En Uruguay, decepción por las quejas de los inmigrantes sirios
El pedido de cinco familias de refugiados para dejar el país generó irritación en un pueblo
JUAN LACAZE, Uruguay.- Mónica Benítez observó desconcertada la escena en la televisión: la familia siria a la que su pueblo le abrió los brazos estaba instalada frente a la sede de la presidencia pidiendo que la dejasen irse de Uruguay, donde les resulta caro vivir y sienten que no tienen oportunidades de salir adelante.
"¡Estoy indignada! Lo que están haciendo es un abuso'', dice Benítez, empleada de una zapatería en el menguado centro de Juan Lacaze, una localidad de 12.000 habitantes localizada 150 kilómetros al oeste de Montevideo, que se movilizó y se ofreció a recibir a la familia Alshebli cuando el presidente José Mujica dijo el año pasado que había que ayudar a los refugiados sirios. Fueron 17 personas en total: padre, madre y 15 hijos.
"Acá se les abrieron todas las puertas. Nadie los discriminó. A mí en Barcelona me decían «sudaca» y en la perfumería donde trabajaba había gente que no quería que yo la atendiera porque no hablaba catalán", señala Benítez, al recordar los diez años que pasó con su marido en España tras la crisis económica que padeció Uruguay en 2002.
"Pero nunca me quejé ni dejé de trabajar. Con mi marido siempre peleamos para salir adelante. Lo que está haciendo esta gente [por los sirios] me molesta mucho. ¡Ojalá España me hubiera dado a mí la mitad de lo que Uruguay les dio a ellos!'', agrega.
Un año después de la llegada de cinco familias sirias, muchos uruguayos como Benítez se sienten decepcionados e irritados con el malestar de los inmigrantes, que hizo que Merhi Alshebli, el patriarca de su familia, se rociara de combustible en una protesta, sin que el episodio pasara a mayores.
Las cinco familias sirias, que en principio totalizaban 42 personas y luego sumaron otros integrantes, llegaron a Uruguay en octubre del año pasado, recibieron una vivienda gratis, derecho como todos los uruguayos a educación pública gratuita, acceso al sistema de salud y una ayuda económica mensual, cuyo monto no se divulgó. Estaba previsto que ese dinero se redujera a la mitad luego del primer año, un plazo que acaba de cumplirse. Los sirios, no obstante, se quejan de lo caro que es Uruguay, y de que los sueldos que reciben por los trabajos que consiguieron son bajos. "Que Uruguay es un país caro es cierto. Y las ofertas laborales a las que acceden ellos son las mismas a las que acceden la mayoría de los uruguayos'', indicó en agosto el responsable de la Secretaría de Derechos Humanos, Javier Miranda, que está a cargo del programa de asistencia a los sirios. "El Estado los apoya durante dos años. Más no se puede hacer", explicó.
El problema de los sirios no es con el país en sí. "Uruguay me gusta. Las familias me gustan. Mis chiquitos van todos a la escuela. ¡Pero la comida es muy cara! ¡¿Cómo voy a alimentar 15 hijos?!'', dice Merhi Alshebli, de 51 años, en su precario castellano, descalzo en el living de su casa. Mientras convida con té dulce y el televisor está sintonizado en un canal árabe, Alshebli sostiene que el programa del gobierno no le permite desarrollar ninguna actividad. "¡No ovejas, no vacas, no tierra!'', se queja.
Alshebli se sintió muy afectado por el episodio del 6 de octubre en el que se roció con combustible y por el cual funcionarios de Derechos Humanos lo denunciaron por agresión. Ayudándose con gestos y señas, explica que en Siria jamás pasó por una comisaría o un juzgado, como le ocurrió aquí recientemente.
Para el politólogo Daniel Chasquetti, Mujica tuvo una buena idea, en línea con la tradición de Uruguay de ser un país de inmigrantes y una tierra de paz. "Mostró una alta sensibilidad. Sin embargo, todo resultó más complicado de lo previsto, porque se pasaron por alto algunas cosas importantes. Se subestimaron las diferencias culturales -dice Chasquetti, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de la República-. Además, Uruguay no es un país que desborde oportunidades. No es como la Argentina, Brasil o México. Nuestra economía sólo requiere mano de obra altamente calificada, que no es el caso de esta gente."
Maher Aldees, jefe de una familia que en agosto pasado intentó abandonar Uruguay, pero no pudo ingresar a Turquía por carecer de visa, declaró por teléfono a través de un amigo que habla español que negocia su situación con la Secretaría de Derechos Humanos y que la solución no pasa necesariamente por dejar Uruguay.
"Es un proceso largo, no es de un día para otro. Pero se está conversando y avanzando'', señaló el amigo, que prefirió no identificarse.
Leonardo Haberkorn
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