Es hora de una reforma política
RÍO DE JANEIRO.- Estamos frente a la mejor oportunidad, desde la sanción de la Constitución actual, de implantar una vasta reforma política en Brasil. El desprestigio de los poderes Legislativo y Ejecutivo, las deficiencias de las reglas electorales y el fracaso de los partidos nos condujeron a un contexto nacional que sería una omisión imperdonable no aprovechar para construir un marco político-institucional más eficaz. La gran duda es quién está capacitado para concebir tal reforma.
No es fácil identificar qué partidos estarían en condiciones de aportar figuras calificadas para rediseñar la Constitución. El PT fracasó como gobierno y dañó profundamente el camino de Brasil hacia su desarrollo económico y social, más allá de haberse convertido irreversiblemente en un símbolo de la corrupción.
Actualmente desfigurado en comparación con los anhelos que motivaron su creación, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) asumió un perfil ideológico volátil que hace difícil clasificarlo.Además, fracasó como oposición y se abstuvo de defender las conquistas alcanzadas por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso.
Gracias a su inmensa bancada parlamentaria, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) se limitó a ejercer el papel de aliado forzoso del gobierno de turno, disfrutando de una cómoda estadía en la gestión pública. El PMDB se benefició a tal punto de esa situación que siente alergia ante cualquier alteración del sistema electoral. Los demás partidos carecen de relevancia cuantitativa o cualitativa.
Y mientras la inanición operativa se perpetúa en todas las agrupaciones partidarias, una larga lista de imprescindibles reformas económicas y sociales son relegadas al olvido. La estructura de poder que prevalece viene tornando inalcanzable el avance modernizador necesario para que el país conquiste un futuro promisorio. Pues bien: la fragilidad actual de esa estructura de poder facilita la remoción de los obstáculos que impiden la reforma política. La presión de la opinión pública y los estragos provocados por la crisis generan un escenario propicio para las iniciativas reformistas, les guste o no a los partidos.
El actual perfil político-institucional desalienta cualquier acción destinada a aumentar la competitividad del sistema productivo, a aliviar realmente las desigualdades sociales, a equilibrar las cuentas fiscales, a racionalizar el sistema tributario, a incrementar la eficiencia del sector público, a modernizar la infraestructura, a preservar el medio ambiente, a mejorar la calidad de vida. Desalienta, en definitiva, cualquier intento de poner al país en la senda del desarrollo.
Traducción de Jaime Arrambide
Marcelo Averbug
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