El líder que generó esperanzas de renovación cuando asumió la presidencia hace dos décadas se transformó paulatinamente en un autócrata
WASHINGTON.- Recep Tayyip Erdogan, el presidente de Turquía, tal vez sea el líder que mejor defina esta primera parte del siglo XXI. Sus dos décadas en el poder han transformado la cara de su país y consolidaron un estilo político que anticipó el surgimiento de numerosas demagogias nacionalistas en todo el mundo. En 2003, cuando Erdogan llegó al poder, el centro de estudios Freedom House aseguró que “la libertad estaba en expansión” en todo el mundo y celebró las chispas de cambio en la esclerosada y estatista Turquía bajo el gobierno de Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de orientación religiosa. Pero este año el informe anual de Freedom House ubicó a Turquía en el corazón de una larga década de “recesión democrática”.
La evolución de Erdogan a lo largo de estos 20 años también es reflejo del derrotero de la política global en ese periodo. Como primer ministro, durante la primera década del siglo el presidente turco fue un reformista que liberalizó el país y motorizó su boom económico.
Cuando los sueños de ingresar a la Unión Europea se esfumaron y Occidente se sumió en la crisis financiera, Erdogan giró la mirada hacia el sur y hacia el este, y asumió el rol de un nacionalista religioso propenso a dar marcha atrás con décadas de secularismo kemalista. Tras los levantamientos de la Primavera Árabe, en 2011, Erdogan utilizó su influencia de “islamismo blando” para impulsar el modelo de la democracia turca en toda la región.
Pero en medio de la ola de contrarrevoluciones árabes, la postura “neo-otomana” de Erdogan no tenía ninguna chance de imponerse. Y como los años pasaban y Erdogan seguía en el poder, se hizo evidente que la única misión del presidente era aferrarse a su cargo. Cuando arrancó la década de 2020, la Turquía de Erdogan ya era algo completamente diferente: un modelo de autocracia electoral indefinida, construida sobre mayorías tribuneras, divisivas batallas culturales, rencor antioccidental y paranoia sobre complots domésticos y extranjeros, por no hablar de la cooptación de cruciales instituciones del Estado, la intimidación y el arresto de disidentes y miembros de asociaciones civiles, y una sistemática erosión de la libertad de prensa.
El Instituto V-Dem de Suecia acaba de difundir un mapa del proceso de “autocratización” de la última década alrededor del mundo, y la lista de autocracias electorales creció exponencialmente hasta alcanzar a 56 países. Y la Turquía de Erdogan es una prominente y pionera integrante de esa lista: abrió el camino iliberal que luego siguieron gobiernos de derecha en países como Hungría y la India, y utilizó la furia populista con fines políticos mucho antes de que los Trump y los Bolsonaro del mundo hicieran lo mismo.
Ahora Turquía tiene la posibilidad de cambiar radicalmente de rumbo. Este fin de semana se celebra la primera vuelta de las elecciones presidenciales y legislativas, y los votantes irán a las urnas con un Erdogan y un AKP más debilitados que nunca. Algunas encuestas muestran a Erdogan por detrás de Kemal Kilicdaroglu, el candidato moderado de 74 años que representa a un bloque unido de partidos opositores. Fiel dirigente del secularista Partido Republicano del Pueblo (CHP), Kilicdaroglu ha explicado que apuesta a un solo mandato para intentar restaurar la democracia y desarticular el sistema presidencial autocrático que Erdogan introdujo por vía de un referéndum en 2017.
Pero todavía tiene todas las chances en contra, porque Erdogan controla todas las palancas del poder y condiciona a los medios de prensa. Sin embargo, el sentimiento opositor nunca había sido tan fuerte desde que Erdogan ocupa la presidencia, un sentimiento que se profundizó por la laxitud del gobierno tras al devastador terremoto de febrero, que dejó más de 50.000 víctimas fatales y provocó el colapso de innumerables estructuras que según los expertos no eran inspeccionadas correctamente por el Estado.
Los que parecen estar motorizando el cambio son la nueva camada de votantes turcos, muchos de los cuales solo conocen la vida bajo Erdogan,. “Algunos analistas encuentran similitudes entre la figura de Kilicdaroglu y del presidente Joe Biden, que se propuso como fin del rencor y la división de la era Trump y como un puente hacia una nueva generación de políticos”, señalaron mis colegas columnistas.
La eventual victoria de la oposición y la defenestración del régimen de Erdogan pueden tener consecuencias significativas, incluso un cambio importante de modelo económico. En otros tiempos, Erdogan podía hacer campaña avalado por su historial económico, pero los años de medidas poco ortodoxas para impulsar la economía condujeron a una espiralización del costo de vida que puede costarle muchos votos. En el escenario internacional, su derrota podría propiciar a una relación más sana entre Turquía y Occidente, destrabar el bloqueo de Turquía sobre el ingreso de Suecia en la OTAN y acercar la equívoca postura de Turquía sobre la guerra en Ucrania al consenso de la OTAN.
Pero todo eso es poco comparado con el mensaje simbólico que le enviaría al mundo una derrota de Erdogan. “Es un mensaje sobre el futuro de la democracia en todo el mundo, porque estamos hablando de un autócrata aferrado al cargo desde hace 20 años”, me dijo Gonul Tol, autor de Erdogan’s War: A Strongman’s Struggle at Home and in Syria (”La guerra de Erdogan: la lucha de un hombre fuerte en casa y en Siria”), durante una sesión informativa organizada por el Instituto para Medio Oriente, un centro de estudios de Washington. “Si Erdogan pierde el poder a través de las urnas, mucha gente de todo el mundo tendrá la esperanza de revertir el auge autocrático”.
La clave es la aparente unidad actual de la notoriamente facciosa oposición de Turquía, que después de divisiones y sucesivos fracasos para desbancar a Erdogan, finalmente tiene chances de ganar. La compleja negociación que condujo a este momento podría ser una guía para las acorraladas fuerzas opositoras en otros países.
“Los partidos opositores democráticos tienen que advertir el peligro y unirse antes de que sea demasiado tarde”, argumentó la revista The Economist, para luego apuntarle a la India, la democracia más populosa del mundo. “La fragmentación opositora en la India hizo posible que Narendra Modi, un primer ministro autocrático, se impusiera con el 37% de los votos. Ahora, el principal líder de la oposición enfrenta la perspectiva de la cárcel.”
Varias de las principales figuras de la oposición a Erdogan terminaron presos o fueron procesados por cargos que según las voces críticas son falsos o inventados. Pero las instituciones democráticas de Turquía todavía tienen fuerza suficiente para que la oposición se esperance con sacarlo del poder. De todos modos, la espuma de esa victoria podría durar poco. “Aunque la oposición haya logrado disimular sus profundas y conocidas divisiones durante la campaña, si gana, Kilicdaroglu tendrá que lidiar con intereses contrapuestos dentro de su alianza de gobierno, que incluye nacionalistas, islamistas, secularistas y liberales”, explicó mi colega Sarah Dadouch.
Una coalición enclenque podría no sostenerse o resultar ser disfuncional. Y además, siempre estará la sombra de Erdogan y de su posible regreso como primer ministro por vía de las urnas.
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)
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