Escapar de la violencia y la pobreza para llegar a la incertidumbre
Los chicos dejan países golpeados por el crimen para viajar a una nación que tal vez los deporte
ARRIAGA, México.- El número de menores de edad sin acompañantes detenidos en la frontera con Estados Unidos se ha más que triplicado desde 2011.
Esa crisis migratoria desató un encarnizado debate político que ya lleva semanas en Estados Unidos. Por un lado, el gobierno dice que la inseguridad está empujando a los inmigrantes de Honduras, El Salvador y Guatemala hacia el Norte, mientras que los republicanos del Congreso culpan a la política de Barack Obama de hacerles creer a los inmigrantes que a los niños y a sus madres se les permitirá quedarse en Estados Unidos.
En entrevistas realizadas a lo largo de la principal ruta migratoria, decenas de inmigrantes dejaron entrever que ambas partes tienen razón.
Una vasta mayoría dijo que busca escapar de la violencia de las pandillas, que en los últimos años alcanzó niveles de epidemia en América Central. Pero los inmigrantes también señalaron, casi unánimemente, que decidieron rumbear para el Norte tras haber escuchado que una modificación de la legislación norteamericana obliga a las patrullas fronterizas a liberar rápidamente a los niños y sus madres, y a permitirles permanecer en Estados Unidos en lugar de deportarlos.
Esa idea de que las mujeres y sus hijos pueden entregarse tranquilamente a las autoridades apenas pisan territorio norteamericano cambió los cálculos de decenas de miles de padres: ellos ya no deben preocuparse de que sus hijos, después del peligroso viaje hacia el Norte cruzando México, puedan morir en la travesía de varios días a través del desértico sudoeste norteamericano.
"Hay que entregarse voluntariamente a la patrulla fronteriza, suministrar el dato de un contacto en Estados Unidos, y ahí te liberan, con una citación para comparecer ante la corte en un futuro lejano", dijo Rubén Figueroa, miembro del Movimiento de Migrantes Mesoamericanos, que trabaja en un refugio para inmigrantes que atraviesan el estado de Tabasco, en el sudeste de México.
"Esta información, sumada a la violencia en las calles de nuestros países y la extorsión que empuja a la gente a dejar sus hogares, da como resultado un éxodo masivo", dijo Figueroa.
La salvadoreña Rocío Quinteros está ahora alojada en el sector femenino del refugio de inmigrantes de Arriaga, México. En El Salvador trabajaba vendiendo golosinas frente a una escuela de San Miguel, a 150 kilómetros de la capital salvadoreña, hasta que la mafia le exigió un porcentaje de lo que ganaba y ya no le alcanzó para vivir.
Quinteros dijo que, cuando ya no pudo pagarles, los miembros de la mara Salvatrucha la amenazaron con llevarse a su hijo para ingresarlo en la banda. Este mes, Quinteros les dijo a los pandilleros que llevaría a sus cuatro hijos a visitar a su abuela enferma, en otra ciudad. Así fue como abandonaron la pocilga que habitaban en la ciudad, y pusieron rumbo al Norte. "Te piden 100, y cuando se los das, te piden 200, hasta acogotarte al punto de tener que entregarles tu casa", dice. Quinteros agrega que ella creía que estaba salvando a sus hijos emigrando hacia un lugar donde no estarían sujetos al reclutamiento de las pandillas.
El gobierno de Obama anunció ayer la apertura de centros de detención familiar en las fronteras, para reducir el número de mujeres y niños que son liberados. Será difícil que esa medida sirva para disuadir a inmigrantes centroamericanos que aseguran que la vida en sus países se ha vuelto intolerable.
Traducción de Jaime Arrambide
Alberto Arce
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