supuestos y reales. Basta con echar un somero vistazo sobre la trayectoria del "comandante" Hugo Chávez para percatarse de qué modo esas tendencias se encarnan en un tipo humano que reúne en su personalidad los atributos de las armas, del lenguaje inflamado y del dinero que fluye a las arcas públicas. No hay, en efecto, populismo posible sin dinero a repartir.
Para que semejante operación llegue a puerto son necesarias la memoria cercana del derrumbe de los partidos tradicionales, de sus corruptelas e incoherencias, y la adhesión que ofrece una masa de electores desamparada y huérfana de liderazgos. Aquí es donde convergen las fracturas del vínculo social y del vínculo político. Sin esa explosiva coincidencia no habría, en rigor, crisis de representación. El populismo pretende soldar esa fractura creando, paradójicamente, una nueva polarización: a favor de Chávez o en contra de Chávez. Las opciones se reducen de esta manera a un enfrentamiento personal. El eje del debate belicoso no lo conforman entonces programas y plataformas, sino esa referencia insoslayable a un individuo que parece abarcarlo todo.
Esta apetencia por ocupar constantemente el centro del cuadrilátero se explica mejor si reparamos en otra paradoja no menos sugestiva. El pretendido campeón antiimperialista, el generoso sostén de un Fidel Castro carente de recursos y proyección (una sombra de su pasado) puede avanzar en su proyecto y hasta despertar admiración en el gobierno argentino, gracias al dinero fresco que le proporciona el vertiginoso aumento del precio del petróleo. Ahora bien (aquí se cierra la paradoja): ese lubricante del populismo, en la forma de un rápido aumento del volumen de dólares de exportación en la balanza comercial, no se entendería cabalmente sin tener en cuenta la desagraciada cadena de errores en que incurrió el gobierno de George W. Bush en la también desgraciada guerra en Irak.
Al influjo de este cúmulo de desaciertos, la administración norteamericana ha tenido que apaciguar su mal humor con respecto a Venezuela porque los Estados Unidos no pueden permitirse el lujo de ver interrumpida la provisión vital del petróleo. De tal suerte, la Venezuela de Chávez se convirtió, de la noche a la mañana, en una hipótesis de estabilidad más confiable que la que podría ofrecerle la oposición. Convengamos en que Chávez aporta también lo suyo: las palabras en contra de los Estados Unidos y los gestos demagógicos se agrupan en centenares de discursos pintorescos; la exportación de petróleo a los puertos norteamericanos es, en cambio, mucho más segura o, si se quiere, ofrece una curiosa muestra de responsabilidad.
Los grandes derrotados en esta contienda han sido los grupos cívicos, partidos, medios de comunicación y sindicatos que se agruparon bajo el emblema de la oposición. No los asistió ni la oportunidad de la ocasión (enfrentar a un Chávez que repartió dinero a manos llenas en los sectores sumergidos) ni tampoco el ambiguo encuadre constitucional del referéndum revocatorio. La hipotética revocación del presidente en ejercicio, seguida de unos comicios inmediatos en los cuales podía presentarse de nuevo el propio Chávez como candidato al mismo cargo, despertó inquietudes tanto en el exterior como en el frente doméstico. Va de suyo que todo esto fue capitalizado por el mismo Chávez. Por imperio de las circunstancias y gracias al voto bien asegurado de los marginados y excluidos, Chávez fue al mismo tiempo un candidato del orden y del cambio populista.
Esta distribución de fuerzas, a primera vista favorable al liderazgo de Chávez, no anuncia, sin embargo, un clima de mayor tranquilidad. Lo hemos dicho varias veces en esta columna: el populismo tiene la característica de fabricar mayorías populares que no gozan, pese a ese sustancial apoyo, de la presunción favorable que depara el consenso institucional. Aun contando con una mayoría aplastante, el populismo polariza. Pasó con Perón; ahora ocurre con Chávez. De resultas de todo ello, Venezuela se ha quedado con unas minorías de oposición, ubicadas en un cuadrante de resistencia y defensa, que no han podido, por ahora, generar un liderazgo unificado y un creíble programa de reconstrucción.
Tal tarea es, de hoy en más, impostergable porque, de algún modo, la derrota de la oposición en Venezuela está rasgando otro velo de las crisis de representación en que se desenvuelve nuestra política (con lo cual decimos que este no es asunto exclusivo de Venezuela). En este sentido, los meses por venir serán cruciales. Aunque en las horas inmediatas a su victoria, Chávez haya tendido su mano a la oposición, nada garantiza que, merced a otra vuelta de tuerca, el caudillo avance sobre los medios de comunicación y, en general, sobre el discreto imperio de las libertades públicas. Lo sugestivo del caso (que, a la vez, causa temor y, en algunos, espanto) es que la resolución de las cosas, para bien o para mal, está concentrada en ese personaje. Salvo la presión internacional, el rumbo de los acontecimientos depende en grado sumo de lo que a Chávez se le ocurra emprender en los tres años de mandato que tiene por delante.
Este punto es decisivo con relación al conjunto de países del continente sobre los cuales Chávez pretende influir. ¿Hay, acaso, dinero proveniente de Chávez dando vueltas por América latina? De esto mucho se dice y poco se confirma, pero lo que no presenta mayores dudas es la intención de Chávez de expandir su liderazgo en un grupo de países favorables (entre ellos el nuestro). Dependerá de la solidez de las instituciones del Mercosur y de la consolidación del Brasil democrático como principal socio y aliado de la Argentina que estas turbulencias populistas puedan encauzarse hacia objetivos responsables. Mientras el precio del petróleo siga creciendo (o se estabilice en niveles altos) el ascendiente de Chávez sobre el continente seguirá haciendo de las suyas.
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