El todo vale de algunos migrantes para llegar
Hay quienes fingen que son de la misma familia o mienten sobre su nacionalidad para tener más éxito; la brutalidad de los traficantes
MUNICH - Siete mil, 10.000, 17.000... Voluntaristas y acogedores frente a esa avalancha humana, los habitantes de Alemania prácticamente han dejado de contar la cantidad de migrantes que llegan con la esperanza de instalarse en el país. La emoción que acompaña ese masivo impulso de generosidad ha conseguido hasta ahora ocultar otra realidad, oscura y lúgubre, que caracteriza todos los dramas humanos.
La escena se produce en la estación central de trenes de Munich. En un corredor a cielo abierto delimitado por las carpas donde los recién llegados son inscriptos y reciben primeros auxilios, y los colectivos que los conducirán a sus respectivos centros de refugio.
Un hombre joven trata de consolar a cuatro chicos pequeños que se aferran a sus piernas, llorando con desesperación. Unos pasos más atrás, una mujer vestida con hijab, abatida, esconde la cara en las manos. Rodeado de policías y con un bolso al hombro, el extranjero se apresta a partir, conducido por la fuerza.
Cuando LA NACION intenta aproximarse, el gesto del responsable policial no deja dudas: "Kein Kommentar" (sin comentarios), lanza lacónico, mientras otros dos agentes alejan a la mujer y a los chicos. Es una de las tantas desventuras que plagan el arduo camino del exilio clandestino.
"Vemos esto todos los días. Familias que no lo son en realidad, que se fabrican durante el viaje o antes de salir para beneficiarse mutuamente", explica el voluntario Colin Turner.
En el mundo de la comunicación global, los migrantes conocen a la perfección las reglas que rigen el asilo en Europa. Saben, por ejemplo, que algunas nacionalidades tienen más posibilidades que otras de ser aceptadas. Saben también que jamás se separa a las familias y que las autoridades dan prioridad a las parejas con hijos.
"En este caso, se trataba de una mujer de Eritrea, sola con sus hijos, que aceptó la protección de ese joven iraquí a quien, para cubrir las apariencias, presentó como su marido. El beneficio debía ser doble: él la protegió durante el viaje; ella le permitía integrar un aparente núcleo familiar", relató Turner. El engaño estalló en pedazos pocos minutos después de llegar a Munich, cuando los traductores oficiales, acostumbrados, comprendieron la verdad.
La otra verdad, sin embargo, la más dramática y la más humana, es que el joven iraquí había conseguido transformarse en un verdadero padre para esos chicos, indefensos frente a un mundo lleno de peligros e incertidumbres. "Es duro, pero no hay nada que hacer. Las reglas están hechas para ser respetadas", confirma un responsable policial. "El migrante iraquí, procedente de Bagdad, tendrá que regresar a su país. Los iraquíes no son considerados población perseguida", señala.
Turner confirma: "Son centenares, tal vez miles, los candidatos al exilio económico que mienten sobre sus verdaderos orígenes para poder ser aceptados. Ésa es probablemente la tarea más ardua de las autoridades cuando llega el momento de estudiar las solicitudes de refugio".
La estratagema no es nueva. Siempre existió. "La diferencia es que ahora, en virtud del número de migrantes, se ha multiplicado al infinito", confirma el responsable policial.
Pero ¿por qué esa aceleración? ¿Por qué ese flujo de migrantes que no cesa de aumentar? Las cifras son siderales: casi 400.000 candidatos al exilio procedentes de Siria, Irak, Afganistán o el continente africano llegaron a Europa desde comienzos de año, según la agencia europea de fronteras (Frontex). Para los especialistas, el verano, las guerras, pero sobre todo "la nueva industria" del tráfico humano, son mayoritariamente responsables de ese fenómeno.
Cada vez más voraces, los traficantes han comprendido el enorme potencial financiero que representan esos miles de personas que aspiran a una vida mejor. Para el demógrafo francés François Héran, "hay que desconfiar del efecto de lupa con que miramos la realidad. Hay muchos más refugiados fuera de Europa".
"Son casi cuatro millones de sirios en Turquía, Líbano y Jordania", confirma Amnistía Internacional.
"La vida en esos campos de refugiados suele ser intolerable. Además, los países que los acogen no soportan más. Y tras años de sobrevivir en condiciones precarias, con frecuencia bien instruidos, muchos aspiran a una vida normal", explica Héran.
Es en ese momento cuando los traficantes entran en acción, proponiendo convertir los sueños en realidad y creando verdaderos equipos de "vendedores" que se desplazan constantemente en busca de "clientes".
En ausencia de una política europea en la materia, y frente a Estados desamparados, son en realidad los traficantes quienes "administran" el flujo de migrantes. Y esa maquinaria parece funcionar a su máxima capacidad, tanto en aguas del Mediterráneo como por tierra en los Balcanes.
Víctimas impotentes de esos monstruos, incapaces de rebelarse, después de haber depositado en ellos los ahorros de una vida, los migrantes deben someterse a sus dictados.
Así, en los campos de refugiados franceses de Calais, las organizaciones humanitarias denuncian la obligación impuesta a muchas mujeres de ejercer la prostitución, si esperan algún día poder llegar a Gran Bretaña.
Más leídas de El Mundo
Amistades peligrosas. Israel, Rusia e Irán: la tríada belicosa que hoy mantiene en alerta al mundo
Bajo presión. Ucrania recibe un impulso clave en un momento desfavorable de la guerra: ¿le alcanzará para detener a Rusia?
¿Vuelve "Súper Mario"? Salvó a Italia y ahora quiere salvar a Europa: el regreso que sacude a la escena internacional