En medio de "duras batallas" comenzó en China el acontecimiento político del año
PEKÍN.- Se acabó la fiesta. Hace tiempo que China dejó atrás aquellos crecimientos espectaculares de dos dígitos y asumió lo que acuñó como "nueva normalidad", pero la guerra comercial que libra con Estados Unidos, la caída de la demanda global y otros factores conducen a un horizonte inquietante. Llegan "duras batallas", advirtió esta mañana Li Keqiang, primer ministro, en el discurso que inaugura la sesión parlamentaria anual.
Li ha diseccionado durante dos horas la actualidad nacional con un terco énfasis en la economía. Ha sido un discurso crudo y realista, más cerca de la sangre, sudor y lágrimas de Churchill que de los bellos discursos sobre el estado de la nación de parlamentos con mejor reputación. Ayuda la falta de elecciones y oposición pero es un mérito admirable.
Los focos globales recaen en las previsiones económicas y el presupuesto militar anunciados en la Asamblea Nacional Popular, el más importante (y único) acontecimiento político del año. China crecerá en 2019 entre un 6% y un 6,5%, según el plan. El pasado año anunció un 6,5 % y logró una décima más. Si no yerra, registrará el crecimiento más reducido desde aquel 3,9 % de 1990 que causaron las sanciones internacionales post-Tiananmen. Los mercados asiáticos, conscientes de la acreditadísima puntería de Pekín para los pronósticos, reaccionaron con caídas.
"Afrontamos un contexto cada vez más complicado y grave, a la vez que aumentan los riesgos y retos… Debemos estar totalmente preparados para las duras batallas", advirtió Li frente a los 3000 disciplinados parlamentarios que secundaban con aplausos sus inflexiones de voz. Li ha citado las fricciones comerciales, el proteccionismo y el unilateralismo en una alusión poco sutil a Estados Unidos.
China bajará la presión fiscal en los sectores de las manufacturas y del transporte, entre otros. También incrementará un 30 % los créditos de la banca estatal a pequeñas y medianas empresas. China respondía antes con paquidérmicos paquetes de estímulo que multiplicaban las infraestructuras en todo el país, aseguraban el empleo y hacían correr el capital: vadeaba la crisis pero disparaba la deuda de gobiernos locales hasta lo inasumible. El cuadro actual recomienda medidas quirúrgicas.
La asunción de la banda del 6%-6,5 % subraya que a China le preocupa menos la cifra que la salud de su economía. Los mercados reaccionan con un exagerado pesimismo a los humildes crecimientos actuales como acogían con desmedida euforia aquellas dobles cifras. Pero China hace tiempo que sacrificó décimas a cambio de un patrón económico más maduro y racional, que pivota desde las manufacturas baratas a la tecnología y el autoconsumo y es menos cruel con el medioambiente. Ocurre que aquel "sueño chino" que años atrás anunció Pekín, un vaporoso concepto que alude a la mejora de las condiciones de vida de la población, está trabado por una economía sin el músculo anterior.
China, a pesar de todo, sigue la hoja de ruta. Aumentará el gasto público un 6,5 % con ambiciosas medidas para preservar la sacrosanta estabilidad social como el aumento de prestaciones de desempleo, cursos de formación en las zonas rurales y más facilidades para que graduados universitarios y militares en la reserva entren en el mercado laboral.
El discurso en el Gran Palacio del Pueblo, en la orilla oeste de la plaza Tiananmen, supuso para Li un raro momento de protagonismo tras haber sido arrasado por el tsunami presidencial. Li, en contraste con Xi Jinping, adopta un papel discreto, no se sabe si por voluntad propia o imposición. La guerra comercial declarada por Trump, que incluye aranceles a las importaciones chinas y campañas difamatorias a multinacionales como Huawei, ha aguado las estrategias con las que Xi quería empujar a China a la cúspide global. Li ni siquiera ha citado esta mañana el plan "Made in China 2025", que pretende culminar la revolución tecnológica en ese año. El anuncio de ese plan está detrás de la hostilidad de Washington. También la Ruta de la Seda, el principal proyecto global de Xi, sufre contratiempos por las reticencias de algunos gobiernos.
Todo ello ha erosionado la imagen de Xi solo un año después de que reventase la Constitución para perpetuarse en el poder. Están descartados su caída o ese colapso inminente del partido que muchos analistas occidentales llevan anunciando durante cuarenta años, pero plantea dudas sobre su infalibilidad y es más que probable que muchos correligionarios se arrepientan ahora de haber sacrificado aquel sano equilibrio de poderes que instauró Deng Xiaoping para evitar los desmanes maoístas.
China incrementará su presupuesto militar el 7,5%. La cifra permite interpretaciones opuestas. Es mayor que el del crecimiento del PBI pero menor que el 8,1% del pasado año. "Implementaremos la estrategia militar para los nuevos tiempos, fortaleceremos la formación bajo condiciones de combate y protegeremos con firmeza la soberanía, la seguridad y los intereses de China", ha anunciado Li.
Su desarrollo militar provoca sudores fríos en Taiwán y los vecinos con los que acumula pleitos territoriales en el Mar del Sur de China. Otras tercas alusiones al miedo amarillo son más cínicas. Vienen de Estados Unidos, que invierte más en Defensa que la suma de los siete siguientes países y ha disparado el presupuesto en la Marina con el indisimulable propósito de asfixiar a China en su patio trasero. También desde Japón, alegremente subido a la carrera armamentista y en pleno proceso de demolición de su ejemplar Constitución pacifista.
Xi se ha esforzado en renovar y limpiar el esclerotizado estamento militar. Ha anunciado un doloroso recorte de 300.000 tropas y subrayado la urgencia de modernizarlo. También ha llevado su campaña contra la corrupción a un sector tradicionalmente impune, con cargos comprados en masa y dudas justificadas sobre la competencia de sus mandos en un escenario bélico.