Entre el ajuste fiscal y los resultados prometidos
En los últimos días, videntes y economistas hicieron sus predicciones para 2019. La fiabilidad de sus pronósticos suele ser dudosa, pero pocos se resisten a la tentación de asomarse al futuro. ¿Debemos esperar lo mejor o prepararnos para lo peor?
Los creyentes saben que este año estará regido por San Jorge y Ogum. Apuéstele al número 7, al color rojo, y las decisiones importantes tómelas el día martes, dicen los especialistas. La economía, sin embargo, y más allá de las ciencias místicas, depende de las expectativas y de los hechos. Hasta el momento, hay optimismo: según Datafolha, el 65% de los brasileños creen que la situación económica de Brasil va a mejorar.
De hecho, las previsiones de las consultoras, los bancos y los agentes de Bolsa señalan la baja inflación anual (4,03%) y el crecimiento del 2,53% del PBI brasileño, el mayor incremento desde 2013. En ocho de los últimos diez años los analistas sobreestimaron la tasa de crecimiento, pero la coyuntura actual es favorable: inflación bajo control, elevada capacidad ociosa, 12,2 millones de desempleados y cosecha récord para abaratar el precio de los alimentos. En este escenario, el crecimiento económico no impulsará la inflación, y el Banco Central de Brasil no tendrá necesidad de subir la tasa de interés. El equipo económico está cohesionado, es competente y combina profesionales del mercado financiero con funcionarios experimentados que conocen la maquinaria estatal. El optimismo, por lo tanto, tiene fundamentos, pero es perecedero?
Sin un rebalanceo de las cuentas públicas, Brasil se tornará ingobernable. El país tiene déficits primarios desde 2014, y este año no será diferente (139.000 millones de reales, unos 35.800 millones de dólares). La deuda pública bruta ya araña el 80% del PBI. Los gastos obligados, fundamentalmente la planta de empleados públicos y el pago de jubilaciones, siguen en alza, ¡y para 2021 pueden llegar a representar un increíble 98% ciento del gasto total primario del país! La reforma jubilatoria, por lo tanto, será apenas el primer embate que afecte al elefantiásico y corporativo Estado brasileño. Destrabar la economía pasa necesariamente por la desburocratización del Estado, las concesiones comerciales, la privatización de empresas estatales, la venta de inmuebles, la extinción de organismos públicos, de funciones delegadas, de privilegios, de exenciones fiscales, de subsidios, etc. El recetario neoliberal está listo. Falta apenas acordar con el Congreso.
Una de las dudas en cuanto al éxito del nuevo gobierno refiere justamente a sus relaciones con el Poder Legislativo. ¿Funcionará la opción de negociar con las bancadas temáticas, en vez de con los partidos?
El jefe de gabinete, Onyx Lorenzoni, ¿tendrá la experiencia y la capacidad para intermediar en esa relación? En los próximos cien días, ¿se producirán avances significativos en las reformas previsional y tributaria, consideradas emblemáticas?
¿Se habilitará el trámite de urgencia para los proyectos contra la corrupción y el crimen organizado del ministro Sergio Moro? En esa misma línea, ¿las 70 medidas de lucha contra la corrupción que propuso la sociedad brasileña serán recibidas por el Poder Legislativo o serán desfiguradas y cajoneadas como ocurrió con propuestas anteriores? ¿Qué actitud tomará la oposición en la "tercera vuelta"? ¿El PSL dejará de buscar pelea vía internet?
Más allá de las cuestiones económicas y políticas, el apoyo de los ciudadanos al nuevo presidente dependerá directamente de que les solucionen sus problemas: empleo, vivienda, mejor atención en hospitales, jardines y escuelas para sus hijos, seguridad para vivir en paz, transporte urbano barato y de calidad, entre otros. A partir de ahora, todas las promesas de campaña se convierten en deudas, en medio de factores imponderables, como la sensatez de los camioneros, las respuestas que debe dar el chofer Queiroz ante los fiscales y hasta el comportamiento de los hijos de Bolsonaro. En este caso, como les recomiendan los psicólogos infantiles a los padres de sus pacientes, tal vez habría que "mandarlos al rincón", para que reflexionen.
Gil Castello Branco
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