En un mundo alterado, los monárquicos buscan revancha
Defensores de este sistema de gobierno tratan de mostrar sus beneficios en tiempos de inestabilidad
OXFORD.- Desde la comodidad de su casa campestre en Oxford, un pariente lejano del genio literario ruso León Tolstoi dice que tiene la solución perfecta para los males de Estados Unidos: una monarquía.
De hecho, el conde Nikolai Tolstoy dice que más reyes, más reinas y toda la parafernalia que conlleva la realeza no solo serían un bálsamo para una superpotencia en tiempos de agitación política, sino también una fuerza estabilizadora para el mundo en general.
"Adoro la monarquía", dice el conde Tolstoy, de 82 años, sentado en su frondoso jardín. "La mayoría de la gente piensa que la monarquía es simplemente decorativa, con sus oropeles y personalidades. Pero eso es porque no aprecian las importantes razones ideológicas que sustentan la idea de una monarquía".
El conde no es el único que aboga por el gobierno de los reyes. Autor y político conservador de doble ciudadanía, rusa y británica, Tolstoy lidera la Liga Monárquica Internacional e integra una amplia confederación de monárquicos que se extiende por todo el mundo, incluido Estados Unidos.
El núcleo duro de sus argumentos: los países con monarquías funcionan mejor porque las familias reales fungen de fuerza unificadora y de potente símbolo. Las monarquías se yerguen por encima de la política. Y las naciones con monarcas suelen ser más ricas y más estables. Las voces críticas aseguran que esa visión es anticuada y alarmante en una época en que las democracias de todo el mundo parecen amenazadas. El conde y su banda de monárquicos, sin embargo, están decididos a defender su idea en conferencias, editoriales periodísticos y en elegantes galas y recepciones.
Un reciente estudio que analizó el desempeño de las monarquías en contraposición con el de las repúblicas parece alentar esa visión. Dirigido por Maure F. Guillén, profesor de Administración de la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, el estudio encontró "evidencias sólidas y cuantitativamente significativas" de que el rendimiento de las monarquías es superior a otras formas de gobierno. El estudio dice que están lejos de ser un sistema agonizante y que "garantizan una estabilidad que suele traducirse en beneficios económicos", que son mejores a la hora de proteger el derecho de propiedad privada y de servir de contralor del poder de los funcionarios electos.
Guillén dice haberse quedado "pasmado" por los resultados, que aún no han sido publicados. "La mayoría de la gente piensa que las monarquías son algo anacrónico", dice Guillén. "Piensan que las formas de gobierno modernas son superiores, y les cuesta aceptar las ventajas de las monarquías".
Cuando tiene que explicar esos resultados, Guillén, que no es monárquico, suele encontrarse "con más escepticismo que con estudios sobre cualquier otro tema".
Sin embargo, esos resultados no son ninguna sorpresa para los monárquicos, que apuntan a preservar las monarquías existentes y apoyar el retorno de las familias reales en el exilio. Creen que los países que han exiliado a sus monarcas deberían reponerlos en el trono, y que las naciones que no tienen monarquías deberían considerar implementarlas.
Los libros de historia, por supuesto, están repletos de ejemplos de monarquías que se convirtieron en símbolos de represión y de una riqueza rapaz. Algunas de esas monarquías fueron depuestas por sangrientas rebeliones (la Revolución Francesa y la de Estados Unidos) o se derrumbaron bajo su propio peso (el Imperio de los Habsburgo), y muchas otras marginaron despiadadamente a clases enteras de personas.
Pero el conde Tolstoy insiste en que los monárquicos no abogan por un retorno de los gobernantes absolutos o del derecho divino de los reyes, al estilo Enrique VIII. El grupo, en cambio, apoya las monarquías constitucionales, en las que el rey o la reina son jefes de Estado y el poder real descansa en un Parlamento elegido por el pueblo, como ocurre en Bélgica, Gran Bretaña, Dinamarca, Japón, Holanda, Noruega y España.
Todos esos países, destacan los monárquicos, tienen economías relativamente fuertes.
Desde 1900, según revela el estudio de Guillén, 22 países abandonaron el sistema monárquico, mientras que 35 lo adoptaron. Las monarquías constitucionales echaron raíz, al menos por un tiempo, en economías emergentes como Malasia y Tailandia.
Sin embargo, el estudio advierte que algunas monarquías actuales carecen de las libertades democráticas básicas, como ocurre en Brunei, Omán, Qatar, Arabia Saudita y Suazilandia.
Después de la "primavera árabe", algunos analistas señalan que las monarquías como Marruecos, Jordania y de los Estados del Golfo demostraron mucha más estabilidad que países como Irak, Libia y Egipto.
Pero Sean Yom, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Temple, que estudia los gobiernos de Medio Oriente, dice que esa estabilidad podría ser fugaz: como algunas de esas monarquías surgieron gracias al auge del petróleo y no por amor a ninguna familia real, "las monarquías van de salida en la región", dice Yom.
"Las que sobreviven en Medio Oriente son las afortunadas sobrevivientes de la historia, pero solo es cuestión de tiempo", dice Yom. "Esos países parecen muy buenos solamente porque sus vecinos están muy mal".
Traducción Jaime Arrambide
Leslie Wayne
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