En la diplomacia de la cocina, un drástico cambio de hábitos
La Casa Blanca dejó de ser una meca para los chefs; a diferencia de Obama, Trump no sale a comer
WASHINGTON.- Donald Trump ya tuvo problemas con los gastronómicos antes de ser elegido presidente.
En el verano de 2016, quedó metido en dos litigios legales con propietarios de restaurantes que habían dado marcha atrás con su decisión de abrir establecimientos en el Trump International Hotel, cerca de la Casa Blanca, y en 2017 volvió a enredarse con los dueños del Cork Wine Bar, que demandó al hotel por competencia desleal.
A eso se sumó su costumbre de comer pollo frito con tenedor de un balde y el desafortunado incidente cuando se fotografió con un bowl de tacos mexicanos. Su primera comida como presidente fue un bife recocido con ketchup que hizo estremecer a los críticos culinarios. Los restaurantes de Washington ansiaban atender a un nuevo presidente, pero sus esperanzas se desvanecieron rápidamente cuando descubrieron que Trump prefería comer las hamburguesas y el pan de carne de la Casa Blanca sin tener que salir.
De la infinidad de políticas y prácticas del gobierno de Barack Obama que fueron borradas de un plumazo por Trump seguramente su enfoque sobre la comida y la alimentación no sea el más revelador, pero aquellas prácticas dejaron una marca notable en la cultura de la Casa Blanca y de la capital de Estados Unidos.
Atrás quedaron los días en que los chefs de la ciudad se paseaban por el ala este de la Casa Blanca, realizaban demostraciones culinarias en el jardín sur o preparaban agnolottis de batata para una cena oficial de Estado. Ya fue cancelado el programa de diplomacia culinaria del Departamento de Estado y más allá de los portones de la Casa Blanca cada vez son más los funcionarios del gobierno que no salen a comer por temor a sufrir escraches públicos de los votantes progresistas.
"Las cosas cambiaron mucho", dice Victor Albisu, propietario de Poca Madre y Taco Bamba y que cocinó en la Casa Blanca durante los gobiernos de George W. Bush y Obama. "Todavía no cociné para nadie de este gobierno. Una mesa cubierta de comida y de bebida es el lugar para dejar las diferencias de lado, pero hoy la gente está muy polarizada. Creo que todos salimos perdiendo", añade.
Ese cambio refleja las diferencias políticas y de estilo de vida entre Trump y el gobierno anterior. Los Obama tenían un especial interés en la política alimentaria y en salir a comer, y no hay que olvidar que la reformulación de los menús escolares fue una de las principales causas impulsadas por Michelle Obama. Hasta donde se sabe, el único restaurante que ha frecuentado la pareja presidencial es la parrilla del Trump Hotel.
Melania, que no comparte los hábitos alimentarios de su esposo -tiende a comer fruta y pescado, con ocasional debilidad por las pastas-, sigue manteniendo la huerta que iniciaron los Obama, pero el lugar no ha sido el foco de ninguna actividad o evento de la Casa Blanca.
Las excepciones son Ivanka Trump, hija del presidente, y su esposo, Jared Kushner, que suelen cenar en algunos de los restaurantes de moda, como Chez Billy Sud, Fiola Mare, RPM Italian y Le Diplomate.
Aunque nadie los está llamando para ir a cocinar a la Casa Blanca, varios chefs aseguran que tendrían miedo de cocinar para Trump y luego sufrir represalias de sus clientes progresistas en sus propios restaurantes. "Ningún cocinero sensato estaría dispuesto a ir a cocinarle a este gobierno", dice Dan Barber, chef y copropietario de varios restaurantes, que también integró la comisión de vida sana del gobierno de Obama.
La historia de la cocina en la Casa Blanca dice mucho sobre la historia política de Estados Unidos.
"En la historia de las presidencias, la mayoría de los cocineros fueron cocineros de la familia, esclavos, cocineros militares y afronorteamericanos sin entrenamiento culinario profesional", dice Adrian Miller, autor de The President's Kitchen Cabinet: The Story of the African Americans Who Have Fed Our First Families (La alacena del presidente: la historia de los afronorteamericanos que alimentaron a las familias presidenciales). Según Miller, los cocineros profesionales en la Casa Blanca "son más bien un fenómeno de las presidencias modernas".
Cuando era primera dama, Hillary Clinton renovó las cenas formales de la Casa Blanca con la incorporación de platos de la cocina autóctona y reemplazando el servicio de mayordomos -por el que los comensales se servían a sí mismos de bandejas que acercaban empleados de guante blanco- por el sistema de comidas servidas ya en el plato.
Cuando fue secretaria de Estado, Clinton pidió a los chefs más icónicos de Estados Unidos que trabajaran como "embajadores culinarios" en el extranjero, para luego regresar también con lo aprendido de los hábitos de otras naciones.
Pero el matrimonio definitivo de chefs y políticos se celebró en la Casa Blanca cuando los planes de Michelle Obama para mejorar la alimentación de los chicos encontraron su club de fans.
Traducción de Jaime Arrambide
Jennifer Steinhauer
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